Выбрать главу

En la década 1955-65, el punto conflictivo de la humanidad parece centrarse en el sí mismo. El hombre descubre su vanidad. Al salir de su necesidad de poder y frente al evidente fracaso de la sociedad industrial, que le aseguraba la felicidad desde el tener (Erich Fromm), el ser humano se da cuenta de lo que no es. Descubre sus vacíos interiores y su problemática se concretiza. La realidad de lo obvio se impone. Rogers, Fromm y otros se ocupan con maestría del tema.

Como era de esperar, el siguiente giro es el resultado de la resolución del anterior. Resuelta la conflictiva de yo-conmigo y nuestro intento de confrontamiento, descubrimos nuestra dificultad para convivir con el deseo y con el sentir.

Aquí aparece Fritz Perls, quien habla de dos maneras de conectarse con el mundo: una intelectual, lógica, racionaclass="underline" el Pensar y la otra vivencial, sentida e intuitiva: el Darse Cuenta.

Al privilegiar esta última, la Gestalt quiere recuperar para el individuo su capacidad de darse cuenta, sin computar en forma lógica su realidad.

El psicodrama de Moreno y el análisis transaccional son manifestaciones diferentes de la misma intención. Llegamos así a nuestra década, los 80. A mi criterio, la problemática básica de la humanidad ha vuelto a girar. Creo que, en este momento, la humanidad se enfrenta a un desafío diferente: la comunicación.

Asegurar esto no significa que ya nadie padece problemas sexuales, o de inferioridad, o de competencia. Sólo significa que, fundamentalmente, esta incomunicación (aislamiento, ritos, egolatría, superficialidad) es la base sobre la que debemos trabajar terapéuticamente.

Quizás algún nuevo genio deba nacer en estos años para ocuparse del tema, pero no olvidemos que, mientras tanto, contamos con los aportes de Pichón Riviére, Perls, Berne, Moreno y cientos de otros que nos han legado armas importantísimas para trabajar este asunto.

¿Qué es la comunicación?

Comunicación es entrar en contacto con un otro. Un otro que, obviamente, por ser un otro es diferente.

Dicho de otra manera: es imprescindible que seas diferente para que podamos encontrarnos y comunicarnos. Son nuestras diferencias las que nos permiten contactar nuestras diferencias y no nuestras semejanzas.

¿Cómo?

Imaginemos que vos y yo somos idénticos. Imaginemos que no hay ninguna diferencia entre vos y yo, y que no hay posibilidad de que las haya.

Si así fuera… ¿qué puedo decirte que no sepas de antes? ¿qué podés aportarme que yo no haya visto? ¿qué crecimiento podés generar en mí? ¿qué idea de vida diferente podés acercarme desde nuestra identidad?

Lo que está sucediendo en esta fantasía es que vos y yo no somos dos: somos uno. Y por ello no hay comunicación entre los dos.

Esto me conecta con el tema de los límites.

Cierro los ojos y te imagino con el brazo extendido hacia mí, con la palma abierta y los dedos extendidos. Apoyo mi palma sobre la tuya… Bien, hay un límite entre tu mano y la mía que está determinado por las capas superficiales de nuestra piel.

Te pregunto: ¿ese límite nos une o nos separa? Parece claro que nos separa. Sin embargo, estamos más cerca con esta posición que si vos estuvieras en la otra habitación.

Plantéatelo de otra manera: las fronteras… ¿nos unen o nos separan de los países vecinos?

Ahora surge la claridad de la paradójica respuesta: los límites nos unen y nos separan.

Recuerdo ahora mi sorpresa cuando descubrí que en castellano una misma palabra: la palabra “cerca”, definía “proximidad” y también un elemento de “separación”, de “diferenciación”.

Pues bien, cuando soy capaz de poner claros límites en mi relación con el otro, cuando mi intención no es mimetizarme con vos, sino acercarme desde nuestras diferencias. Cuando no tengo intención de invadirte y mucho menos, de permitirte que me invadas.

Cuando sé hasta dónde.

Entonces, y recién entonces, creo estar en condiciones de comunicarme con vos.

CARTA 54

Amorosa: Hoy recordaba: hace tres años desde aquella primera carta que te mandé, donde te hablaba de mi bisabuelo. ¡Cuántas cosas han pasado en tu vida, en la mía, en nuestra vida!

Desde mí, me veo creciendo. Me doy cuenta de los cientos de cosas que he aprendido, los miles de cosas que he reaprendido (porque las había olvidado) y, sobre todo, los millones de cosas que he desaprendido (porque las había aprendido mal).

¿Sabés? eso es crecer: aprender, reaprender y desaprender.

Hace algunos meses, leyendo a Vitus Dresler, el biólogo, me encontré con una exposición que me aclaró un montón de cosas. Explica Dresler que todos los seres vivos crecen desde su nacimiento a un ritmo vertiginoso, luego ese ritmo se lentifica, hasta que el crecimiento se detiene. Lo novedoso para mí fue enterarme de que estaba claro para la ciencia de hoy que, en el mismo instante en que se deja de crecer, en ese mismo momento se comienza a envejecer.

Muy lentamente primero y vertiginosamente sobre el final de su vida natural, hasta su muerte.

¡En el mismo instante!

Esto significa que la famosa madurez o plenitud de la vida, no existe en el tiempo.

Significa que todos los seres vivos estamos creciendo o envejeciendo, ¡y este último proceso es irreversible!

El ser humano termina con su crecimiento entre los 25 y 28 años y desde allí en más, ¡ENVEJECE!

¡Qué viejo estoy! Llevo ya por lo menos ocho años envejeciendo. Lo maravilloso de haber leído esto fue darme cuenta de que, si esto sucede en el aspecto físico-orgánico, no es menos cierto que en el aspecto psíquico, mental o espiritual, pasa exactamente lo mismo. Cuando dejamos de crecer, empezamos a envejecer.

Por fortuna, hay una diferencia.

En el área espiritual, el proceso es reversible o por lo menos, detenible.

Un viejo chiste dice: ”Cuando esté en un callejón sin salida, salga por donde entró”..

Entramos en nuestro envejecimiento espiritual dejando de crecer, dejando de aprender, reaprender y desaprender, dejando de vibrar con las cosas nuevas, dejando de arriesgar.

Pues bien, estamos envejeciendo. ¡Pero la fuente de la juventud está en nuestras manos!!

No hay envejecimiento durante el crecimiento.

Por lo tanto, si seguimos creciendo, si a lo largo de nuestra vida no dejamos de crecer, ¡entonces nuestro espíritu no envejecerá jamás!

CARTA 55

Estoy sentado, escribiendo frente a la ventana. Llueve. Veo caer el agua, jugar y salpicar… cierro los ojos.

Me gustaría ser agua…

Soy el agua de la lluvia. Caigo sobre los sembrados. Me aman las plantas a las que calmo la sed. Me ama la tierra a la cual mantengo viva y fértil; me aman los hombres que viven en esa tierra y de esa tierra. Me odian los veraneantes de la playa, me odian los animales desamparados que vagan por las calles…

Soy el agua en un estanque. Aquí estoy, esperando ser utilizada. Sirvo para refrescar a los campesinos y para bañar a los animales. No soy apta para ser bebida porque estoy sucia y contaminada, demasiado tiempo quieta.

Soy el agua de las lágrimas de un niño.

Soy la expresión más auténtica de la emoción, soy el reclamo de los únicos afectos incondicionales. Soy el símbolo de la alegría y de la pena.