Es, justamente, cuando la ley intenta transformarse en una mera cuando distorsiona su función social, cuando encapsula al individuo, cuando masifica y anula a los habitantes de un país.
Sin embargo, la sociedad en la que vivimos cree con firmeza en esta moral enlatada.
Tanto esfuerzo por crear estas pautas ¿es un capricho de esta cultura?
No, creo que no.
Creo que esta manera de intentar regular la conducta de los individuos está avalada por un preconcepto filosófico también enlatado, que dice:
”El hombre, en su esencia, es malo, un demonio, un monstruo incontrolable, sometido a sus pasiones más ruines, destructivo y cruel”.
Atención a los crédulos:
¡ES MENTIRA!
Yo creo firmemente que el hombre sin presiones, en verdadera libertad, percibiendo de los demás la aceptación de su persona, en la intimidad con los otros… deja salir su ser más cálido, más sincero, más amable, más humilde, más generoso, más comprometido, más honesto y, sobre todo, su ser más sensible y creador.
Es a partir de esta manera mía de ver al ser humano, que no necesito inculcar una moral predeterminada en mi consultorio. Mi cliente no requiere de mí -aunque a veces él crea que sí lo hace-, un juicio de valor sobre ”bien o mal”, sobre ”correcto o incorrecto”, sobre ”justo o injusto”.
Lo que él requiere, ya te lo dije, es un vínculo sano, donde poder expandirse, encontrarse y no separarse más de él mismo.
Aquí está la diferencia entre un terapeuta y un sacerdote.
Este último tiene una limitación, que está obligado a interponer en su función. Una determinada moral operacional, que debe ser aceptada como patrón y medida.
El terapeuta, en cambio, parte -o sería bueno que partiese- de una postura abierta, desde un vacío, desde la ausencia de moral preconcebida, desde la realidad del paciente.
Relaciono todo esto con el psicoanálisis.
Me parece que una parte de la humanidad vive al psicoanálisis como una nueva religión.
Algunos psicoanalistas se ven a si mismos como sacerdotes (ortodoxos, conservadores y hasta reformistas).
Las resistencias se parecen a la falta de fe, a la herejía; muchos pacientes psicoanalizados son como los fieles de una determinada secta, logia o creencia.
Lo que para las religiones clásicas era “pecado” y ahora es “enfermedad”. Lo que fue “prueba divina” hoy es “trauma”. Lo que era “exorcismo” hoy es “catarsis”.
En algunos momentos, el Diablo y el Ello inconsciente, se parecen.
En esta nueva religión, se reza tres o cuatro veces por semana en el sagrado templo simbolizado por el diván psicoanalítico, desde donde, por supuesto, no se puede ver al oficiante, perdón: al terapeuta.
Se intenta conseguir así tomar contacto con lo inconsciente etimológicamente, lo ”no conocido", de la misma manera en que nuestros antepasados se extasiaban para entrar en contacto con ”lo innombrable ”inaccesible” y divino: DIOS.
Aviso a los incautos:
Terapia no es un acto de fe.
CARTA 38
Claudia:
Hace tres semanas que no te escribo… que no me escribo…
que no escribo…
Empezó el lunes 6 de julio.
De repente, un intenso dolor en el costado derecho: ”un desarreglo en las comidas” pensé, y le resté importancia, El dolor continuó allí, día tras día, semana tras semana…
Me empecé a sentir cansado, agobiado, mareado, débil.
El médico clínico sugirió que era un cuadro vesicular (¿cálculos?).
Al mes, había adelgazado seis kilos. Se me indicó una dieta y medicación y poco a poco, el dolor disminuyó de intensidad, pero se mantuvo presente, permanentemente.
Yo me peleaba con él todo el tiempo, lo alejaba de mí un instante y al siguiente… ¡allí estaba!, irradiándose a la espalda y a la ingle.
Me hice hacer una ecografía: ”Vesícula acodada; hígado algo agrandado. No hay lesiones ostensibles”. Diagnóstico presunto: ”Enteritis virósica”. Tratamiento: ”¡Esperar que pase!” Punto.
Estuve mal durante un mes más; bajé otros tres kilos y no tenía ganas de hacer nada…
Ayer nos sentamos a charlar yo y ”Mi Terapeuta”.
– ¿Qué te pasa?
– ¡No lo sé!
– ¿Qué sentís?
– Me siento mal y es diferente de lo que sentía.
¿Te duele?
– Muy poco, ahora.
– No es eso. ¿tenés miedo?
– En un momento pensé que sí. Todos mis seres queridos sugerían que eso era lo que me pasaba; creo que era lo que ellos sentían. No, no es miedo. Mirá, nunca lo sentí antes.
– Tratá de aumentar tu darte cuenta, de contactarte con tu sentir. Dejá hablar a tu imaginación. ¡Ahora! -Recuerdo a Inés cuando perdió su embarazo… Recuerdo a Cristina después de su separación… Recuerdo a Tito cuando lo conocí…
– ¿Cuál es el punto común entre ellos, en esos momentos?
– Estaban deprimidos… -¿Y bien?
– ¡Eso es!: estoy deprimido. ¡DEPRIMIDO!
Es fantástico, recién ahora me doy cuenta de que nunca antes había estado deprimido, real, auténtica y totalmente deprimido.
– ¿Cómo es estar deprimido?
– Siento que estoy en un larguísimo viaje, solo. En el camino hay piedras inmensas y profundos abismos que me impiden el paso… yo estoy absolutamente imposibilitado de actuar, no tengo fuerzas para levantar las piedras ni para saltarlos precipicios… Hace siglos que recorro este camino… Estoy muy cansado, me cuestiono si vale la pena seguir andando. Quiero imaginarme el final del camino y lo único que consigo ver es un sendero que se angosta hasta llegar a un cartel. El cartel dice:
ESTE ES EL FINAL
¡Eso es todo!
Me digo que no es posible… ¡Debe haber algo más! Miro el otro lado del cartel. Hay algo escrito.
REALMENTE ES EL FINAL
– ¿Qué final?
– El final, el gran final. -¿Es la muerte?
– Debe tener que ver con eso, pero no es el dejar de respirar, o de caminar o de latir; es peor. Es el dejar de sentir…
– Conéctate con eso, no abandones esa sensación. -En el camino, yo. Me dejo estar, de a ratos parado, en otros agachado, ahora rodando hacia abajo y cuanto más ruedo más pequeño me hago… Dejo de rodar… Estoy boca abajo y siento el peso de todo sobre mi espalda. Todo el mundo, todo el universo apoyado sobre mí y yo sin fuerzas para levantar una pluma…
– No hagas fuerza…
– Me aplasta… me aplasta… me agujerea… me traspasa.
– Seguí… -Tengo un gran agujero en mi pecho, se puede ver a través de él. Yo veo cómo el hueco se agranda. Soy más liviano. Floto. Estoy sin estar.
– Déjate flotar.
– Me dejo. De todas maneras, nada podría hacer para evitarlo.
– No se trata de que puedas o no evitarlo. Se tata de que respetes tu estado personal, se trata de no oponerte a tu realidad de hoy. Se trata de no interrumpir un proceso en curso. Se trata de dejar salir esta depresión, que si está, lo mejor es que se manifieste y se agote, para poder después pasar a tu siguiente momento.