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Callie asintió.

– Por la mía, irá Tina.

Grant se quedó mirándola con disgusto, lo que sorprendió a Callie.

– ¿Tan amigas sois? -le preguntó.

– Sí, nos conocemos de toda la vida -contestó Callie-. Verás, nuestras madres eran madres solteras y las dos murieron cuando éramos adolescentes. En aquellos momentos, ninguna teníamos familia. Nos conocimos cuando los Servicios Sociales nos mandaron a vivir a la misma casa de acogida con otros diez niños.

– ¡Dios mío! ¡No tenía ni idea de que hubieras tenido que pasar por eso! -exclamó Grant atónito.

Callie intentó sonreír, pero no le salió.

– Al principio, fue horrible -admitió-. Menos mal que conocí a Tina. Formamos una especie de familia entre las dos y eso nos permitió llevar las cosas mejor.

– Entiendo que, para ti, tu amiga es como para mí mi hermana -comentó Grant con aire resignado.

Callie asintió.

– Estaría dispuesta a hacer lo que fuera por ella.

A Callie le pareció que Grant parecía incómodo y no entendía por qué pero, en aquel momento, les sirvieron el postre y se olvidó del tema. El camarero les llevó Bananas Foster y flambeó el azúcar allí mismo hasta convertirla en caramelo.

– Esto está buenísimo -se relamió Callie-. Podría comerme uno de estos todos los días.

Grant no contestó y Callie levantó la mirada para ver qué sucedía. Se encontró con que la estaba mirando comer y aquello la puso nerviosa, así que decidió hablar de algo.

– Supongo que tendremos que fijar los detalles -propuso.

– Sí -contestó Grant-. Había pensado que nos fuéramos a vivir a mi casa hasta que naciera el niño. Por supuesto, tendrías que venir a verla para ver si te gusta…

– ¿Me voy a tener que mudar de casa? No había pensado en eso. ¿Y no podría seguir viviendo en la mía? -se alarmó Callie.

– Callie, vamos a estar casados y las parejas casadas viven juntas.

Grant tenía razón. Callie se sintió como una tonta. No había pensado en aquel tema. Era evidente que tenían que hacer parecer que aquel matrimonio era normal y corriente. ¿En qué estaba pensando?

– Tienes razón, pero quiero dormir en una habitación aparte.

Grant frunció el ceño.

– Si eso es lo que quieres -accedió sin embargo.

A Callie le sorprendió que no se opusiera.

– Creo que será lo mejor.

Grant se encogió de hombros y, a continuación, pensó en algo que los animara.

– Te he traído un regalo -dijo metiéndose la mano en el bolsillo-. Cierra los ojos.

– ¿Qué es? -preguntó Callie.

– Una sorpresa. Cierra los ojos.

Callie cerró los ojos y sintió que Grant le ponía algo en el dedo.

– Ahora estamos oficialmente prometidos.

Callie abrió los ojos y se quedó mirando el precioso anillo que tenía en el dedo índice.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Qué bonito es! -exclamó sinceramente.

Efectivamente, el solitario de diamantes era espectacular.

– ¡Oh, Grant!

– Era de mi madre.

Callie se quedó helada.

– No puedo aceptar el anillo de tu madre en un matrimonio que es de conveniencia.

– No te preocupes, hay una cláusula en el contrato que firmaremos en la que se especifica que, si nos divorciamos, me lo tendrás que devolver -le explicó Grant.

– Pero…

– Mi madre murió hace casi un año. Le habrías gustado. Estoy seguro de que le habría encantado que me casara contigo.

Callie no supo qué decir. De alguna manera, aquel anillo no era normal y corriente. Era el anillo de la madre de Grant. ¿Y si lo perdía? En cualquier caso, era obvio que Grant no quería discutir aquella noche, así que Callie decidió dejar pasar el tema.

– Es precioso, Grant. Muchas gracias.

Grant sonrió.

