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Esa emoción se quiere transformar en acción para salir.

Imaginemos ahora que esta conducta es una frase hiriente, quiero herirte. Pero hete aquí que yo siento, además, lo mucho que te quiero.

Si no me siento capaz de herirte porque te quiero, entonces fabrico una muralla entre vos y yo que te proteja de mí.

– Mi conducta hiriente sale de mí-, pero antes de llegar a vos, choca con el muro que yo construí y, ¡oh sorpresa!, el muro se transforma en un espejo y esta actitud hostil se vuelve hacia mí.

Recibo de mí mismo la actitud destructiva que había generado frente a tu conducta.

Esto es la retroflexión.

Me hago a mí mismo lo que quisiera hacerles a los demás. Retroflexionar es dañarme por no dañarte, acariciarme por no acariciarte, mirarme por no mirarte, matarme por no matarte.

Hay maneras evidentes de autohostilizarme.

Creo que las dos formas típicas de autoagresión hostil escondida, que tenemos con nosotros mismos, son la depresión y la culpa.

¿Cómo? La culpa (identificación con la (urgencia del otro) en realidad, carece de energía propia. La culpa es la retroflexión del resentimiento.

Si cada vez que me siento culpable frente a alguien busco dentro de mí, encontraré el resentimiento que tengo escondido para con esa persona.

Y si consigo sacarlo de mí, si consigo resolver este resentimiento (como dice Perls: la mordedura que no afloja, si consigo deshacerme de la emoción guardada, mi sentimiento de culpa termina.

Podré seguir apenado o triste o dolorido, pero no me sentiré culpable.

En el consultorio ya sea durante las sesiones individuales, grupales o en los laboratorios, gran parte de los ejercicios teatralizados tienden a permitir la evacuación de estos resentimientos. Tanto con los padres como con la pareja, estos resentimientos son verdaderas guestalts abiertas, situaciones inconclusas que impiden la emoción auténtica del aquí y ahora con el otro.

Dicho sea de paso, creo que este punto es el único (y no por eso poco importante), el único avance real que hemos hecho en relación con la educación de nuestros hijos.

Creo que seguimos (y seguiremos) cometiendo errores para con nuestros hijos que, de alguna manera, los dañarán. Sin embargo, a diferencia de nuestros padres o abuelos, siento que nuestra generación permite a los niños la rebeldía. Nosotros no forzamos a nuestros hijos a retroflexionar su bronca.

Y creo, además, que este permiso de rebeldía es lo que los salvará de nosotros.

Ningún padre puede evitar cometer errores cuando educa. Siempre digo antipáticamente que la “educación no es democrática”. Educar es también frustrar. Cuando le enseño a mi hijo a hacer pis en el inodoro, en forma inevitable lo estoy privando de una sensación que para él es placentera.

Socializar se parece a veces a domesticar.

¿Qué quiere decir esto? ¿Condenamos a nuestros hijos a estar mañana sobre un almohadón, frente a un terapeuta, pateándonos?

Es probable.

Si así fuera, no sería para mí tan grave.

De todas maneras, yo siento que ya que no podemos evitar dañarlos, nuestra única responsabilidad (además de avalarles la rebeldía), repito: la única responsabilidad respecto a este daño, es compensarlos.

¿Qué es compensarlos?

Amarlos, dejarlos que sepan de nuestro amor y, ¿por qué no?, “malcriarlos” de vez en cuando.

CARTA 52

Querida Claudia:

Yo siento que todo lo que he leído me ha servido. Leer un libro es recorrer un camino. Hay caminos atractivos, caminos aburridos, caminos fáciles y caminos tortuosos. Hay caminos que conducen a lugares hermosos y caminos que no conducen a ninguna parte.

Leer un libro es penetrar en otro mundo. Hay mundos nuevos y diferentes, llenos de cosas originales y fascinantes esperando ser descubiertos y también mundos repetidos y mediocres donde todo es igual, parejo y sin matices. Hay mundos para visitar una sola vez y otros adonde siempre queremos retornar.

Leer un libro es como conocer a otra persona. Hay personas que me atraen desde el primer momento, que ya desde el mínimo contacto me atrapan y cautivan. Hay personas que parecen insulsas y sin valores, hasta que me adentro más en ellas y comienzo a disfrutarlas. Hay personas simples y transparentes y también hay personas retorcidas, complicadas y elitistas. Hay personas cuyo solo contacto me enriquece y hay otras que pueden aportarme en verdad poca cosa. Felizmente, también hay personas tan trascendentes como para modificar mi vida.

Si yo tuviera que mencionar los libros que cambiaron mi vida, esa lista sería más o menos así:

La libertad primera y última, de J. Krishnamurti

El libro del Ello, de G. Groddeck

Palabras a mí mismo, de H. Pratter

Dentro y fuera del tarro de basura, de F. Perls

El Principito, de A. Saint-Exupéry

No empujes el río, de B. Stevens

El viejo y el mar, de E. Hemingway

El enfoque guestáltico, de F. Perls

Un mundo feliz, de A. Huxley

Qué dice Ud. después de decir Hola, de E. Berne

Vivir, amar y aprender, de L. Buscaglia

Demián, de H. Hesse

El proceso de convertirse en persona, de C. Rogers

El proceso creativo, de J. Zinker

Rebelión en la granja, de G. Orwell

Las enseñanzas de Don Juan, de C. Castaneda

Juegos que juega la gente, de E. Berne

Tener o Ser, de E. Fromm Voces, de A. Porchia

La casa redonda, de A. Stalli

Sueños y Existencia, de F. Perls

Todos somos uno, de W. Schultz

Tao: los tres tesoros, Bagwan Rajneesh

El piloto ciego y otros relatos, Giovanni Pappini

Tengo por todos estos libros un amor inmenso. Los leo y releo, me deleito y relamo.

Los recomiendo y los regalo permanentemente. Tengo con estos libros un deseo muy especiaclass="underline" ¡Me gustaría que los leyeras vos!

CARTA 53

Claudia:

Lo que pasa es que la problemática fundamental de la humanidad ha ido variando con el paso del tiempo. Por supuesto, gracias a que (mucho más allá de los individuos) las distintas corrientes psicológicas y filosóficas de la psicoterapia han influido sobre la sociedad.

Cuando Freud comienza a elaborar su teoría psicoanalítica, en las primeras décadas del siglo, la problemática fundamental de la humanidad era la represión sexual. No es casual, por ende, que el psicoanálisis focalice la génesis y el tratamiento de los trastornos psíquicos en el área sexual. Y haga pasar por allí, lo sexual y lo no sexual. A tal punto, que necesitó redefinir la sexualidad para incluir en el concepto de líbido toda la energía psíquica relacionada o no con la genitalidad.

Durante la década siguiente (hasta los 40), esta problemática es superada por la humanidad (sin lugar a dudas, en gran medida por la contribución freudiana) y aparece entonces un nuevo foco: los sentimientos de inferioridad y culpa.

El mundo científico, ocupado en la psicología y terapéutica, se focaliza entonces en esa problemática y con, terapeutas de la talla de Otto Rank a la cabeza, trabaja sobre el tema.

Otros diez años le llevará al hombre resolver este atascamiento. Aparece entonces un nuevo problema: la competencia y la hostilidad (estamos en plena posguerra mundial). De la mano de Karen Horney y otros, la humanidad se enfrenta con el tema y lo resuelve.