– Sí, pero Ulrike era una jovencita muy guapa de diecinueve años, mientras que Dickson…, bueno, no es precisamente un adonis.
– Para personas como tú, yo o Ulrike, puede que no, pero quizás sí para Linda -puntualizó Wexford con una sonrisa-. Cuando le preguntaron a James Thurber por qué las mujeres de sus cómics no eran atractivas, respondió que para sus hombres sí lo eran. Linda considera atractivo a Dickson y por tanto cree que el resto de mundo pensará lo mismo. Por ello echó a Ulrike del bar y aguardó la llegada del taxi mirando por la ventana, porque si no hubiera ido el taxi, Dickson la habría dejado entrar de nuevo.
Burden asintió.
– ¿Y luego?
– ¿Te refieres a después de que encontraran el cadáver? Por entonces ya sabía que Dickson no tenía nada que ver con el asesinato y al mismo tiempo debía ser leal a su ex cuñado. Para hacerle justicia, supongo que se veía incapaz de afrontar el hecho de que un miembro de su familia, por breve y tenue que hubiera sido el parentesco, pudiera ser un asesino. Pocas personas son capaces de asesinar. Linda pensó que Trotter había recogido a Ulrike y la había llevado a alguna parte, pero que la mató otro.
– Nunca entenderé a los seres humanos.
– Ya somos dos -se sumó Wexford-. Trotter llevó a Ulrike a Framhurst Copses, la violó y la estranguló. Tal vez la chica le había ofrecido una cantidad considerable para llevarla hasta Aylesbury, y Trotter vio cuánto dinero llevaba. Robó todo el dinero y las perlas. Puede que Ulrike le ofreciera el dinero y las perlas a cambio de su vida, de modo que Trotter debió de llevarse una buena desilusión cuando le dieron cuatro chavos por un collar que creía muy valioso -meneó la cabeza-. En cuanto a Planeta Sagrado, nos han hecho ir al Brigadier para tomamos el pelo.
El último mensaje de Ryan Barker no había caído en manos de los medios de comunicación. Como si Wexford hubiera tirado de una cuerda invisible, un manto de silencio más que de negatividad se había cernido sobre Planeta Sagrado y la investigación. Los noticiarios hablaban de fracaso, de ineptitud policial, del peligro cada vez mayor que corrían las vidas de los rehenes, pero no contaban ninguna noticia en sí, ninguna novedad. No les había sido revelada la deserción de Ryan Barker.
Era como si Planeta Sagrado y sus tres rehenes… ¿dos rehenes? se hubieran adentrado en el dominio de los secuestros asociados al escenario político de Oriente Medio. Los terroristas secuestraban a los rehenes, la opinión pública internacional ponía el grito en el cielo, los terroristas exponían sus exigencias, se rechazaba la posibilidad de toda negociación, los terroristas exponían más demandas acompañadas de amenazas, y la situación iba envejeciendo hasta quedar relegada a segundo término por otras noticias más emocionantes. Entretanto, los rehenes languidecían, medio olvidados a medida que transcurrían los días, las semanas, los meses, los años.
La noticia más emocionante de Kingsmarkham era ahora la comparecencia ante el tribunal de Stanley Trotter. Sería un acontecimiento breve, seguido de una remisión inmediata a una instancia superior, pero la prensa hizo su aparición al instante, los mismos rostros, las mismas cámaras que la mañana en que se hizo pública la noticia sobre Planeta Sagrado.
La desaparición de Ulrike Ranke y el hallazgo del cadáver habían causado sensación. Era una chica joven, rubia y muy atractiva. Por si fuera poco, había estado deambulando de noche por una tierra que le era ajena, llevando encima drogas, dinero, joyas… Carne de notición, sin duda.
El objetivo consistiría en establecer algún vínculo entre su muerte y Planeta Sagrado, o bien entre su muerte y la de Roxane Masood. Por desgracia para los medios de comunicación, las especulaciones respecto a la relación de Trotter con Planeta Sagrado serían sub iudice, por lo que no podrían publicarse hasta que se emitiera un veredicto de culpabilidad, para lo que faltaban varios meses. También por desgracia, la celda de la comisaría de Kingsmarkham en la que Trotter pasó la noche se hallaba a tan sólo cincuenta metros del juzgado de instrucción.
