Era el gran momento de Poirot. Todas las caras estaban vueltas hacia él, con expectación anhelante. —Son ustedes muy amables —dijo el detective sonriendo—. Me figuro que ya saben lo que disfruto con estas pequeñas disertaciones. Soy un individuo bastante prosaico —hizo una corta pausa y agregó—: Este caso, para mí, ha sido uno de los más interesantes con que he tropezado hasta ahora. Eran cuatro personas; una de las cuatro cometió el asesinato, ¿pero cuál de ellas? ¿Había algo que señalara hacia alguien? En el sentido material... no. No existían indicios tangibles... ni huellas digitales... ni papeles o documentos acusadores. Sólo existían... las propias personas.
»Y una pista palpable... las hojas del carnet de bridge.
»Recordarán ustedes que desde el principio mostré un particular interés por esas hojas. Me dijeron algo acerca de las personas que las habían llenado, y también otras cosas. Me facilitaron un valioso indicio. Me fijé en seguida en la cifra 1.500, al final del tercer rubber. Esa cifra sólo podía significar una cosa... una declaración de gran slam. Ahora bien, si una persona toma la determinación de cometer un crimen bajo circunstancias tan extraordinarias, es decir, durante una partida de bridge, esa persona corre claramente dos riesgos diferentes. El primero es que la víctima pueda gritar y, el segundo, que aun en el caso de que no grite, alguno de sus compañeros de juego levante la vista en el momento preciso y presencie el hecho. Por lo que atañe al primero de los riesgos citados, nada podía hacerse. Era cuestión de suerte. Pero respecto al segundo, sí que podía intentarse algo. Es cosa sabida que durante una "mano" interesante, la atención de los tres jugadores estará centrada por completo en el juego, por lo mismo que durante una "mano" aburrida, estarán más dispuestos a fijarse en lo que les rodea Una declaración de gran slam es siempre excitante. A menudo, y en este caso así fue, se dobla. Cada uno de los tres jugadores juega sus cartas con gran atención... el que subastó, con el fin de hacer las bazas precisas, y los adversarios, al objeto de descartarse correctamente y lograr que el otro no pueda cumplir su subasta. Existía, pues, una posibilidad de que el crimen hubiese sido perpetrado durante esa "mano" y me propuse averiguar, a ser posible, cómo se desarrolló exactamente la subasta. Pronto averigüé que durante aquella "mano" hizo de "muerto" el doctor Roberts. Sentada dicha hipótesis, ataqué el asunto desde mi segundo punto de vista... probabilidad psicológica. De los cuatro sospechosos, la señora Lorrimer se me presentó como la más dispuesta para planear y llevar a cabo con éxito un asesinato... pero no podía suponerla autora de ningún crimen que hubiera de ser improvisado en un momento dado. Por otra parte, sus modales de aquella noche me confundieron. Sugerían que, o sabía quién lo habría hecho, o bien fue ella quien cometió el asesinato. La señorita Meredith, el mayor Despard y el doctor Roberts tenían también posibilidades psicológicas, aunque, como dije en cierta ocasión, cada uno de ellos hubiese actuado en forma enteramente diferente.
»A continuación hice una segunda prueba. Les pregunté por turno qué era lo que recordaban del aspecto de la habitación. Con ello conseguí cierta información valiosa. En primer lugar, la persona que mejor pudo fijarse en la daga era el doctor Roberts. Es un observador natural de bagatelas de cualquier clase... lo que se llama un hombre observador. De las "manos" que jugó al bridge, sin embargo, no recordaba prácticamente nada. No esperaba yo que se acordara de mucho, pero su completo olvido parecía dar a entender que tuvo algo más en su pensamiento durante toda la velada. Otra vez, como ven, el doctor Roberts era la persona indicada.
»Vi que la señora Lorrimer tenía una memoria maravillosa para las cartas y pude imaginarme con facilidad que con su poder de concentración podía cometerse un crimen a su lado sin que se diese cuenta de nada. Me proporcionó un informe de gran valor. El gran slam fue subastado por el doctor Roberts sin ninguna justificación... y como fue ella la que inició la subasta, tuvo que jugar la "mano".
