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– Sé que es culpable -insistió Burden-. Sé que la mató. La mató por el collar de perlas, que son las joyas más fáciles de vender, y por las quinientas libras que llevaba encima.

– ¿Sabes si andaba corto de dinero?

– Los tipos de su calaña siempre andan cortos de dinero.

Dieter Ranke llegó a Kingsmarkham dos horas antes de acabar el plazo concedido a Burden. Entretanto, él y la sargento Karen Malahyde habían vuelto a interrogar a Trotter, pero sin progreso alguno. El padre de Ulrike echó un breve vistazo a la bolsa de lona marrón y la descartó de inmediato. El collar de perlas baratas hallado en el piso de Trotter le provocó un acceso de ira. Gritó a Barry Vine, luego se disculpó y por fin rompió a llorar.

– Ahora pondrán en libertad a mi cliente -dijo Damian Harmon-Shaw con voz suave y sonrisa condescendiente.

A Burden no le quedaba otro remedio.

– Sé que la mató y no puedo soportar la idea de que no pague por ello.

– Pues tendrás que soportarla. Si quieres te diré lo que sucedió en realidad. Cuando el sinvergüenza de Dickson la echó a la calle, a Ulrike no le hizo ni pizca de gracia estar ahí fuera sin ninguna otra casa a la vista. Si Dickson apagó las luces del pub, entonces se quedó a oscuras, y te aseguro que está muy oscuro en aquella carretera. Esperó el taxi, pero antes de que llegara apareció otro coche y el conductor se ofreció a llevarla. Podría tratarse de un turismo o un camión…, no sé.

– ¿Y ella subió a pesar del peligro que representaba?

– Cada caso es distinto, ¿no? Todo el mundo cree saber calibrar a los demás. Creen que saben cómo es una persona con sólo verle la cara y oírle la voz. Es noche cerrada, muy tarde, Ulrike tiene frío, no sabe dónde dormirá esa noche, si es que consigue dormir en alguna parte, no sabe cuándo llegará a Aylesbury. Llega un hombre en un coche, un automóvil cálido y bien iluminado, y es un hombre de aspecto agradable, no muy joven, sino un hombre de aspecto paternal que no hace comentarios personales, que no le pregunta qué hace una chica tan guapa en plena carretera a esas horas de la noche, sino que le dice que se dirige a Londres y se ofrece a llevarla. A lo mejor le dice más cosas, como que va a recoger a su mujer a Stowerton para luego seguir camino hacia Londres. No lo sabemos, pero podemos imaginarlo. Y Ulrike, que está cansada, tiene frío y reconoce a un hombre decente en cuanto lo ve…

– Bonito panorama -lo atajó Burden-, salvo por el detalle de que lo hizo Trotter.

Pero al día siguiente, Stanley Trotter estaba de vuelta en el trabajo, trabajando junto a Peter Samuels, Robert Barrett, Tanya Paine y Leslie Cousins, recogiendo de la estación y llevando al punto de encuentro a los numerosísimos manifestantes procedentes de Londres.

Algunos preferían ir a pie, pues el punto de encuentro sólo distaba un kilómetro y medio de la estación. A los jóvenes y a los pobres no les quedaba más remedio que caminar. Algunos de los activistas no tenían un penique. Una elite acomodada, la mayoría de los integrantes del Comité pro Fauna, algunos miembros de Amigos de la Tierra y un gran número de ecologistas independientes pero entusiastas, formaron una larga cola ante la estación para esperar los taxis de Station Taxis, All the Sixes [1] (que debía su nombre a su número de teléfono), Kingsmarkham Taxis, Harrison Brothers y Contemporary Cars.

El punto de encuentro era la rotonda situada en la carretera entre Stowerton y Kingsmarkham. Allí se dieron cita algo más de quinientas personas, miembros de un grupo llamado Heartwood, que portaban ramas de árboles talados el día anterior.

Desfilaron por la población en dirección a Pomfret y el lugar en que comenzaría la nueva carretera de circunvalación. La concejala Anouk Khoori, directora junto con su esposo de la cadena de supermercados Crescent, iba vestida de verde de pies a cabeza, lo que resultaba muy apropiado, e incluso llevaba esmalte de uñas y sombra de ojos de dicho color.

