Aquella hizo reír a Callie, que dejó que Molly le quitara las demás lágrimas una por una. A continuación, la abrazó con fuerza y le dio un gran beso, maravillándose ante la capacidad que tenía un bebé de disipar los problemas con su dulzura.
Callie deseaba con toda su alma tener un hijo, y tener a Molly en brazos no hacía sino recordárselo con fuerza. Un hijo era algo real y permanente.
Toda su vida había sido siempre temporal. Nunca había conocido a su padre. Su madre había sido de esas mujeres que necesitaban tener siempre a un hombre a su lado, pero que no tienen capacidad para que los novios les duren más que unos cuantos meses. Cuando ella murió, Callie había pasado a vivir en varios hogares de acogida. Nada de verdad, sólido ni duradero. Su vida había sido siempre incierta, nunca había tenido nada a lo que agarrarse de verdad.
Cuando se había casado con Ralph, había creído que lo había encontrado, pero pronto se dio cuenta de que no era así. Ralph había cambiado mucho de ser su novio a convertirse en su marido.
Y, de nuevo, estaba sola.
Callie era perfectamente consciente de que ésa era una de las razones por las que estaba tan empeñada en tener un hijo. Un hijo no era temporal. Un hijo era para siempre. Un hijo era ternura y confianza.
Un bebé llenaba los brazos de una mujer con algo más que olor a limpio; un bebé llenaba los brazos de una mujer con amor, felicidad, esperanza y confianza del futuro.
Y eso era exactamente lo que Callie quería. Lo necesitaba.
Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que Grant podía hacer aquello por ella y que ella podía hacer lo mismo por él.
Podía darle eso a Grant.
Tenía la capacidad de hacerlo.
Podía dárselo a sí misma.
¿Iba a tener el valor de hacerlo?
Capítulo 4
HABÍAN comenzado las negociaciones. Grant y Callie habían quedado en una cafetería de moda cuyo mobiliario era de vanguardia. Ambos habían acudido al encuentro de buen humor y con la intención de ver qué tenía que decir el otro. Ninguno de los dos sabía lo que iba a suceder.
– ¿Qué vamos a hacer exactamente? -preguntó Callie intentando sonar calmada y tranquila cuando, en realidad, estaba muy nerviosa-. Creo que lo mejor sería que dejáramos muy claro desde el principio todos los detalles. Así, los dos sabríamos la situación exacta en la que nos encontramos.
Grant asintió.
– Para empezar, quiero que quede muy claro que estamos hablando de un matrimonio de conveniencia y no de un matrimonio por amor -apuntó.
No era la primera vez que se lo decía y Callie estaba segura de que se lo iba a repetir unas cuantas veces más.
– Sí, eso lo tengo muy claro -le aseguró.
Por lo menos, así lo creía. Lo cierto era que Callie no tenía muy claro qué era exactamente una relación de amor. Ni siquiera estaba segura de que creyera en el amor. Cuando se había casado con Ralph, lo había hecho por gratitud y no por pasión.
Desde el principio había sabido que el amor no era un ingrediente de su unión por su parte y, ahora que lo pensaba, tampoco creía que hubiera habido mucho amor por parte de Ralph.
Más bien, había sido una obsesión, una obsesión que los había hecho pasar muy rápidamente de ser muy buenos amigos a horribles adversarios, y Callie no estaba segura de cómo ni por qué había sucedido aquello.
Lo único que sabía era que no quería que le pasara lo mismo con Grant.
– De hecho, cuando se me ocurrió esta idea, el matrimonio no formaba parte de ella -estaba comentando Grant.
– Pero ahora forma parte y a mí me parece que es imprescindible -se apresuró a comentar Callie.
Grant asintió.
– Sí, no te preocupes -sonrió-. Lo he pensado y estoy de acuerdo.
– Bien.
Callie estaba haciendo gran esfuerzo para parecer tranquila, pero Grant percibía que estaba incómoda y quería que se tranquilizara.
