Выбрать главу

¿Cómo van, querida, esas transaminasas? Nada me dices al respecto en tu última. Vigílalas. No dejes de someterte a análisis periódicos, a ser posible semanales.

Ayer tarde se desencadenó sobre el valle una tormenta tardía que, por tardía, resultó aún más aparatosa. Cuando cesó la tronada, la gente salió a coger caracoles en tapias y senderos. Hoy continúa nublado. La tormenta, como viene siendo frecuente en los últimos años, degenera en temporal.

Bajo el sol o bajo la lluvia te recuerda apasionadamente,

E.S.

23 de setiembre

Amor:

Exulto como un colegial ante la idea de nuestra cita en la luna, arrullados por Mozart. Tengo fe en la comunicación telepática, la transmisión de pensamiento y, en general, en las fuerzas ocultas. A veces me ha ocurrido ir por la calle pensando en una persona y encontrarme con esa persona al doblar la esquina. Tampoco es infrecuente soñar con alguien que hace años no ves y tropezártela a la mañana siguiente al salir del portal. Son situaciones hadadas sobre las que la mente no se pronuncia aunque se produzcan precisamente por el poder de lamente. Quizá no me creas pero el otro día, al recibir tu anteúltima carta, supe que estabas enojada antes de abrirla. Con estos antecedentes, he puesto una desproporcionada ilusión en nuestro encuentro de pasado mañana. ¿Te veré, descubriré tu sonrisa en la faz de la luna? ¿Me transmitirás un mensaje? En cualquier caso será una especie de conocimiento previo que simplificar nuestro conocimiento real, aplazado por tu inoportuna hepatitis. No lo olvides. Día 25, a las doce de la noche, tan pronto Radio Nacional interrumpa su programa para emitir: el informativo.

Ayer trabajé duro en el huerto. Los arbejos se han secado, pero, secos y todo, los cosecharé, mitad para consumo (mezclados con alubias pintas y una punta de tocino, están exquisitos),mitad para siembra. La patata, que vino temprana este año, ni abunda ni ha medrado. La temporada pasada, cada planta no dio arriba de dos o tres pero eran patatas tamañas, ¡alguna de medio kilo!, de muy fino paladar. Dicen que la patata degenera y, cada dos años, es conveniente variar la siembra, pero lo cierto es que la patata cultivada por propia mano, con basura y sin pesticidas, tiene el mismo gusto que la patata de antes de la guerra. También salen mezquinas este año las remolachas de mesa, pero su sabor es más dulce y aromático que cuando engordan demasiado. A mí me entusiasma la remolacha roja (empezando por su color) hervida, con aceite y vinagre y un pellizco de sal. ¿La has probado? ¿Qué opinas de ella?

Lo que me desborda, en cambio, es la alubia verde, vaina decimos aquí. He sembrado ocho calles de veinte cepas cada una y con tan corto número podría alimentar a un regimiento. Mi equivocación fue ponerlas rodrigones de chopo viejo, podridos, que en su mayor parte han tronzado con el viento y aquello es como la selva, hay tramos impenetrables. Pero nacen vainas en todas partes, las cojo a puñados, diríase que crecen ante los ojos, en cuestión de segundos. Como a mi me sobran y aquí tiene huerto todo el mundo, ayer mandé un saco a Baldomero en el coche de línea, él aprecia esta hortaliza y todavía tiene en casa muchas bocas que alimentar.

¡Cuánto daría, querida, porque vieses mis rosales! Rosas y caléndulas son las únicas flores que cultivo pues las florecillas silvestres me bastan para alegrar la vista. Pero la eclosión delos rosales rojos es un espectáculo. Brotan a borbotones, en auténticos racimos, hasta el punto de que llega un momento que hay más flores que hojas. Desgraciadamente es ornato efímero, mas como a lo largo del verano se producen al menos dos floraciones, siempre, salvo un paréntesis de dos semanas, hay alguna. Ayer corté dos bellísimas y las puse en un vaso, sobre la cómoda, ante tu fotografía (entiéndeme, la que estás haciendo cosquillas a tu nietecita, pues la otra, la del tanga, podría dar que hablar a Querubina, mi ama de cura, cosa que prefiero evitar), pequeño homenaje de mi corazón apasionado.

Adiós, amor, vigila las transaminasas. Yo estoy otra vez con la acidez. Hasta pasado mañana, besa tus manos,

E. S.

26 de setiembre

Querida mía:

