– ¿No acabas de decir que por aquí no nieva?
– Hablaba en sentido metafórico, por supuesto.
Callie suspiró y perdió toda esperanza de que Grant le contara algo en serio.
– Debería haberlo marginado -dijo para sí misma.
– Cuando no estaba estudiando, me dedicaba a coleccionar cosas. Monedas, sellos, mariposas…
– ¿Novias? -sugirió Callie, que había encontrado un montón de álbumes del colegio y los estaba mirando.
– Jamás.
– Ya -sonrió Callie viendo la cantidad de fotos que había de Grant rodeado de chicas.
– Por supuesto, era un estudiante ejemplar. En verano, me iba a un campamento de ciencias, participaba en el periódico del colegio y era el presidente del club de entomología, tutor de varios estudiantes más jóvenes, campeón de ajedrez… ya te imaginarás que no tenía tiempo para cosas frívolas como las chicas y las fiestas y…
– Ya. Entonces, supongo que este álbum debe de ser de otro chico que se llamaba también Grant. Aquí hay una nota de una chica que se llamaba Snookie que dice así: «Querido Grant -comenzó Callie levantando la mirada de vez en cuando para ver la reacción de Grant-: muchas gracias por darme tu foto. La tengo metida debajo de la almohada para darte todas las noches un beso. Me hago la ilusión de que soy la única chica que te gusta aunque ya sé que me has dicho que tú no quieres relaciones serias…». ¡Caradura!
Grant se encogió de hombros e intentó poner expresión inocente.
– ¿Snookie? No me suena de nada.
– Aquí hay otra. «¡Grant, tío bueno! Te guardé sitio en clase ayer, pero no apareciste. Me apetece mucho verte el viernes por la noche. ¡Qué bueno estás! Te quiero, Mimi».
Era evidente por la cara que estaba poniendo que Grant tenía ganas de reírse.
– Tampoco recuerdo a ninguna Mimi -comentó.
– Seguro que ella sí que se acuerda de ti -contestó Callie.
Grant frunció el ceño, se metió las manos en los bolsillos y suspiró.
– Sí, me parece que vas a tener razón y, al final, lo que tenemos ante nosotros es un caso de identidad cambiada.
– ¿De verdad?
– Sí, debía de haber otro Grant en el colegio.
– Claro, seguro que en tu colegio había un montón de chicos que se llamaban Grant Carver.
– En mi colegio había un montón de chicos que querían ser Grant Carver -murmuró Grant.
Callie sonrió.
– A ver -dijo Callie yendo al índice del álbum-. El Grant Carver del que estamos hablando aquí fue capitán del equipo de natación, rey del baile de graduación, delegado de clase el último año. ¿Te suena?
Grant negó con la cabeza.
– Ya ni siquiera me acuerdo del colegio.
– ¡Espera! Este Grant Carver del que estamos hablando fue votado como «la persona que tiene más probabilidades de que un marido celoso lo mate a tiros» -sonrió Callie viendo que Grant estaba incómodo-. Grant, aquí no pone nada del club de ajedrez.
– Se les debió de olvidar -contestó Grant-. Bueno, da igual. ¿Bajamos a ver si está hecha la comida?
Callie negó con la cabeza.
– Quiero seguir leyendo las notitas de tus amigas.
– No -dijo Grant intentando arrebatarle el álbum.
Callie se quitó los zapatos a toda velocidad y se subió a la cama para que no la agarrara.
– «Querido Grant: eres guay y besas que te mueres» -leyó Callie riéndose-. Desde luego, todas parecían estar de acuerdo en que estabas muy bueno y besabas muy bien.
Grant también se estaba riendo, pero estaba intentando disimular.
– Dame el álbum -le dijo.
– ¡No! -gritó Callie apartándose-. Vamos a leer todas las notas. ¡La verdad debe prevalecer! Tu pasado salvaje no debe quedar suprimido para siempre. ¿De verdad que cuando estabas en el colegio eras así de ligón, canalla?
– Ya te he dicho que no soy yo.
– ¿Entonces quién es? ¿Tu hermano gemelo?
– A lo mejor. No lo sabré hasta que no me hayas dado el álbum.
– ¡Ja!
Grant alargó el brazo.
– Dame el álbum.
– Oblígame -gritó Callie con una sonrisa.