Las hojas agonizantes de las ramas que portaban los miembros de Heartwood dejaban un rastro a lo largo de la carretera. Debbie Harper también estaba allí, embutida entre los dos tablones de su pancarta, pero en esta ocasión llevaba debajo vaqueros y camiseta verde. Sin que su marido hubiera opuesto resistencia alguna («Ojalá pudiera acompañarte», había suspirado Wexford), Dora Wexford desfilaba en el ordenado grupo de la organización KCCCV, de clase media. Todos sus miembros habían prescindido escrupulosamente de la ropa verde y de cualquier otro artilugio que pudiera asociarlos con los manifestantes new age.

Wexford, que contemplaba la marcha desde su despacho y que saludó con la mano a su esposa sin que ésta lo viera, reparó en un grupo de recién llegados. Llevaban una pancarta que los acreditaba como miembros del grupo Especies. Durante un rato se entretuvo intentando imaginar a qué responderían dichas siglas (Estamos Saturados de Proteger la Ecología Con Ímpetu en Esta Sociedad, o Esta Sociedad Protege el Ecosistema en Cada Ínfimo Espacio de Suelo).

A la cabeza del grupo desfilaba un líder. Era un hombre alto, al menos tan alto como Wexford, que casi medía un metro noventa. No llevaba pancarta, no agitaba bandera alguna, y llevaba una ropa muy distinta del uniforme consistente en prendas vaqueras y harapos de peregrino medieval que vestían los demás. Aquel hombre, de cabeza afeitada, llevaba una anchísima capa de color arena que ondeaba al viento. Con cierto sobresalto, Wexford comprobó que iba descalzo. Por lo visto, tampoco parecía llevar las piernas cubiertas, pero los grandes pliegues de la capa no permitían afirmarlo con certeza.

Si no se hubiera fijado en ese hombre, si no hubiera estado contemplando el perfil de su enorme frente, nariz romana y mentón alargado, tal vez habría visto a uno de los manifestantes arrojar una piedra contra una ventana de la oficina que Concreation tenía en la carretera de Pomfret.

Aquel edificio de estilo georgiano que albergaba los despachos de la empresa responsable de la construcción de la nueva carretera, quedaba separada de la calzada por una extensión de césped y un sendero de entrada. Al parecer, nadie sabía quién había arrojado la piedra, aunque circulaba gran cantidad de especulaciones; los manifestantes más conservadores, por ejemplo, opinaban que el responsable era algún miembro de Especies o Corazón de Madera. Más tarde, Wexford se lo preguntó a Dora, pero su mujer no había visto la piedra, sino sólo el estruendo de los vidrios rotos, que la indujo a volverse hacia la ventana.

El resto de la manifestación transcurrió sin incidentes. Al cabo de tres días se emitieron órdenes de desahucio contra las personas instaladas en los cuatro campamentos, pero antes de que el sheriff de Mid-Sussex pudiera empezar a ejecutar los desahucios, dio comienzo la construcción de otros dos campamentos, uno en Pomfret Tye y el otro en Stoke Stringfield, «bajo los auspicios» de Especies, como lo expresó de forma más bien grandilocuente la prensa.

Se retiró la cinta policial que acordonaba la zona en que fuera hallado el cadáver de Ulrike Ranke, y los expertos en tejones reanudaron su tarea. Los expertos en lepidópteros anunciaron que se habían visto huevos de Araschnia levana en las ortigas recién plantadas, si bien aún no se habían incubado larvas.

Corría el mes de agosto y la tala de árboles se había reanudado cuando los asaltantes enmascarados llegaron a Kingsmarkham de noche y atacaron las oficinas de Concreation.

4

Irrumpieron en el edificio y destrozaron ventanas, ordenadores, aparatos de fax, teléfonos y fotocopiadoras. Abrieron los cajones de los archivadores y se dedicaron, o bien a rasgar su contenido, o bien a pasarlo por los destructores de documentos. La policía llegó al lugar en pocos minutos, pero mientras detenían a los responsables, otro grupo ocupó la sede del ayuntamiento de Kingsmarkham mientras un tercero amenazaba con arrasar las tiendas de High Street.

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[1] Todos los seises. (N. de la T.)