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Callie asintió.

– ¿Y no me vas a hacer una lista de tus defectos para que pueda tenerlos en cuenta? -le preguntó frunciendo el ceño.

Aquello hizo que Grant echara la cabeza hacia atrás y se riera.

– Por supuesto que no. Todo en mí es bueno, Callie. Todo va a salir bien.

«Todo va a salir bien».

Callie deseaba creerlo. Sin embargo, como todo en su vida le había salido mal, siempre se esperaba lo peor.

Por eso, a la mañana siguiente llamó a Grant para decirle que había decidido no seguir adelante con el proyecto.

– Ahora mismo voy -contestó Grant.

– No -se apresuró a decir Callie-. No serviría de nada. Voy a salir. Además, no puedes hacer nada para hacerme cambiar de parecer.

– ¿Por qué?

Callie tomó aire y suspiró.

– Hay un enorme obstáculo del que no hablamos ayer y, cuanto más pienso en ello, más me convenzo de que, tarde o temprano, daría al traste con nuestros planes por mucho cuidado que tuviéramos.

– ¿A qué te refieres?

– Al amor.

– ¿El amor? -se extrañó Grant-. Claro que hemos hablado de ese tema. Lo hemos dejado muy claro. Ninguno de los dos quiere que haya amor en esta relación.

– Una cosa es decirlo, una cosa es tener muy claro que nuestra relación va a ser única y exclusivamente un matrimonio de conveniencia del que los dos vamos a obtener un beneficio, un matrimonio reglado por la lógica, pero, cuando nos casemos, estaremos mucho tiempo juntos. ¿Qué pasaría si uno de nosotros perdiera la objetividad y…? Quiero decir que, ¿cómo podríamos garantizar que la cosa nunca pasará a mayores?

Grant se quedó en silencio unos segundos.

– Buena pregunta, lo admito. Es verdad que para seguir adelante con todo esto tendría que haber entre nosotros cierto afecto. Por lo menos, tendríamos que caernos bien.

– Yo creo que nos caemos bien -admitió Callie a regañadientes.

– Muy bien, pero ninguno de nosotros quiere una unión emocional. Tú no quieres volver a casarte, ¿no?

– Por supuesto que no -suspiró Callie pensando en Ralph-. Sin embargo, Grant, seguimos corriendo el riesgo de que… bueno, de que uno de nosotros empiece a gustarle el otro demasiado.

– Yo te aseguro desde ahora mismo que, en mi caso, no me va a suceder -contestó Grant-. No sé lo que sabes de mi matrimonio, pero te diré que Jan fue el amor de mi vida. En cuanto la conocí, supe que era la mujer con la que quería estar y que nuestra unión iba a ser para siempre -le explicó Grant-. Yo soy de esos hombres que se entregan para siempre. Por supuesto, tuvimos nuestros más y nuestros menos, pero era mi gran amor -añadió con voz trémula-. Cuando la perdí a ella y a nuestra hija, perdí mi vida.

Callie cerró los ojos. El dolor de Grant era difícil de soportar.

– Salí del hoyo porque mi abuelo me necesitaba -continuó Grant tras haber hecho una pausa para recuperar la compostura-. No quería defraudarlo porque él también lo había pasado muy mal en la vida, así que, poco a poco, conseguí salir de la oscuridad.

Callie se dio cuenta de que a Grant le costaba mucho hablar de todo aquello.

– Normalmente, no suelo hablar de mí tan abiertamente, pero me siento obligado a ser completamente sincero contigo. La decisión que tenemos que tomar es muy importante. Yo no me quiero volver a enamorar. Eso ya lo conozco. Lo que quiero es seguir adelante con mi vida.

Callie asintió. Grant estaba siendo completamente sincero con ella y ella creía sus palabras.

– Eso no quiere decir que no me muera por tener un hijo. No lo puedo explicar con palabras. Reconozco que, por una parte, me influye mucho el gran deseo que tiene mi abuelo de ver un heredero para la familia. Significaría mucho para él. Pero no es sólo eso. A lo mejor es algo que llevo en el ADN. La verdad es que no lo sé, pero necesito tener un hijo.

– Te comprendo perfectamente porque a mí me pasa lo mismo -murmuró Callie.

Grant permaneció en silencio, dejando que Callie reflexionara.

– Callie, por favor, piénsatelo bien. Te lo suplico.

