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– Bueno, un poco de todo -explicó el hombre-. Vienen muchos jóvenes y muy poca gente mayor, porque se necesita un medio de transporte para llegar, y poca gente mayor tiene. Viene mucho el señor Canning, de Framhurst.

– Se refiere a Ron Canning, de la granja Goland – aclaró Linda Dickson mientras dejaba en el suelo al terrier de Yorkshire, que se puso a temblar de inmediato-. Ya sabe, el que deja a los de los árboles aparcar los coches en su campo…, si es que se les puede llamar coches.

El perro olisqueó los zapatos de Wexford y le lamió la puntera izquierda. El inspector jefe desplazó el pie, lo que no resultaba fácil en un espacio tan reducido.

– ¿Qué es ese tatuaje que lleva en el brazo izquierdo, señor Dickson? ¿Es un insecto, un pájaro o qué?

– Se supone que es una golondrina -repuso Dickson al tiempo que se ruborizaba, para sorpresa de Wexford-. Me lo voy a hacer quitar, porque a la parienta no le gusta, pero aún no me ha dado tiempo.

Cogió al perro en brazos, oprimió la mejilla enrojecida contra el hocico del animalillo y volvió sobre el tema central de la conversación.

– También vienen bastante los del teatro Weir, de Pomfret. Se llaman a sí mismos los Amigos del Teatro Weir, y el jefe es un tipo que se llama Jeffrey Godwin. Es actor o algo así.

– Salió en Bramwell -señaló Linda-. No, mentira, en Víctimas.

– No me importa, se lo aseguro -prosiguió Dickson, sosteniendo al perro sobre el hombro y frotándole el lomo como si pretendiera generar electricidad-. Me refiero a que vengan tipos así. Atraen a muchos clientes. Mucha gente viene expresamente para verlo, y siempre se lo señalo, es lo menos que puedo hacer. Siempre digo «Ése es Jeffrey Godwin, el actor». Tengo que reconocer que es un hombre muy amable.

Dickson hablaba como si fuera el propietario de un restaurante situado en pleno Manhattan y frecuentado por Paul Newman. Esbozó una sonrisa y se puso el perro sobre el regazo, donde se durmió de inmediato.

– Míralo -canturreó Linda en tono amoroso-. Cómo se nota que quiere a su papá. ¿Le apetece tomar algo, señor Wexford? No sé qué ha sido de mis modales. Debe de ser por todo este embrollo.

Wexford declinó el ofrecimiento.

– ¿Te apetece algo, Bill?

Mientras Dickson se lo pensaba, Wexford le preguntó si había reparado en alguien que se hubiera convertido en asiduo últimamente. ¿Iba algún activista al Brigadier, por ejemplo?

Dickson no se molestó en ocultar el desprecio que sentía por toda clase de protesta o manifestación contra las convenciones totalmente ortodoxas. Por la expresión que adoptó, por el fruncimiento de sus labios, Wexford supo sin que su interlocutor dijera nada qué actitud mostraría hacia quienes intentaban salvar ballenas, prohibir la caza del zorro o los fertilizantes químicos, promover los alimentos orgánicos, ahorrar agua, utilizar gasolina sin plomo o reciclar productos.

– Como comprenderá, no tengo mucho tiempo para gente de esa calaña. No me malinterprete, no lo digo porque no beban alcohol, porque otras cosas sí beben, como grandes cantidades de agua mineral y zumo de naranja, que es de donde saca beneficios el concesionario, así que no se trata de eso. No es porque no tengan dinero para pagar las Perriers y las Coca Colas, sino porque se inmiscuyen en la vida, en nuestra vida, la suya y la mía, caballero. La vida sigue, ya me entiende. Tiene que seguir, ¿verdad?

Aspiró una profunda bocanada de aire y alargó la mano para coger la jarra que le había traído su mujer.

– Gracias, cariño, eres muy amable. En fin, ¿de quién más puedo hablarle? Bueno, también está esa señora a la que Stan trae de vez en cuando. No sé cómo se llama. ¿Sabes cómo se llama, Lin?

– No, Bill. Es una señora bastante mayor de Kingsmarkham y viene cada martes y cada jueves para encontrarse con un señor. Siempre le digo a Bill que me parece muy bonito, muy conmovedor, teniendo en cuenta que pasan de los setenta. Pero no sé cómo se llama ninguno de los dos. Seguro que Stan lo sabe.