Había elegido adrede un restaurante ruidoso para reunirse con ella. No había querido llevarla a un local de mantel de hilo blanco, rosas sobre la mesa y música de violines de fondo. No, había preferido un local con música tecno y mesas de colores. Así, fijarían las futuras directrices de su relación en un ambiente frío y neutral.
Nada de emociones.
El día anterior había sido infernal. Se había sentido muy torpe por cómo le había planteado a Callie que se casara con él. Le había intentado explicar que su familia necesitaba un heredero y que él necesitaba un hijo.
Al principio, Callie se lo había tomado a broma. Luego, había creído que estaba loco. Al final, le había dicho que no lo quería volver a ver en su vida y que, por favor, no se pusiera en contacto con ella jamás.
Y no era para menos porque, la verdad, Grant se lo había montado fatal.
Se había pasado la noche paseándose por su casa, nervioso, intentando dilucidar una manera mejor de aproximarse a ella.
Normalmente, aquellas cosas se le daban bien. Había gente que incluso decía que era capaz de convencer a cualquiera de que hiciera lo que él quisiera, pero su habilidad natural se evaporaba cuando se mezclaban las emociones de manera tan fuerte.
Por eso precisamente Grant quería mantener controladas y bloqueadas sus emociones.
Cuando Callie no había ido a trabajar a la mañana siguiente, Grant se había dado cuenta de que lo había estropeado todo. Por la tarde, estaba pensando en ir a su casa a hablar con ella cuando su secretaria había entrado en su despacho.
– Tienes una visita -le había dicho con aire desaprobador.
Cuando había visto entrar a Callie, Grant había sentido que el corazón le daba un vuelco.
– Me he tranquilizado y me gustaría hablar las cosas -le había dicho ella.
Y así era como habían terminado en el Zigzag Café, rodeados de jóvenes de veintitantos años que se reunían allí a comer algo mientras escuchaban aquella música electrónica que a Grant le ponía los pelos de punta, pero lo ayudaba a mantener las emociones alejadas.
Más o menos.
– Me parece que deberíamos dejar muy claro qué esperas de todo esto -dijo Callie dejando su taza de café sobre la mesa.
– Muy bien. Espero… espero tener en hijo y poder contar también con su madre. Lo que quiero es formar un grupo familiar, me gustaría contar con un apoyo emocional básico por tu parte y ser capaz de darte a ti lo mismo.
Callie asintió y se mordió el labio inferior.
– ¿Como si fuéramos buenos amigos? -le preguntó algo escéptica.
– Exactamente -contestó Grant.
Callie frunció el ceño, pensativa. Aquello le preocupaba. Todo aquello le sonaba demasiado familiar, pero no veía otra alternativa.
– Si accedo a hacerlo, ¿qué ocurriría si… si… si no saliera bien?
Grant sonrió. Obviamente, Callie estaba cada vez más cerca de decir que sí y tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse y no dejar que la excitación se apoderara de él.
– Firmaríamos un contrato que incluiría ese tipo de cosas.
Callie sonrió e intentó hacer una broma.
– Si sucede algo así, supongo que, a imagen y semejanza de Enrique VIII, me repudiarías e irías en busca de tu Ana Bolena.
Grant sonrió.
– ¿Tú eres Catalina de Aragón?
– Prefiero divorciarme que perder la cabeza -contestó Callie encogiéndose de hombros.
– Hablaré con mi abogado para que redacte un contrato -dijo Grant-. No te preocupes, todo ese tipo de contingencias estarán contempladas.
– Muy bien. Si, al final, accedo a todo esto, me gustaría que mi abogado pudiera echarle también un vistazo.
¡Como si tuviera abogado! Obviamente, si, al final, decidía meterse en aquel lío iba a tener que encontrar uno.
– Así, si me parece que hay que incluir cambios, estaríamos a tiempo de hacerlo antes de casarnos.