– Después de todo, los dos hemos estamos casados ya y los dos tenemos experiencia en la cama, ¿no?
– La verdad es que… -contestó Callie mirándose las manos y sonrojándose.
– ¿Estás de broma? -se extrañó Grant-. Has estado casada antes.
– Sí, pero… -contestó Callie mirándolo con los ojos llenos de confusión, una confusión que emocionó profundamente a Grant-. Mi marido no podía… no…
¿Cómo explicarle que había estado casada con un hombre que la había tratado como si fuera una muñeca, una preciada posesión, y no una mujer de carne y hueso?
La falta de interés de Ralph por mantener relaciones sexuales con ella la había confundido desde el principio de su matrimonio y todavía seguía sin entenderla.
– Pobrecilla -comentó Grant deseando abrazarla con fuerza-. Callie, no te preocupes. No haremos nada hasta que tú quieras -añadió acariciándole la mejilla.
Callie sonrió con nerviosismo al principio, pero pronto recuperó el equilibrio y sonrió abiertamente.
– Lo mismo te digo -le dijo con un brillo travieso en los ojos-. Te prometo que no te voy a presionar hasta que estés preparado.
Grant sonrió.
– Por mí, no te preocupes. Yo estoy preparado ahora mismo.
Callie se rió, pero Grant no lo había dicho de broma. Tenerla delante, con aquella preciosa cara y su piel de seda, con aquel pelo que le caía sobre los hombros… sí, lo cierto era que Grant la deseaba de una manera que podría llegar a ser problemática si no tenía cuidado.
Grant se dijo que podría vivir con un problema así.
Capítulo 5
ENCAJE blanco y promesas. ¿Qué imágenes acudían a la cabeza pensando en aquellas palabras? Obviamente, el sueño de cualquier chica. A Callie siempre le habían encantado las bodas y, cuanto más encaje blanco, mejor.
Sin embargo, su primer enlace no le había gustado demasiado porque había sido sombrío y rápido, bastante raro, y ahora se estaba empezando a preguntar por qué le parecía que su segunda boda podría resultar igual.
Iba a estar casada dos veces y ninguna de las veces de manera tradicional. Bueno, quizá fuera que, al final, no estaba de Dios que ella fuera una chica tradicional.
Por lo que le había contado Grant, que se había encargado de todo lo relativo a la ceremonia, Callie sospechaba que aquella boda iba a ser tan corta y poco romántica como la primera, una ceremonia pragmática en una oficina gubernamental con dos testigos. Vamos, como ir a recoger el carné de conducir.
Lo cierto era que Callie temía el momento como quien teme ir al dentista, sabiendo que era un trámite por el que tenía que pasar para seguir adelante con su vida.
Había empezado aquella semana su nuevo trabajo y le estaba gustando mucho. Incluso le gustaba ver a Grant de vez en cuando por allí. Sus compañeros de trabajo se habían quedado alucinados al ver su anillo de compromiso, pero de momento había conseguido mantener el nombre del prometido en secreto.
Desde luego, cuando les contara que se iba a casar con el jefe se iba a montar un buen revuelo.
Grant la había invitado a cenar varias veces durante aquella semana y su hermana había ido con ellos. Gena había resultado ser alta y delgada y tan guapa como su hermano.
– ¿Tu abuelo va a venir a la boda? -le había preguntado Callie a Grant.
– No, aunque la cabeza le va de maravilla, físicamente no está en su mejor momento. Podríamos ir a verlo.
Y así había sido. Al día siguiente, Grant la había llevado a casa de Grant Carver IV, que vivía a media ahora de la ciudad, en un rancho que era de la familia desde hacía más de ciento cincuenta años.
El abuelo de Grant resultó ser un hombre de edad, digno y elegante que, al principio, aterrorizó a Callie pues la miró de arriba abajo y la interrogó sin piedad. Sin embargo, transcurridos unos minutos, se mostró mucho más amable y, cuando Grant le dijo que le iba a enseñar a su prometida el rancho, la abrazó y le dio su bendición.
– Me cae bien -comentó Callie mientras salían de la casa-. Tú serás así cuando tengas ochenta años, más o menos, ¿no? Eres la sexta generación de Grant Carver y se supone que yo tengo que producir la séptima, ¿verdad?
