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Lo que creo es que, como otras técnicas de ayuda, tiene indicaciones específicas, indicaciones indiferentes y, por supuesto, tiene contraindicaciones.

Creo, además, que es una técnica antigua, que en la mayor parte de los casos ha sido mejorada por los nuevos aportes.

Alguien podría creer que digo esto por considerarme a mí mismo incapaz de ser psicoanalista. Bien, a ese alguien yo le contesto:

– ¡Tiene razón!

Yo estoy seguro de que sería un pésimo psicoanalista. Alguna vez, mientras estaba en un grupo de estudio psicoanalítico acosté a alguna de mis primeras víctimas, quiero decir pacientes, en un diván… Nuestra última sesión fue aquel día que él me dijo:

– Doctor… ¿Duerme? Y ahí me desperté.

Creo que sí sólo existiera el psicoanálisis, yo tendría dos caminos y sólo dos:

1) Inventar la Gestalt.

2) Dedicarme a otra cosa --que seguramente no sería la medicina (me relamo pensando en un taller de carpintería.

William Shultz dice:

"Si a un terapeuta le incomoda mirar a la gente a los ojos, desarrollará una teoría que requiera situar al paciente fuera del campo visual; si se siente torpe cuando debe tomar la iniciativa, construirá una teoría que sólo demande al terapeuta responder; y si se aburre con facilidad, adherirá a una teoría que lleve a los sujetos a gritar, vociferar y pelear"… (refiriéndose al psicoanálisis, la terapia rogeriana y la Guestalt).

Es que la incapacidad bien usada es un excelente acicate para el progreso y la creatividad. El mismo Freud abrió su camino investigador desde sus pocas habilidades como hipnotizador.

La mejor manera de avalar esto que te digo es contarte que, en más de una oportunidad, he sugerido a pacientes que recurrieran a un psicoanalista; y en varias oportunidades, yo mismo indiqué la derivación.

Eric Berne tiene una frase en su libro que me parece geniaclass="underline"

¡CÚRESE PRIMERO Y PSICOANALÍCESE DESPUÉS! Cuando, después de un camino recorrido juntos, un paciente que ha resuelto la mayor parte de sus conductas neuróticas, que se siente pleno, que no tiene urgencias, me comenta que siente ganas de saber más de él, que quiere indagar más profundamente en él mismo y a veces, ¿por qué no… que quiere conocer los mecanismos de sus conductas, entonces le sugiero que vea a un analista y hago la derivación. Otras veces, en la primera entrevista o en la segunda, el paciente me dice que quiere saber el porqué, que quiere explicaciones para sus actitudes, que quiere rellenar los huecos que existen en su memoria… Cuando sucede esto, suelo decirle a mi entrevistado que lo que él pide lo podrá encontrar en un tratamiento psicoanalítico.

A veces, él pregunta por qué no lo puedo ayudar yo con todo esto… Y en general, suelo contestar que tengo seis razones: la primera es que no quiero, las otras cinco… ¿qué importan?

CARTA 24

Claudia:

Hoy tengo ganas de trabajar un poco conmigo y parece que también tengo ganas de involucrarte.

Recuerdo los ejercicios del darse cuenta de John Stevens: el darse cuenta del afuera y el darse cuenta del adentro…

Afuera de mí… el pasto, ese rosal, las flores amarillas, ese árbol…

Imagino que soy ese árbol…

Soy alto… frondoso… de un tono verde oscuro, que resalta sobre el fondo más claro.

Estoy en un costado de un campo… más allá del campo, otros árboles, ninguno de mi especie. Desde donde estoy, no veo otros como yo (supongo que debe haberlos… quizás miles… A veces, me gustaría que alguno de ellos estuviera más cerca… Otras veces, debo reconocerlo, me gusta sentirme único).

Tengo un tronco fuerte y duro. ¡Es mi sostén! Me sirve para mantenerme erguido, pero no rígido. Mis ramas se expanden al aire… llenas de hojas, me permiten la comunicación plena por cada uno de mis poros…

En esta época del año, estoy lleno de flores y frutos. Ambos son expresiones de mi deseo de trascender y, seguramente, son parte de mis intentos seductores.

Me doy cuenta de que ostento con ellos… tanto como con mi sombra… una sombra densa, cobijadora y fresca, muy atractiva para casi todos los que pasan cerca y más aún para quienes requieren mi protección o cuidados…

Me doy cuenta también de que mis ramas tienen, además, miles de espinas. Este es mi armamento defensivo; impide que los depredadores se lleven partes de mí, sin mi autorización.

Creo que, además, son el símbolo de mi maldad. ¡Claro!, no soy todo lindo y bueno. Adentro mío soy agresivo, oscuro, cerrado…

Todo esto es lo evidente. Bajo el nivel de lo evidente, me prolongo…

Unos pocos centímetros debajo de la tierra, mi tronco se divide en dos grandes ramas que se extienden hacia los costados y hacia abajo.

Mis raíces… de ellas me nutro, de ellas depende mi alimentación y mi estabilidad. Nunca pude comprender cómo sobreviven esos seres humanos, que a veces veo, sin raíces, tan inestables y tan frágiles por carecer de nutrientes…

Amo cada parte de mí mismo…

desde la punta inferior de mis raíces hasta la última hoja de mi copa…

Amo mis flores, y también amo mis espinas… Y, lo que más amo de mi ser árbol… es darme cuenta… a cada instante…

¡Que estoy vivo!

CARTA 25

Claudia:

¡Finalmente sucedió! Vendimos el departamento donde vivíamos y compramos un chalet en las afueras de Buenos Aires.

Me parece increíble… después de tantos años, acceder por fin a esa casa.

Nunca me había dado cuenta de qué era mi departamento: 350 metros cúbicos, ubicados en algún lugar del espacio, a unos quince metros del suelo.

Vivir en el aire…

Hoy me doy cuenta de que, durante años, no tuve tierra ni cielo propios.

Todo sucedió como yo hubiera elegido que sucediera: visitamos esa casa (un parque con casa, como dice Perla) y supe que eso era lo que habíamos estado buscando. Casi con la sensación de que yo ya la conocía, hablé con el dueño:

– Me gusta la casa, quisiera comprarla.

– Es tuya.

– ¡Esperá! Yo tengo que vender mi departamento.

– ¿Cuánto tiempo necesitás?

– No sé… ¿quince días?

– Bueno, te doy un mes. Yo, en ese mes, no busco otro comprador, y te espero.

Y no fue así. El departamento tardó más de un mes en encontrar su nuevo dueño y el dueño de la casa nos esperó todo el tiempo; dijo que él quería esa casa para nosotros.

Describiendo la casa a un amigo, le decía: "Es hermosa y muy grande; tiene 10 metros de frente y 45 metros de fondo, pero para arriba y para abajo ¡no tiene límites!"

CARTA 26

Así es, dulce.

También dejar una casa implica un duelo.

Duelo, etimológicamente, está relacionado con dolor; y consiste en la elaboración interna que hago cada vez que me separo de alguien o de algo. Cuánto yo haya querido a ese algo determinará la intensidad y duración de ese duelo, pero no su existencia.

Siempre hay un duelo para pasar tras una separación. Nuestra educación conspira contra la elaboración y aceptación de los duelos.