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—Estoy de acuerdo con usted en eso —dijo Battle asintiendo con la cabeza—. Sería demasiada coincidencia.

—Supongo que ocurriría así... Se mencionó un asesinato o cierta forma de asesinato y el señor Shaitana sorprendió un gesto extraño en la cara de alguien. Era muy rápido en interpretar la expresión de un rostro. Le divirtió hacer un experimento... sondear con mucho tiento en el curso de una conversación insustancial, al parecer... vigilar cualquier sobresalto, cualquier silencio, cualquier deseo de cambiar de tema... No es difícil hacer una cosa así. Si se sospecha un secreto, nada es tan fácil como confirmar los recelos que se puedan tener. Cada vez que una palabra da en el blanco, se recibe uno de ellos... si se está esperando que ocurra tal cosa.

—Sí; ésa es una clase de juego que hubiera gustado a nuestro difunto amigo —asintió Battle.

—Podemos conjeturar, por lo tanto, que tal fue el procedimiento utilizado en uno o más casos. Pudo encontrarse también con alguna prueba, e investigar lo sucedido. Pero en un supuesto u otro, dudo que tuviera en su poder los suficientes datos fehacientes como para acudir a la policía.

—O pudo no haber sido de ese modo —dijo Battle—. Muy a menudo nos encontramos con asuntos que no parecen claros... sospechamos que ha existido juego sucio, pero no podemos probarlo. De todos modos, el procedimiento a seguir no ofrece dudas. Debemos investigar los antecedentes de esa gente y tomar nota de cuantas muertes puedan tener alguna significación respecto a ellos. Supongo que se daría cuenta, como ha hecho el coronel, de lo que Shaitana dijo mientras cenábamos.

—El espíritu malo —murmuró entre dientes la señora Oliver.

—Se refirió ligeramente a los venenos, a los accidentes, a las oportunidades que puede tener un médico y a los disparos casuales. No me sorprendería que al pronunciar esas palabras firmara su propia sentencia de muerte.

—Hizo una pausa verdaderamente desagradable —comentó la señora Oliver.

—Sí —dijo Poirot—. Aquellas palabras dieron en el blanco; por lo menos, en una persona. Y esa persona creyó que Shaitana estaba enterado de mucho más de lo que sabía en realidad. Creyó que tales palabras eran el principio del fin... que la reunión era una diversión dramática organizada por Shaitana, lo cual culminaría con un arresto por asesinato. Sí; como dijo usted, firmó su sentencia de muerte cuando hostigó a sus invitados con dichas insinuaciones.

Hubo un momento de silencio.

—Éste será un asunto largo —suspiró Battle—. No podemos encontrar en un instante lo que nos interesa... y debemos ser cuidadosos. Ninguno de los cuatro debe sospechar lo que estamos haciendo. Todas nuestras preguntas e investigaciones deben tener la apariencia de que están relacionadas con este asesinato en particular. No podemos dejar que sospechen que tenemos cierta idea sobre el motivo del crimen. Y lo malo del caso, es que nos vemos obligados a investigar el pasado de cuatro posible asesinos, en vez de uno solo.

Poirot objetó:

—Nuestro amigo el señor Shaitana no era infalible. Posiblemente pudo estar equivocado.

—¿Respecto a los cuatro?

—No. Era demasiado inteligente para ello.

—Entonces pongamos sólo en el cincuenta por ciento.

—Ni aún eso. Yo diría que estaba equivocado respecto a uno de los cuatro.

—¿Un inocente y tres culpables? Sigue sin gustarme. Lo malo de esto es que aunque lleguemos a saber la verdad, no nos servirá de nada. Aunque alguien tirara por la escalera a su tía en 1912, de poco nos valdrá saberlo ahora.

—Sí, sí. De algo nos aprovechará —animó Poirot—. Usted lo sabe tan bien como yo.

Battle asintió lentamente.

—Ya sé a qué se refiere —dijo—. La misma marca de fábrica.

—¿Quiere decir que la primera. víctima fue apuñalada también por un estilete? —preguntó con tono de extrañeza la señora Oliver.