– Así es -contestó Grant-. ¿Te estás arrepintiendo?
Callie miró a su alrededor, fijándose en la maravillosa casa, en el precioso paisaje del rancho y en el hombre que tenía ante sí.
No, claro que no se estaba arrepintiendo de su decisión. Iba a tener una vida que todo el mundo envidiaría. Sólo el tiempo diría si aquello se convertiría en un sueño o en una pesadilla.
Debía arriesgarse.
– No sé lo que pasará, pero estoy dispuesta a intentarlo -sonrió.
– Me alegro.
Callie había elegido aquel día pantalones blancos, una delicada blusa azul cielo y un pañuelo blanco al cuello, intentando parecer de campo, pero, sin duda, Grant se llevaba la palma pues sus botas eran de vaquero de verdad, llevaba unos pantalones vaqueros desgastados con un cinturón de cuero de enorme hebilla de plata y camisa abierta y remangada.
Desde luego, era la imagen perfecta de aquellos vaqueros con los que soñaban muchas mujeres y a Callie la tenía anonadada.
Grant le presentó a Misty, el golden retriever del rancho, una perra encantadora y juguetona. A continuación, le presentó también a Rosa Cortez, la mujer que se encargaba de limpiar y cocinar en casa de su abuelo «desde siempre».
Grant llevó a Callie a los establos, donde Callie tocó un caballo por primera vez en su vida.
– ¡Qué grandes son! -gritó, alucinada y un poco nerviosa-. En las películas, parecen más pequeños.
– No me puedo creer que nunca hayas montado a caballo -contestó Grant-. Tendremos que remediar eso. Mira, la vieja Bessie, que es esa yegua de ahí, te irá muy bien. Es un encanto.
Callie se acercó a la yegua y la acarició. Efectivamente, tenía pinta de ser un encanto, pero Callie no tenía ninguna intención de montarla.
– Me gusta tener los pies en la tierra -objetó.
Grant se rió.
– Sí, pero cuando te hayas subido en un caballo, no te vas a querer bajar nunca. Es como volar.
Callie no insistió, pero tenía muy claro que no tenía ninguna intención de subirse a un caballo. Aun así, mientras recorría las cuadras, se aseguró de llamar a todos los caballos que había y de acariciar a todos los que se dejaron.
Al salir de las cuadras, encontraron a un grupo de vaqueros trabajando. Al acercarse, Callie vio que se estaban ocupando de marcar a las reses y arrugó la nariz. No estaba muy segura de que aquello le fuera a gustar. Miró a Grant, pensando en sugerirle que volvieran a la casa, pero entonces se fijó en que él estaba mirando en otra dirección y, al seguir sus ojos, vio que estaba mirando a un vaquero alto y guapo que iba hacia ellos.
– Hola -saludó Grant tocándose el sombrero.
– Hola -contestó el otro tocándose el sombrero también.
Aunque el saludo había sido frío, Callie se dio cuenta de que aquellos dos hombres eran muy amigos. En California, se habrían abrazado y en Francia se habrían besado en la mejilla, pero estaban en Texas y allí las cosas eran diferentes.
– Callie, te presento a Will Jamison.
Callie sonrió.
– Encantado de conocerte, Callie -dijo Will.
– Will es el capataz del rancho. Antes de él, lo fue su padre -la informó Grant-. Somos amigos desde hace mucho tiempo.
– Mucho tiempo -añadió Will-. A veces, me pregunto si no nos cambiarían al nacer. A lo mejor, debería ser yo el que condujera el coche espectacular y tú el que estuviera aquí trabajando todo el día entre el polvo.
– No le hagas caso, Callie -le dijo Grant-. Está intentando darte pena -añadió con una sonrisa-. Si intentas hacer que este hombre se ponga un traje y una corbata durante sólo un día, volverá corriendo al rancho como alma que lleva el diablo.
– Nos criamos juntos -la informó Will con amabilidad mientras acariciaba a Misty-. Eramos inseparables hasta que éste lo fastidió todo yéndose a la ciudad para convertirse en un hombre de negocios.