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No dudo de que la intención psicoanalítica básica sea desacondicionar, pero encuentro que algunos colegas sólo consiguen cambiar algunos condicionamientos enfermos por otros "más sanos" sin dejar de ser condicionamientos.

Lo que yo, y otros como yo, queremos hacer es realmente desacondicionar. Devolver al individuo su libertad, su capacidad de decidir, de actuar, de vivir… En última instancia, que recupere su capacidad de elegir.

Elegir y hacerse responsable de su elección.

Estoy hablando de ELEGIR. No de optar. No de descartar las alternativas indeseables y quedarme con el resto.

…Frente a un sendero, éste se bifurca en dos caminos: uno de terciopelo y otro de espinas. yo voy por el de terciopelo porque las espinas me dañan; vos vas por el mismo porque la suavidad del terciopelo te fascina. Vos elegís, YO opto.

Me desperdigo…

Cuando avalo mis actitudes en una orden de mis padres, en una imposición moral, en un concepto social o en un precepto religioso, ¡no me estoy haciendo responsable de lo que hago! Después de todo" -me miento- "el que obedece nunca se equivoca").

Cuando soy Yo En cambio, cuando soy un adulto, mismo, cuando no me engaño, puedo seguir teniendo padres, moral, sociedad y religión pero no necesito explicar ni refugiarme en ellos.

Elijo y me hago responsable de lo que elijo.

Atención: ¡De lo que elijo! Esto implica que soy responsable de todo lo que hago y de todo lo que digo, que soy responsable de todo lo que dejo de hacer y de todo lo que me callo; y también implica que de lo único que no soy responsable es de lo que siento (Sí de lo que haga con lo que siento, pero no de lo que siento). Porque esto que siento no lo elijo yo y porque no hay nada que yo pueda hacer para sentir algo, diferente de lo que siento.

Vuelvo… Me preguntás por qué elegí ser médico.

En este momento, creo que no lo sé y que si lo supiera quisiera olvidármelo. En cambio, si me preguntaras para qué elegí ser médico, tengo una respuesta muy clara: elegí ser médico para crecer de esta manera.

CARTA 3

Mi querida amiga:

Bueno, bueno… me llenás de preguntas…

Respecto de la última frase de mi carta anterior: "Elijo ser médico y elijo esta manera de crecer", me recuerda una frase de la doctora Saslavsky (a quien yo llamo siempre mi (mamá profesional): «Los pacientes son los pretextos para nuestro propio crecimiento".

¡Y es tan cierto…!

Te imagino preguntando:

– ¿Cómo «pretexto"? ¿ustedes no son terapeutas? ¿no nos ayudan? ¿nos usan?… y cientos de preguntas más, que sé que sos capaz de hacer en treinta segundos.

¡Vayamos despacio…!

… Cuando un paciente llega al consultorio por primera vez, le menciono-entre otras cosas- la importancia que para mí tiene la doble elección del vínculo terapéutico. Esto quiere decir que no sólo él debe elegirme como su terapeuta, sino que también yo lo elegiré a él -o no- como paciente.

En general, esta elección la hago en forma intuitiva. Simplemente siento que puedo y quiero ayudarlo, me gusta, despierta mi interés o vaya a saber qué.

A partir de la elección que solemos hacer en dos o tres entrevistas, comenzamos a trabajar juntos.

Repito: JUNTOS.

El vínculo no es jerárquico.

No soy un genio frente a un tonto, ni un maestro frente a un alumno. Somos dos personas con distintas experiencias, con distintas maneras de ser, de pensar y de sentir.

Es cierto… prestamos más atención a su problemática personal que a la mía, pero esto es sólo debido a que suponemos, repito: suponemos, que hay una cantidad de cosas que yo tengo vistas y capitalizadas.

Esa es mi única ventaja; la de él es que, sin duda, sabe mucho más sobre sus problemas que yo.

De allí que, con el aporte de ambos, las posibilidades de crecer se multiplican. No únicamente las de mi cliente (antes me molestaba esta palabra, ahora la encuentro muchas veces más apropiada que paciente), sino también las mías.

Cualquier contacto sano con el otro, me enriquece en sí mismo y más aún cuando puedo dar de mí.

Suena paradójico esto de enriquecerse dando, y sin embargo siento que es así.

Es que, cuando doy, el acto de recibir del otro es vivido por mí como una entrega de su parte… Del mismo modo, me entrego al otro cuando recibo lo que me da.

Para mí es diferente dar, que regalar, que invertir.

En el dar hay implícita una doble dirección: doy recibiendo. Cuando doy, algo que es mío pasa a ser tuyo y en el mismo instante algo tuyo -tu aceptación- pasa a ser mío.

En el regalar, en cambio, no hay bidirección; te brindo algo pero no recibo nada. Cuando te regalo, te paso algo que de alguna manera siempre fue tuyo. (Te compro un disco: lo compro para vos pero nunca fue mío.)

Por último, llamo invertir a la actitud de brindar, esperando compensación posterior y si es posible con intereses. Cuando hago una inversión, no te doy ni te regalo, sólo te presto algo, que sigue siendo mío y que de alguna forma espero me devuelvas, además del rédito que me corresponde.

El autodiagnóstico es fáciclass="underline" cuando doy, estoy recibiendo; cuando regalo, no recibo ni lo haré; cuando invierto, espero recibir algo del otro.

¿Comprendés ahora lo que quería decírte con elegir esta forma de crecer?

Es así que, a través de mi profesión, me enriquezco permanentemente y hago uso de mis mejores egoísmos.

A diferencia de otros tipos de terapia, encuentro que lo terapéutico, lo que sirve, lo útil, no es una interpretación adecuada, una medicación justa, ni un consejo sano. Lo único terapéutico es el vínculo entre mi cliente y yo.

¿Cuál es ese vínculo? El Amor.

… Sí, sí: ¡Amor!… En algún momento hablaremos sobre qué significa esta palabra que ha sido tan usada, tan malgastada, tan distorsionada, tan desvirtuada. Por ahora quiero que sepas que es, para mí, casi una condición indispensable para aceptar a un paciente: que me sienta capaz de amarlo en el mejor y más claro sentido de la palabra.

Muchas veces me han preguntado sí amar a un cliente no es peligroso. Para mí no lo es, y en cuanto a él, parto de la base de que un tratamiento psicoterapéutico siempre es peligroso.

Una vez, Fritz Perls (el creador de la terapia guestáltica) atendió a una mujer que había intentado -varias veces- suicidarse. En medio de un ejercicio terapéutico, ella descubre que en realidad su deseo es matar a su esposo y no a sí misma.

Termina la sesión, la paciente deja el consultorio y pocas horas más tarde intenta asesinar a su marido.

Aun en este caso, que considero muy extremo, sigo sintiendo que fue más sano contactar con su verdadero deseo, que transformarlo -por no permitírselo- en autoagresión.

Creo que si se hubiera permitido hablarlo, sacar afuera ese deseo homicida, quizás, sólo quizás, no hubiese necesitado intentarlo.

En todo caso… cualquier terapia "seria" es peligrosa y el riesgo implícito -creo yo – vale la pena.

CARTA 4

Amiga mía:

Cuando recibo una carta tuya, algo dentro de mí vibra y salta.

Lentamente miro el sobre… la estampilla… tu letra… (¿estabas esta vez tensa? ¿o apurada, quizás?).

Me tomo tiempo para sentirte en contacto conmigo antes de leer el contenido…