Tras las emociones de anoche, imposible conciliar el sueño. Y aquí me tienes, amor, a las siete de la mañana, intentando reanudar la comunicación contigo. Porque anoche, cuando Radio Nacional anunció su informativo y, encarado con la luna, puse el disco de Mozart, experimenté un auténtico transporte. ¿Cómo transmitirte mis sensaciones? Previamente, en los minutos iniciales, pasé una auténtica agonía. El corazón me escapaba del pecho, sus latido serán tan apresurados y rotundos que temí pudiera ocurrirme algo. Enseguida te sentí a mi lado y, simultáneamente, nos vi a los dos recortados en silueta contra la luz de la luna, escuchando, enfebrecidos, los compases de Mozart. ¿Cómo pude decirte un día que yo no llegaba a los clásicos? Nadie puede afirmar eso. Llegara ellos o que ellos lleguen a ti es un problema de recogimiento. Y Mozart, anoche, era no sólo un maestro sino un cómplice. Yo te pensaba y sabía que me pensabas y Mozart, con su profunda melodía, estaba por medio, era nuestra celestina. Hubo un momento, querida, en que el éxtasis fue total. Olvidé dónde estaba, mejor dicho, no estaba donde estaba, sino junto a ti, bebiéndome tu aliento. Y, al propio tiempo, conforme te digo, me hallaba fuera de mí, podía contemplarme y contemplarte, es decir, se produjo en mi interior como un desdoblamiento. Era a la par, protagonista y testigo y, así que la música cesó, me quedé tan hechizado que debí permanecer inmóvil varios minutos antes de reaccionar.

Aguardo tu carta con impaciencia. La embriaguez de tu presencia y mi insomnio de esta noche te explicarán la incoherencia de esta mía. Lo único coherente y cierto de este instante, en que el sol empieza a dorar las copas de los pinos, es mi amor por ti, más profundo, más cálido, más arrebatado cada día. Tuyo,

E.S.

28 de setiembre

Amor:

Tu carta de hoy ha sido para mí como un mazazo. Mi fe ciega en la comunicación telepática he de ponerla en entredicho. ¿Cómo pudiste olvidar una cosa así? Comprendo que el ajetreo de una gran ciudad, tu núcleo familiar, poco tienen que ver con el retiro de anacoreta en que mi vida se desenvuelve. Pero, con todo, la razón que aduces no es convincente: el espacio «Grandes Relatos» se prolongó hasta más allá de las doce y, cuando quisiste darte cuenta, la hora de nuestra cita había pasado. Rocío, ¿tan poco significaba ésta para ti? Me hago cargo que en tu situación de reposo absoluto, la música, los libros y la televisión constituyan tus pasatiempos habituales pero, precisamente por su carácter inhabitual, nunca debiste olvidar nuestra romántica cita. Discúlpame, hablo por mí, a impulso de mi egoísmo, de mi amor desbordado, y no tengo derecho a exigir correspondencia al mismo nivel. Desde hace semanas, tú estás presente en todas las actividades de mi vida, te pienso a toda hora, me obsesionas, por eso, cuando el trance se produjo, experimenté un verdadero arrobamiento. De repente, hoy, con tus líneas de excusa, de puro trámite, ¡zas!, todo se viene abajo. Nuestra cita fue un fraude, una desoladora impostura. Sencillamente no fue, porque tú… te olvidaste. ¿No encontraste forma más piadosa de decírmelo? Sí, de acuerdo, en amor lo que no es sinceridad es hipocresía, no sólo lo que se falsea sino lo que se silencia, pero pienso que a veces el daño que causan las palabras justificaría un caritativo encubrimiento. Desearía exculparte pero desde mi posición emocional es difícil hacerlo. Es más, el hecho de que fuera el televisor, trasto que habitualmente menosprecias, el causante de tu olvido, aumenta mi decepción. Hay en mí algo de masoquista, lo reconozco, pero si uno se reserva el placer de autocompadecerse, de sentirse víctima, ¿quieres decirme qué le queda?

Estoy acongojado, Rocío. Cuando algo no te estimula por dentro, las puestas de sol en Cremanes resultan fúnebres. La gente habla frívolamente de la caída del sol pero nadie, en realidad, le ha visto nunca caer. Yo sí, querida, le veo literalmente cada tarde por detrás del Pico Altuna, las crestas del monte empiezan a roerle por la base y en pocos segundos lo devoran, dejándome sumido en una desolación crepuscular. Desde la melancolía, un espectáculo así resulta luctuoso, por no decirte insufrible. Y, para rematar la fiesta, la hiperclorhidria me corroe el estómago de manera despiadada.

Te quiere tu desventurado amigo,

E. S.

30 de setiembre

Querida:

Disculpa mi última. Nadie tiene derecho a mendigar amor. El amor se siente o no se siente, no se finge ni se improvisa. La escena del amante dando a lamer sus llagas a la amada (sus llagas de incomprendido) es un espectáculo deprimente. Dejemos, pues, las cosas como están.

Para contrarrestar mi abatimiento, dedico estos días al ejercicio físico. Ayer me fui paseando hasta Cornejo, empujando el cochecito de Ángel Damián, y, esta noche, antes de cenar, hemos estado limpiando de estorninos el palomar de Protto. Estos pájaros, que, hace quince años, no se conocían aquí, constituyen ahora una plaga. Antaño en el páramo, el alcotán establecía una frontera, los mantenía a raya. Hoy no hay frontera porque falta el aduanero. ¿Qué ha sido de la colonia de alcotanes que anidaban arriba, en los tilos y castaños de la carretera? Nadie lo sabe. Un día de éstos, avisaré a Ramón Nonato para limpiar también de estorninos la panera de casa.

¿Cómo sigue esa hepatitis, cariño? ¿Vigilas las transaminasas? ¿Estás en buenas manos? Te recuerda a toda hora,