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– Usted tenía razón, doctor, no existen los fracasos cuando no hay expectativas; y esto es cierto en su trabajo y también en la vida.

Sonrió y siguió:

– No se enoje, doctor, quería verlo y decirle esto, pero estoy cansada y quiero dormir.

Me acerqué, la besé y me fui.

Hoy murió Sara.

Hoy me entristece tu muerte, Sara. Hoy me alegra haberte conocido.

Hoy te agradezco tu llamado de hace tres semanas. Hoy, Sara, me despido de vos para siempre.

CARTA 49

Claudette:

Así es: la muerte conecta con la gran impotencia. Y quizás este sea el gran temor a la muerte que está en (¿casi?) todos nosotros. El temor a la impotencia.

Vivimos en un mundo exitista. El triunfador, el ganador, el vencedor, el fuerte, el poderoso; estos son nuestros modelos. Estos son los héroes admirables que damos a nuestros hijos en cine, televisión, libros y revistas. Este es el modelo de nosotros mismos que queremos darle a nuestros hijos: ”papá puede”, ”papá sabe”, ”papá es bueno”, ”papá nunca se equivoca”. En resumen: ”papá es Supermán”. Y así hemos crecido, con estos mensajes.

Y así hemos llegado a ser adultos, perdón, rectifico: quise decir mayores.

Y así nunca hemos aprendido a aceptar lo que no podemos.

Y así vivimos: esquivando, negando y evitando sentirnos impotentes,

Hoy me encuentro con un otro cuya actitud me desagrada. Hablo con él, pero no la modifica. Me siento impotente y no me banco mi impotencia. Entonces, le grito.

No alcanza para que él cambie. Sigo sin bancarme mi impotencia. Entonces, lo insulto.

No me sirve, él sigue en la suya. Y yo, con mi impotencia. Entonces le pego, y si me sigo sintiendo impotente, entonces, lo mato. Y me sigo sintiendo impotente, entonces… ¡ah! entonces, me suicido.

Parece muy loco, ¿verdad? ¡Lo es!

¿Pero no es este, acaso, el mecanismo por el cual algunos padres les pegan a sus hijos?

Cuando en la guardia del hospital llegaban los niños con heridas, moretones y a veces serias lesiones, producidas por alguno de sus padres, ¿qué era esos? ¿Incentivos de aprendizaje? ¿Correctivos?

Cuando en una discusión callejera, uno de los individuos saca un arma y ataca a otro, ¿qué es eso? ¿”Un exceso”, “producto de la pasión”?

Cuando un alguien renuncia a su vida y salta de una ventana, ¿qué es eso? ¿”un acto de protesta?

¡Sostengo que no!

Sostengo que estas y todas las demás hostilidades que pululan en nuestro mundo, son el resultado de la incapacidad de alguien o algunos para soportar su no poder, son la expresión de una absoluta negación de la realidad. Una realidad que impone que no somos omnipotentes.

Te invito a que lo investigues en vos misma.

La próxima vez que te encuentres en una actitud hostil (esto es: destructiva o cruel, dañosa o hiriente), la próxima vez, miráte hacia adentro. Buscá la impotencia implícita. Y cuando la encuentres, cuando sepas qué es lo que no aceptás, qué es lo que no podés modificar, intentá aceptar simplemente que quizás no puedas, date cuenta de que, si podés, quizás no sea en este momento o por este camino. Aceptá tu impotencia.

Y si lo hacés, cuando vuelvas a tu realidad de este momento, quizás compruebes con sorpresa que tu hostilidad ha desaparecido.

Lo más interesante es que, muchas veces, cuando yo recorro este camino y, de vuelta, renuncio a la actitud hostil, el otro, quienquiera que sea, suele hacer una apertura de su capacidad de escuchar. Aparece así una probabilidad adicional de interactuar que me estaba vedada cuando él gastaba todas sus energías en defenderse de mí y entonces no tenía espacio ni siquiera para replantearse su postura.

Atención: no confundas hostilidad con agresión. ¿Otra vez con las palabras? Sí, otra vez.

CARTA 50

Amada Claudia:

Agresión viene de ”agressio” y significa: acometer, embestir, ir hacia.

Hostilidad viene de ”hostillos”, que significa enemigo, adversario. Es verdad que la actitud hostil es una agresión, en cuanto significa un movimiento hacia, pero no toda agresión es hostil.

La hostilidad tiene como función específica la herida, el daño, la aniquilación del otro. En resumen, su destrucción.

La agresividad puede, en cambio, ser constructiva. Agredir es desestructurar. Sigamos a Perls:

”Cuando comemos, cortamos los alimentos antes de llevarlos a la boca. Ahí los reducimos a partes más pequeñas con los dientes y los trituramos con las muelas. La saliva tiene enzimas que comienzan un proceso de rupturas, que seguirá luego en el estómago. Allí, un poderoso ácido (el clorhídrico), ataca los alimentos rompiendo sus estructuras mientras los movimientos de zarandeo ayudan a la acción de estos ácidos. ¿Qué pasaría si alguno de nosotros cancelara toda actitud agresiva, incluidos estos actos evidentemente agresivos: cortar, morder, triturar, corroer con ácidos, zamarrear, etc.?

Pues el resultado sería que eliminaríamos lo que ingerimos tal como ingresó en nosotros.

Nuestro aparato digestivo necesita desestructurar los alimentos para poder asimilar lo útil…”

Y lo más importante: si esto pasara, si canceláramos esta agresión hacia lo de afuera (el alimento), nuestro organismo buscaría la energía en nuestra propia sustancia.

Comenzaríamos a agredir a nuestros propios tejidos, en busca de esos nutrientes.

Bien, esta agresión desestructurante es parte de mis mecanismos "incorporadores”. El metabolismo psíquico reproduce el metabolismo digestivo.

Es por esto que, a veces, cuando quiero mostrarte algo, quizás sea bueno que sea agresivo: amorosamente agresivo, bellamente agresivo, constructivamente agresivo.

Yo soy un terapeuta agresivo. Quizás despiadado.

A veces, hasta cruel.

Lo soy cuando te empujo a encontrarte con lo que evitás.

Lo soy cuando te digo lo que más te duele.

Lo soy cuando te desarmo tu aparato defensivo.

Lo soy cuando desde un ejercicio psicodramático me permito insultarte y hasta abofetearte.

Lo soy cuando me acerco sin tener en cuenta la distancia ”supuestamente" entre terapeuta y paciente. Lo soy cuando me permito decirte: ”Me aburro, me fastidia, no tengo ganas, no quiero o andáte”.

Soy cuando me permito decirte: ”Me gusta, quedate, te amo”.

Lo soy con vos. Lo soy conmigo. Lo soy.

CARTA 51

Claudia:

Hemos hablado de proyección y de introyección, y te dije que eran mecanismos de defensa, formas de pseudorrelación con el afuera; maneras de evitar conectarme con lo de adentro.

Hay un mecanismo más, descripto por Perls, que siempre me pareció interesantísimo: la retroflexión (en realidad, Fritz describió cinco: proyección, introyección, retroflexión, deflexión y confluencia).

Imaginemos que vos y yo discutimos (no hace falta imaginar mucho, ¿no?), imaginemos que en medio de la discusión te siento hostil, o que lo que me decís me conecta con la bronca. Mi cuerpo se tensa, una emoción tiende a salir de mí, trascendiendo hacia tu persona.