Le echaron un abrigo sobre la cabeza y lo condujeron al juzgado mientras las cámaras de televisión filmaban lo que podían para los primeros noticiarios vespertinos y el programa Newsroom South. Una pequeña multitud de ciudadanos, ninguno de los cuales conocía a Ulrike ni a Trotter, ni sentía ningún interés personal por el asesinato de la chica, profirió insultos e imprecaciones mientras la comitiva recoma el corto trayecto. También ellos saldrían en la tele, que tal vez era lo que más querían.
Nicky Weaver dijo que no lo entendía. No quería volver a oír en toda su vida la combinación de palabras «saco de dormir». Por otro lado, sabía con toda la certeza posible en estos casos que estaban al corriente del destino de todos los sacos de dormir de camuflaje Outdoors existentes en Inglaterra. Había treinta y seis; los de color verde y lila habían tenido más éxito.
– Menos mal que no buscábamos los de colores -comentó Nicky a Wexford-. De ésos había noventa y seis. La cuestión es que Ted y yo hemos visto personalmente todos los de camuflaje. Apenas habían vendido ninguno; como ya he dicho, no han tenido demasiado éxito, porque a la gente le recuerda al ejército. Sin embargo, hemos localizado uno en una casa de Leicester y otro en un pueblo de Shropshire.
– Entonces, ¿a qué conclusión has llegado?
– Pues que tiene que ser el saco de dormir que Frenchie Collins compró en Brixton y dice haber dejado en el aeropuerto de Zaire.
– ¿Por qué iba a mentir, Nicky?
– Porque regaló o vendió ese saco de dormir a un amigo que está metido en Planeta Sagrado, y ella lo sabe. Probablemente la señorita Collins es simpatizante del grupo, si no otra cosa.
Burden declararía ante el tribunal, pero Wexford no. Había llevado a Dora de nuevo al antiguo gimnasio, y ella comentó en broma que sólo salía de casa para ir a la comisaría. ¿Se daba cuenta Wexford de que, desde que la liberaran, no había salido más que para ir al antiguo gimnasio y a visitar una vez a Sylvia?
– Solicito permiso para salir mañana por la noche -dijo.
– ¿Adónde quieres ir? -preguntó Wexford como la clase de marido que nunca había sido ni sería.
– Vamos, Reg, no volverán a raptarme. Quiero ir al teatro Weir a ver la obra de Jeffrey Godwin. Jenny dice que me acompañará.
– ¿Te acompañará porque yo creo que necesitas carabina?
Sabía que no podía mantenerla encerrada en casa como si de una de las esposas de Barbazul se tratara. Se había tomado tan valiosa para él como lo fuera en su primer año de matrimonio. Ahora comprendía que la había subestimado y quería disponer de muchos años para demostrarle de forma constante la estima que le profesaba.
– Nunca te impediré hacer nada -prometió.
En aquel instante, Nicky Weaver entró y puso en marcha la grabadora.
– Nos interesan las distancias. Dora -empezó Wexford-. Se trata del tiempo que pasaste en el coche. Según lo que ya nos has dicho, cuando te secuestraron, el trayecto duró alrededor de una hora.
– Exacto.
– Pero dijiste que, la noche que te trajeron de vuelta a casa, te sacaron del sótano hacia las diez, pero no llegaste a Kingsmarkham, a cuatrocientos metros de casa, hasta las doce y media. Más tarde, de hecho, porque entraste en casa poco antes de la una.
– Cierto. Creo que en el viaje de vuelta pasé unas tres horas en el coche. Supongo que el conductor se dedicó a dar vueltas y más vueltas. La verdad es que tengo una teoría al respecto… -Se interrumpió y los miró casi con timidez-. Lo siento, no debería tener teorías, ¿verdad? Pero ¿os interesa saberla?