Выбрать главу

—Yo creo que sí —dijo Battle—. Tengo el presentimiento de que nuestro jovial doctor no es demasiado escrupuloso. He conocido a uno o dos como él. Hay que ver cómo se parecen muchos tipos. En mi opinión, es un homicida. Mató a Craddock y pudo matar a la esposa de éste, que empezaba a ser un estorbo y la causa de un escándalo. ¿Pero mató a Shaitana? Ésa es la cuestión. Comparando los crímenes me inclino a dudarlo. En el caso de los Craddock utilizó métodos científicos. Las defunciones parecieron debidas a causas naturales. Si mató a Shaitana, estimo que lo hubiera hecho también científicamente. Hubiera utilizado los microbios y no el puñal.

—Nunca creí que fuera él —observó la señora Oliver—. Ni por un instante. Es demasiado notorio.

—Descartado Roberts —murmuró Poirot—. ¿Y qué me dicen de los demás?

Battle hizo un gesto de impaciencia.

—Estoy completamente a oscuras. La señora Lorrimer es viuda desde hace veinte años. La mayor parte del tiempo ha vivido en Londres, haciendo viajes al extranjero durante el invierno, en ocasiones. Sitios civilizados... la Riviera, Egipto y lugares semejantes. No he podido asociar con ella ninguna muerte misteriosa. Parece que ha llevado una vida perfectamente normal y respetable... la vida de una mujer de mundo. Todos parecen apreciarla y tienen formada una alta opinión de su carácter. Lo peor que se dice de ella es que no soporta a los tontos. No niego que en este aspecto he fracasado en todo la línea. Y, sin embargo, debe haber algo. Shaitana creyó que lo había.

Lanzó un suspiro de desesperación.

—Después tenemos a la señorita Meredith. He investigado concienzudamente sus antecedentes. La historia de costumbre. Hija de un oficial del Ejército. Su padre le dejó muy poco dinero y tuvo que ganarse la vida. No estaba preparada para ningún oficio. He comprobado todo lo que hizo cuando quedó sola en Cheltenham y no hay nada sospechoso. La gente se compadeció mucho de la pobrecilla. Primero fue a vivir con unas personas de la isla de Wright... era una especie de niñera y asistente. La señora con quien estuvo vive ahora en Palestina, pero he hablado con su hermana y me ha dicho que la señora Eldon estaba encantada con la muchacha. Y nada de muertes violentas ni cosas parecidas. Cuando la señora Eldon se fue al extranjero, la señorita Meredith fue al Devonshire y entró a servir de acompañante a la tía de una de sus amigas del colegio. Esta amiga es la que vive ahora con ella... la señorita Rhoda Dawes. Estuvo allí durante dos años, hasta que su señora se puso muy enferma y tuvo que emplear a una enfermera fija. Creo que tiene cáncer. Todavía vive, pero su conversación es muy vaga, pues casi siempre está bajo los efectos de la morfina. Tuve una entrevista con ella. Se acordaba de Anne y dijo que era una chica muy agradable. Hablé también con una vecina que fuera más capaz de recordar lo sucedido en los últimos años. Ninguna defunción en la parroquia, excepto la de uno o dos de los más viejos del lugar, con los cuales, según pude deducir, nunca tuvo contacto Anne Meredith. Después de aquello estuvo en Suiza. Pensé que allí encontraría la pista de algún accidente mortal, pero no tuve ningún éxito. Ni tampoco hay nada en Wallingford.

—¿Queda absuelta, pues, Anne Meredith? —preguntó Poirot.

Battle titubeó.

—No diría yo eso. Hay algo... Tiene un aspecto asustado, que no puede atribuirse por completo al pánico que le infundía Shaitana. Es demasiado precavida. Está demasiado sobre aviso. Aseguraría que hay algo. Pero, al fin y al cabo... ha llevado hasta ahora una vida intachable.

La señora Oliver aspiró profundamente el aire... con aspecto de completa satisfacción.

—Y sin embargo —dijo—, Anne Meredith estuvo en cierta casa cuando una mujer tomó un veneno por equivocación y murió.

No tuvo queja del efecto que causaron sus palabras.

El superintendente Battle dio la vuelta completa en su sillón y se quedó mirando a la novelista con asombro.