Grant no dudó. En un abrir y cerrar de ojos, se había subido a la cama con ella. Riéndose, Callie intentó huir, pero no le dio resultado, así que agarró el álbum con todas sus fuerzas. Tampoco aquello le dio resultado porque Grant era más fuerte que ella y no le costó mucho arrebatárselo.
Al hacerlo, Callie cayó sobre la cama y Grant cayó encima de ella. Cayeron enfrente el uno del otro. Callie se estaba riendo, pero, cuando miró a los ojos de Grant, vio algo que le preocupó.
– Hola -dijo lentamente.
Grant no pudo contestar. Estaba demasiado ocupado intentando no desearla. Tenía los puños apretados para no tocarla y se encontró preguntándose si iba a ser capaz de casarse con otra mujer.
Grant miró a Callie a los ojos y buscó la respuesta en ellos. Callie lo estaba mirando con impaciencia, como si estuviera esperando a que sucediera algo y ya se estuviera empezando a hartar de que no llegara.
– Si no eres ni siquiera capaz de besarme, ¿cómo vamos a hacer el amor? -le dijo pasándole los brazos por el cuello.
Grant se quedó mirándola muy serio.
Callie no había entendido nada. El sexo era sólo sexo y él era capaz de practicarlo en cualquier momento y en cualquier lugar. Sin embargo, los besos… eso era muy diferente… un beso era un puente de unión entre el corazón y el alma.
Si la besaba…
Callie se rindió, retiró los brazos y lo miró dolida. Grant no podía soportar verla así, así que, sin pensárselo dos veces, se inclinó sobre ella y la besó.
El beso fue tan maravilloso que Grant temió no poder parar jamás. De repente, se dio cuenta de que la estaba deseando e intentó apartarse, diciéndose que no quería sentir aquella necesidad de tenerla cerca, de poseerla; pero hacía tanto tiempo que no abrazaba a una mujer que su cuerpo la deseaba intensamente.
En cualquier caso, no podía dejarse llevar, no era libre para hacer lo que le apeteciera. Tenía que recordar que…
– Lo siento -dijo Callie.
Grant la miró asombrado.
– No debería haberte dicho nada -añadió Callie-. Sé que no querías besarme.
Grant no era capaz de procesar pensamientos coherentes en aquellos momentos, así que se limitó a mirarla.
– Esto no nos va resultar fácil a ninguno de los dos -comentó por fin-. Lo que tenemos previsto hacer irá en contra de los instintos básicos de ambos.
– Ya lo sé -contestó Callie.
A continuación, se levantó y lo miró. El beso la había dejado temblando de pies a cabeza, pero estaba haciendo todo lo que podía para disimular.
¡Le temblaban los labios! Jamás antes la habían besado de aquella manera y Callie se moría por que Grant la volviera a besar. ¿Debería decírselo? ¿Debería confesar que no estaba segura de poder mantener la distancia que ambos habían acordado mantener una vez casados? Tal vez, lo mejor sería que se lo dijera. Grant tenía derecho a saberlo.
Sin embargo, no le dio tiempo porque Rosa los llamó desde la planta baja para decirles que la comida se estaba enfriando.
Ambos se arreglaron la ropa y bajaron y Callie dejó que el momento pasara.
La comida, a base de tortillas de trigo y tacos, resultó deliciosa. Mientras comían, tanto Grant como Callie olvidaron lo que había sucedido y acabaron charlando y bromeando como si no se hubiera producido una conexión sensual entre ellos.
– Anda, dime cuál es la verdad sobre ti -le dijo Callie mientras tomaban el postre.
– ¿Sobre mí? -contestó Grant encogiéndose de hombros como si aquello no tuviera importancia-. Es difícil de decir. Probablemente, esté entre lo que tú piensas y lo que yo digo.
– Ah -dijo Callie pensativa-. Bueno, supongo que eso me sirve de algo. En cierta manera.
– Está bien, te voy a contar la verdad. Te advierto que es una historia aburrida. Mis padres fueron buenas personas conmigo, tuve una hermana maravillosa, amigos increíbles y una familia muy grande. En el colegio siempre me fue bien, pero n® era el mejor. Fui a una buena universidad y también allí me fue bien. En la universidad, conocí a una chica maravillosa… -añadió con voz trémula.