»La tercera prueba, en la cual tanto el superintendente Battle como yo tuvimos que trabajar duramente, fue el descubrimiento de crímenes anteriores, con el fin de establecer una similitud de métodos. El mérito de estos descubrimientos pertenece al superintendente Battle, a la señora Oliver y al coronel Race. Comentando el asunto con mi amigo Battle, me confesó que estaba contrariado porque no veía ningún punto de semejanza entre alguno de aquellos asesinatos anteriores y el del señor Shaitana. Pero, en realidad, no estaba en lo cierto. Los dos asesinatos atribuidos al doctor Roberts, si se examinaban atentamente y desde el punto de vista psicológico y no material, demostraban ser exactamente lo mismo. Habían sido lo que puedo denominar como asesinatos públicos. Una brocha de afeitar infectada audazmente en el propio tocador de la víctima, mientras el médico se lava las manos después de una visita. El asesinato de la señora Craddock, bajo la apariencia de una vacuna antitífica. Cometido otra vez a ojos vistas... ante todo el mundo, podríamos decir. Y la reacción del hombre es la misma. Se ve arrinconado; busca una ocasión y actúa sin dudar... audaz y alegremente... igual que sus "faroles" cuando juega al bridge. Y como en el bridge, cuando mató a Shaitana corrió un gran riesgo,
pero jugó bien las cartas. Dio el golpe perfectamente y en el preciso momento.
»Y entonces, cuando ya estaba completamente convencido de que Roberts era el culpable, la señora Lorrimer me rogó que fuera a verla... ¡y se acusó del crimen, de una manera convincente por completo! ¡Casi estuve por creerla! Durante unos momentos llegué a creer lo que me decía... pero mis pequeñas células grises recobraron su dominio. No podía ser... y, por lo tanto, no era así.
»Pero lo que me dijo, ponía todavía más difíciles las cosas.
»Me aseguró que habla visto cómo Anne Meredith cometió el crimen.
»Hasta la mañana siguiente... cuando me detuve junto a su lecho de muerte... no vi que yo tenía razón, aunque ella también me había dicho la verdad.
»Anne Meredith se dirigió hacia la chimenea... ¡y vio que el señor Shaitana estaba muerto! Se inclinó sobre él... tal vez extendió la mano hacia la brillante cabeza del puñal. Abrió la boca para gritar, pero no lo hizo. Recordó lo que Shaitana había dicho durante la cena. Ella, Anne Meredith, tenía un motivo para desear su muerte. Todos dirían que ella lo había asesinado. No se atrevió a gritar. Temblando de miedo y aprensión, volvió a la mesa de juego y se sentó.
»Por lo tanto, la señora Lorrimer tenía razón, puesto que, según pensó, había visto cómo se cometía el crimen... pero yo también la tenía porque, en realidad, ella no vio tal cosa.
»Si Roberts se hubiera contenido en este punto, dudo que nunca le hubiéramos podido achacar sus crímenes. Deberíamos hacerlo... con una mezcla de engaño y algunos ingeniosos artificios. Yo lo hubiera intentado, de todos modos. Pero se dejó ganar por sus nervios y se le fue la mano. En esta ocasión no tenía buenas cartas y falló muchas bazas. No hay duda de que estaba intranquilo. Sabía que Battle investigaba. Presintió que tal situación continuaría indefinidamente. La policía seguiría buscando... y tal vez, por un milagro, descubriría sus crímenes anteriores. Se le ocurrió la brillante idea de que al señora Lorrimer hiciera de víctima propiciatoria por cuenta de los cuatro sospechosos. Su ojo clínico se dio cuenta, indudablemente, de que la mujer estaba enferma y que su vida no podía durar mucho. Resultaba, pues, muy natural que en dichas circunstancias eligiera una manera fácil de desaparecer, confesando su crimen antes de hacerlo. Se procuró, por lo tanto, una muestra de su escritura... falsificó tres cartas y llegó a casa de ella por la mañana con el pretexto de la carta que acababa de recibir. Antes dio instrucciones a su doncella para que telefoneara a la policía diciendo lo que pasaba. Todo lo que necesitaba era una iniciativa y la consiguió. Cuando el cirujano de la policía llegó, ya había acabado todo. El doctor Roberts tenía preparado el cuento de la respiración artificial que no dio resultado. Todo era perfectamente plausible... perfectamente verosímil.