—¿Es verdad eso, señora Oliver? ¿Cómo lo sabe?

—He estado husmeando por ahí —dijo ella—. Me ocupé de las muchachas. Fui a verlas y les conté un cuento chino acerca de mis sospechas sobre el doctor Roberts. Piensan que yo era una celebridad. A la pequeña Meredith no le hizo gracia mi visita y lo demostró bien a las claras. Sospechaba. ¿Por qué debía sospechar, si no tenía nada que ocultar? Les dije a las dos que vinieran a verme en Londres. Rhoda lo hizo y me lo contó todo sin rodeos. Me dijo que Anne había estado algo desconsiderada conmigo porque algo de lo que yo dije le recordó un doloroso incidente. Luego me lo describió con pelos y señales.

—¿Le dijo cuándo y dónde ocurrió?

—Hace tres años, en Devonshire.

El superintendente Battle murmuró algo para su capote y escribió unas palabras en el bloc. Su pétrea calma había sido sacudida.

La señora Oliver saboreaba su triunfo. Fue un momento de gran satisfacción para ella.

—Me descubro ante usted, señora Oliver —dijo Battle—. Esta vez nos ha dado una lección. Es una información de mucho valor. Y demuestra cuán fácilmente puede uno omitir una cosa.

Frunció un poco las cejas.

—No pudo estar mucho tiempo allí... donde quiera que fuese —agregó—. Un par de meses a lo sumo. Debió ser entre su salida de la isla de Wright y su llegada a la casa de la señorita Dawes. Sí así debió ocurrir. La hermana se la señora Eldon recordaba que se fue a vivir a un lugar del Devonshire... pero no sabía exactamente dónde.

—Dígame —rogó Poirot—. La señora Eldon es una mujer bastante desordenada, ¿verdad?

Battle lo miró con curiosidad.

—Me sorprende que pregunte usted eso, monsieur Poirot. No sé cómo pudo llegar a saberlo. La hermana de la señora Eldon me la describió muy gráficamente. «Es una atolondrada y nunca sabe dónde deja las cosas.» ¿Cómo se enteró usted?

—Porque necesitaba una asistenta —indicó la señora Oliver.

—No, no; no es eso. No importa de momento; sólo era curiosidad. Continúe, superintendente.

—Como decía —prosiguió Battle—, di como cierto que estuvo con la señorita Dawes cuando se fue de la isla de Wright. Esa chica es una mentirosa consumada y me engañó como a un chino.

—Mentir no es siempre señal de culpabilidad —observó Poirot.

—Ya lo sé, monsieur Poirot. Aunque existen mentirosos natos, y esa joven lo es. Siempre dice las cosas que mejor suenan. De todas formas, se corre un grave peligro callando hechos como el que nos ocupa.

—Tal vez creerá que no le interesan a usted los crímenes pasados —comentó la señora Oliver.

—Ésa sería una razón de más para no suprimir semejante información. Pudo haberse aceptado como un caso de muerte accidental, ocasionada de buena fe y, por lo tanto, la muchacha no tenía nada que temer... a no ser que fuera culpable.

—Sí; de no ser culpable de la muerte ocurrida en el Devonshire —repitió Poirot.

Battle se volvió a él.

—Ya sé a qué se refiere. Aun en el caso de que aquella muerte no hubiera sido accidental... no se puede asegurar por ello que la chica matara a Shaitana. Pero todas esas muertes ocurridas hace años no dejan de ser asesinatos, y yo necesito colocarme en situación de poder achacar cada crimen a la persona responsable de él.

—Si hemos de atenernos a la opinión de Shaitana, eso resultará imposible —dijo Poirot.

—En el caso del doctor Roberts, puede ser. Pero todavía me queda por ver si ocurrirá lo mismo en el de la señorita Meredith. Mañana iré a Devon.

—¿Ya sabe usted adonde tiene que dirigirse? —preguntó la señora Oliver—. No me gustó pedirle más detalles a Rhoda.

—Hizo usted muy bien. Pero no me costará mucho averiguarlo. Como tuvo que celebrarse una encuesta, localizaré los antecedentes en el registro del médico forense. Es un trabajo rutinario. Mañana a primera hora ya me tendrán preparados todos los detalles.