Callie no contestó.

– Nos vemos esta noche, ¿de acuerdo? -dijo Grant.

– De acuerdo -contestó Callie colgando el teléfono.

Callie pensó en ello.

Aquella tarde, salió el sol y Callie, más optimista, pensó que las cosas no eran blancas o negras y el proyecto se le antojó de nuevo posible.

Al pensar sobre el asunto, se dio cuenta de que aquélla podría ser su última oportunidad. Tenía casi treinta años y no tenía novio, así que, a lo mejor, lo que le estaba proponiendo Grant era justamente lo que ella necesitaba.

Lo único que tenía que hacer era liarse la manta a la cabeza.

¡Bueno, si era sólo eso…!

Sí, lo iba a hacer. Se iba casar con Grant Carver para tener un hijo con él.

– Es un matrimonio de conveniencia -le dijo a Tina, que recibió la noticia con la boca abierta-. No es un matrimonio por amor.

Su amiga estalló en carcajadas.

– Claro, lo dices porque es imposible que te enamores de un hombre así, ¿verdad? -dijo entre risas.

Pero Callie estaba decidida a mantenerse firme. Al fin y al cabo, ya había estado casada con anterioridad y sabía en lo que consistía matrimonio.

Más o menos.

Grant pasó a recogerla a la hora a la que se habían citado y fueron a cenar al club de campo. No le preguntó por su decisión hasta que estuvieron sentados a una mesa redonda sobre una plataforma tan alta que se veía toda la ciudad de Dallas.

En aquella ocasión, estaban sentados muy juntos, no uno enfrente del otro a cada lado de la mesa. El sumiller les sirvió un maravilloso vino color rubí y Grant elevó su copa para hacer un brindis.

– Por las campanas de boda y las pisadas de un bebé por el pasillo -propuso con una sonrisa-. ¿Quieres brindar por ello, Callie Stevens?

Callie sabía perfectamente lo que le estaba preguntando. Lo miró a los ojos y sintió un escalofrío. Había llegado el momento de la verdad. Tomando aire, asintió y elevó su copa.

– Sí, Grant Carver -contestó-. Voy a brindar por esas dos cosas y, además, me voy a casar contigo.

La alegría que vio en los ojos de Grant hizo que a Callie se le formara un nudo en la garganta y que se le acelerara el corazón. Lo cierto era que era maravilloso sentirse deseada aunque solamente fuera en un matrimonio por conveniencia.

Por un instante, creyó que Grant iba a dejar la copa sobre la mesa, que la iba a abrazar y la iba a besar. Por supuesto, de haberlo hecho, Callie le habría dicho que no y lo habría apartado, pero lo cierto era que se le había acelerado el corazón.

Callie era consciente de que, por mucho que lo intentara, no iba a poder evitar sentir cierta excitación cuando estuviera con aquel hombre.

Por supuesto, no hizo falta que Callie hiciera ninguna llave de karate para mantener a Grant en su sitio porque Grant sabía controlarse sólito, pero su sonrisa la envolvió con la misma calidez que si hubieran sido sus brazos.

– Maravilloso -exclamó con un brillo especial en los ojos-. Has hecho una buena elección. Callie, vamos a ser una pareja genial.

«Ojalá», pensó Callie deseando que fuera cierto.

Estaban sentados muy cerca y sus cabezas se acercaron todavía más y así se quedaron hablando casi como si fueran novios, perdidos en un mundo propio.

El camarero les sirvió las ensaladas y los primeros platos, pato al horno para ella y carne a la brasa para él.

La comida resultó deliciosa y la música, muy romántica. Se oía el tintineo de la cristalería y el murmullo de los cubiertos de plata. A Callie le pareció que aquél era el entorno perfecto para lo que estaba ocurriendo en su vida y se sentía como si hubiera entrado en otro mundo, un mundo en el que todo era posible.

– ¿Cuándo lo vamos a hacer? -le preguntó a Grant.

– ¿Te refieres a cuándo nos vamos a dar el «sí quiero»? -sonrió Grant-. He hablado con un juez de paz que conozco para que nos case el miércoles que viene. Por supuesto, si a ti te parece bien. Así, tendremos tiempo más que de sobra para hacer los papeles. Tenemos que llevar dos testigos. Por mi parte, va a ir mi hermana Gena.