Wexford se preguntó qué clase de relación creían los Dickson que dos amantes entrados en años que se encontraban ni más ni menos que en el Brigadier (¿Estaría casado uno de ellos, o tal vez ambos?) podían guardar con Planeta Sagrado.

– ¿Stan? -preguntó.

– Stan Trotter -explicó Linda-. Bueno, su nombre completo es Stanley. La trae porque la señora no tiene carné de conducir, creo yo, y en realidad no hace tanto tiempo que dura el asunto, yo diría que un mes o así, ¿no, Bill? La primera vez, un martes, Stan entró en el bar con ella, y era la primera vez que lo veía desde abril, desde la noche en que murió aquella chica alemana.

Wexford la miró fijamente y vio cómo se ruborizaba hasta la raíz de los cabellos.

24

Stanley Trotter fue detenido por segunda vez en seis meses, aunque en esta ocasión comparecería en el juzgado de instrucción de Kingsmarkham acusado del asesinato de Ulrike Ranke.

– Te debo una disculpa, Mike -suspiró Wexford-. Tenías toda la razón, y me parece que fui bastante grosero contigo. No recuerdo lo que te dije, pero no creo que fuera demasiado agradable.

– No lo sabía, Reg, sólo intentaba seguir tu consejo sobre la intuición. Tenía una sensación muy fuerte. No sabía que la segunda esposa de Trotter era la hermana de Linda Dickson; no me molesté en examinar el árbol genealógico, aunque quizás debería haberlo hecho.

– Sólo estuvo casado con ella cinco minutos – señaló Wexford.

– Lo increíble es que esa mujer cree que le debe cierta lealtad. De hecho, se le escapó el comentario. «Bueno, es que es mi cuñado», dijo. Parece suscribir la curiosa teoría de que una vez cuñado, cuñado para siempre, sin tener en cuenta los posibles divorcios y posteriores nupcias. Hoy en día, esa actitud debe de generar unas familias enormes.

– Dickson no mencionó nada, ¿verdad?

– Dickson no sabía que su mujer vio a Trotter, o quizás no quería saberlo. Cuando la interrogaron, dijo que se había ido a la cama, pero en realidad estaba mirando por la ventana. No forman un matrimonio muy compasivo que digamos, ¿eh? No exudan comprensión precisamente. ¿Crees posible que estuviera preocupada por Ulrike?

Burden meneó la cabeza, pero con aire dubitativo.

– Es una mujer, y Ulrike era una chica joven. En estos casos siempre hay tantas cosas que se nos escapan, que jamás sabremos…

– ¿Insinúas que estaba preocupada por la suerte de Ulrike?

– Puede. De momento sólo podemos afirmar que estaba mirando por la ventana y vio llegar a Trotter a las once. Trotter no llamó al timbre ni a la puerta porque no hacía ninguna falta. Ulrike estaba esperando fuera, por lo que no tuvo ni siquiera que conducir sobre la grava y así delatar su presencia a Dickson, que estaba cerrando el bar.

– ¿Y cuando Dickson subió por fin a acostarse, Linda no le comentó que había visto a Trotter recoger a la chica? ¿Y tampoco no le comentó nada cuando la chica desapareció ni cuando encontraron su cadáver?

– Míralo desde este ángulo, Mike. Linda se sintió aliviada cuando llegó Trotter; se quitó un peso de encima, se metió en la cama y se durmió. Recuerda que había tenido un día duro. Al día siguiente no tenía motivos para preocuparse por Ulrike. Trotter la había ido a buscar y llevado adonde ella quería. Pero cuando Ulrike desapareció y el caso salió en todos los periódicos, ¿qué pensó Linda? Nunca hemos intentado averiguar por qué Dickson tuvo la cara de hacer esperar a Ulrike fuera. No nos ha dado ninguna razón, sólo dice que el bar estaba cerrado y que no hacía frío. Pero supón que fue Linda quien le obligó a echarla, que fue ella quien la acompañó a la puerta y luego cerró con llave. La pobre Ulrike no ha sobrevivido para contárnoslo. Tengo la teoría de que Linda es una mujer celosa, con razones para haber sentido celos en el pasado. No iba a dejar a Dickson a solas con una joven en plena noche, y por otro lado, estaba agotada e impaciente por acostarse…