Callie lo tenía tan cerca que sentía el calor que irradiaba su cuerpo y supo que la iba a besar. Incluso, a lo mejor, en aquella ocasión le permitía hacerlo. Lo miró a los ojos y esperó, pero Grant no se inclinó hacia ella y, de repente, le estaba hablando de las plazas de garaje, de las llaves de casa y de otro tipo de detalles de la vida cotidiana que iban a compartir.

Callie apenas lo oía. Había estado tan segura de que la iba a besar… por supuesto, no habría sido un beso apasionado porque no era aquél el lugar apropiado para la pasión y, de todas maneras, se suponía que la pasión no tenía nada que ver con su relación.

Sin embargo, a Callie le parecía que un sencillo beso para sellar el acuerdo al que habían llegado habría sido apropiado. Le había parecido tan apropiado que incluso había ladeado la cara para besarlo. Seguro que Grant se había dado cuenta.

Aun así, no la había besado.

A Callie le hubiera gustado creer que era porque tenía puntos en el labio, pero, de alguna manera, dudaba que hubiera sido por eso.

¿Querría eso decir que no sentía por ella absolutamente nada?

«Por supuesto que no, se supone que no tiene que sentir absolutamente nada por mí», se recordó Callie a sí misma diciéndose que el suyo iba a ser un matrimonio de conveniencia y no de amor.

Sí, aunque se enamorara de aquel hombre, tendría que tener aquello muy presente. ¿De dónde demonios había surgido aquel pensamiento? Sin duda, de sus miedos más profundos. Durante años, Callie se había repetido una y otra vez que no se enamoraría de nuevo jamás.

Había salido con hombres muy atractivos por los que no había sentido absolutamente nada y lo último que esperaba era enamorarse de Grant, pero ¿qué ocurriría si le sucediera? ¿Era una locura arriesgarse?

Tal vez, pero había tomado una decisión y la iba a mantener. Se jugaba mucho.

– ¿Te parece bien que pensemos en un médico? -le preguntó a Grant.

Grant la miró sorprendido.

– ¿No tienes un ginecólogo de confianza?

– Por supuesto, mi ginecólogo de toda la vida me llevará el embarazo, pero me estaba refiriendo al médico que vamos a utilizar para… bueno, ya sabes -contestó Callie encogiéndose de hombros y sorprendida porque se había sonrojado.

Grant frunció el ceño como si no diera crédito a lo que estaba oyendo.

– No sé a qué te refieres.

¿Por qué se lo estaba poniendo tan difícil?

– Bueno, para empezar, nos tendrán que hacer pruebas -contestó Callie intentando sonar delicada-. Además, vas a tener que… bueno, vas a tener que hacer un depósito de…

– Espera un momento -la interrumpió Grant mirándola fijamente-. ¿Crees que vamos a tener un hijo por inseminación artificial?

– Por supuesto -contestó Callie muy sorprendida.

– ¡Callie! -se rió Grant con tanta fuerza que varias personas se giraron hacia ellos-. Yo creo que somos perfectamente capaces de hacerlo nosotros solitos, ¿no te parece?

Callie estaba avergonzada pues varias personas los estaba mirando y allí estaba Grant diciendo que…

– ¿Nosotros solitos? -repitió Callie mirándolo confusa-. Ah, te refieres a…

– Por supuesto que me refiero a eso. Tú y yo. Juntos.

Grant se quedó mirándola fijamente, dándose cuenta de repente de que Callie no estaba de broma. No se le había ocurrido que Callie pudiera pensar que lo iban a hacer recurriendo a la inseminación artificial. Iba a tener que tratar aquel tema con prudencia.

– Por supuesto, depende de ti, pero yo creo que podríamos hacerlo de manera un poco más personal, ¿no?

Callie se mordió el labio. Le latía el corazón de manera acelerada. No se había dado cuenta de que… pero, por supuesto, Grant tenía razón. Una de las cosas que la habían echado para atrás sobre la inseminación artificial había sido que le había parecido muy fría.