—No tanto como eso —contestó Battle, volviéndose hacia ella—. Pero no dudo que será un crimen del mismo tipo. Los detalles podrán ser diferentes, pero su parte esencial será idéntica. Es extraño, pero un criminal se delata siempre por ello.

—El hombre es un animal de costumbres —comentó Hércules Poirot.

—Pues las mujeres son capaces de variar constantemente. Yo misma, no cometería dos veces seguidas el mismo crimen —dijo la señora Oliver.

—¿No escribió nunca, por dos veces consecutivas, el mismo argumento? —preguntó Battle.

El misterio del Loto —murmuró Poirot—. La pista de la gota de cera.

—Es usted muy listo... sí; verdaderamente listo. Porque, desde luego, la trama de esas dos novelas es la misma... aunque nadie se ha dado cuenta de ello. En una se trata del robo de ciertos documentos, durante una reunión familiar del Gabinete; y la otra se refiere a un asesinato ocurrido en el bungalow de un cosechero de caucho, en Borneo.

—Pero el asunto esencial sobre el que giran ambas historias es el mismo —observó Poirot—. Uno de sus trucos más esmerados. El cosechero de caucho prepara su propio asesinato y el ministro organiza el robo de sus propios documentos. Aunque en el último instante aparece una tercera persona que convierte en realidad lo que iba a ser ficción.

—Me gustó mucho su última novela, señora Oliver —dijo el superintendente con amabilidad. Aquélla en que todos los comisarios de policía caen heridos simultáneamente por los disparos de los otros. Se equivocó usted sólo una o dos veces en ciertos detalles de carácter oficial. Ya sé que cuida usted mucho de los más mínimos detalles y por eso me pregunto si...

La señora Oliver le interrumpió:

—Pues se da el caso de que no me importa un comino la exactitud. ¿Quién es exacto en nuestros días? Nadie. Si un periodista escribe que una preciosa muchacha de veintidós años ha muerto porque abrió la llave del gas,

después de contemplar el mar por la ventana y de dar un beso de despedida a su setter favorito, llamado «Bob», ¿cree usted que alguien organizará un alboroto porque la muchacha tuviera en realidad veintidós años; la habitación no diera vista al mar y el perro fuese un terrier que atendiera por «Bonnie»? Si un periodista puede hacer eso, no veo ninguna dificultad en que yo confunda la graduación de los policías y diga revólver cuando se trata de una automática; y dictógrafo cuando quería decir fonógrafo y utilice un veneno que permite a la víctima decir tan sólo una frase antes de morir y nada más. ¡Lo que realmente importa es que haya muchos cadáveres! Si acaso decae la acción, un poco de sangre vuelve a reanimar. Sucede en todos mis libros, si bien bajo diferentes aspectos, como es natural. Y a la gente le gusta los venenos que no dejan huella; los inspectores de policía tontos y las chicas atadas y amordazadas en un sótano que va llenándose lentamente de gas o de agua, aunque esto último es un forma bastante complicada de matar a la gente. Y finalmente, un héroe que, sin ayuda de nadie, vence a todos los malvados, bien sean tres o siete. Llevo escritos treinta y dos libros... y, desde luego, todos son iguales, como parece haber comprendido monsieur Poirot... Pero nadie más se ha dado cuenta de ello. Sólo me pesa una cosa... haber hecho que mi detective sea finlandés. Porque, en realidad, no conozco nada de Finlandia y estoy recibiendo constantemente cartas desde allí, señalándome algunas cosas que mi héroe no pudo decir o hacer por ser imposibles. Parece que en Finlandia se leen muchas novelas policíacas y supongo que será debido a que los inviernos son muy largos y la luz del día dura poco. En Bulgaria y Rumania, por el contrario, no leen nada, por lo que se ve. Debiera haber hecho que mi detective fuera búlgaro.

La mujer calló.

—Lo siento mucho —agregó tras una pausa—. Estoy hablando de mis asuntos y aquí se ha cometido un asesinato real —su cara se animó»—, ¡Qué cosa tan estupenda sería si ninguno de ellos lo hubiera hecho! Si los hubiera invitado a todos y luego, calladamente, se hubiera suicidado, sólo por la diversión de organizar un buen jaleo...