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Callie estaba segura de que Grant quería hablarle de Jan, pero no podía.

– Como verás, un adolescente estadounidense normal y corriente -concluyó dejando la servilleta sobre la mesa.

– Ya veo -contestó Callie-. Con bastante más dinero que la media, una familia mejor situada, un rancho enorme y una empresa familiar increíble. Admítelo, Grant, fuiste todo un privilegiado.

Grant asintió.

– Sí, tienes razón. Crecí con muchos privilegios y doy gracias por ello -admitió-. Sin embargo, te aseguro que estaría dispuesto a cambiar todo eso por un par de cosas -añadió poniéndose en pie y saliendo del comedor.

Callie se quedó sola, mirando a su alrededor y preguntándose cuántas veces habría compartido una comida allí con Jan.

Era evidente que Grant la echaba de menos y que estaba haciendo un gran esfuerzo para seguir adelante con su vida.

A Callie le habría encantado poder ayudarlo, pero temía que aquella herida fuera de las que nunca curaban.

¿Iba a ser capaz de vivir con aquello? No iba a tener más remedio que hacerlo. Eso o abandonar el proyecto.

Por lo visto, Jan iba a ser el tercer miembro de su matrimonio y no podría decir que Grant no se lo había advertido.

A la mañana siguiente, aprovechó la hora de la comida para ir a ver a su suegra.

Marge Stevens estaba inconsciente la mayor parte del tiempo, pero siempre se alegraba cuando Callie iba a verla y se daba cuenta de que era ella cuando la besaba en la mejilla.

Gracias a Grant, ahora estaba en una residencia maravillosa en la que cuidaban de ella las veinticuatro horas del día con mimo y cariño.

Callie pensaba que el abuelo de Grant tenía mucha suerte de poder seguir viviendo en su casa aunque no tuviera mucha movilidad. Por otra parte, era una pena que no pudiera asistir a la boda que tanto le interesaba que tuviera lugar.

Fue entonces cuando se le ocurrió una idea que la hizo pasarse por el despacho de Grant al volver al trabajo.

– Grant, como me dijiste que tu abuelo no puede bajar a la ciudad para la boda, se me ha ocurrido que podríamos llevarle la boda a casa. ¿Por qué no le dices al juez de paz que nos case en el rancho? ¿Se podría?

A Grant le pareció una idea maravillosa y Callie se dio cuenta de que realmente le agradecía que hubiera pensado en su abuelo. Aquello hizo que Callie se sintiera de maravilla durante el resto de la tarde.

Sin embargo, al final, resultó que no había sido una buena idea. El plan inicial de Grant y de Callie había sido celebrar una ceremonia privada sencilla con dos testigos y punto. Una transacción rápida, un apretón de manos y adiós.

Sin embargo, ahora que iban a celebrar la boda en el rancho, todo se les había ido de las manos. Y la culpa era única y exclusivamente de Callie. La idea había sido suya. Lo cierto era que, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró con que le preguntaban qué tipo de tarta quería, si iba a querer cóctel o cena sentada y que si le importaba que fueran los primos de Redmond.

Por lo visto, se trataba de unos tíos de Grant muy mayores y que se habían portado con él como si fueran sus padres.

De repente, Callie se encontró con la boda del año. Cuando todas las personas que se encontraban con ella parecían tan emocionadas con la boda, ¿cómo no las iba invitar?

– Ni siquiera tengo un vestido decente -se quejó Callie un día antes de la boda-. Tendría que tener hora en la peluquería y un vestido con velo y todas las demás cosas que lleva una novia. Y aquí me tienes, mañana me caso a lo grande, pero vestida normal y corriente y sin haber preparado nada.

– ¿No era eso precisamente lo que tú querías? -le contestó Tina.

– A veces quiero cosas absurdas -contestó Callie con frustración-. Todo esto no me da buena espina. ¿No será una señal? ¿No será que no estoy preparada para casarme? ¿No será que estoy haciendo algo muy arriesgado sin pararme a considerar las consecuencias?

– Tranquilízate -intentó calmarla su amiga-. Es normal que estés nerviosa. Todo va a salir bien. Ya lo verás.

Callie intentó calmarse. Para ello, se dio una buena ducha, se lavó el pelo, hizo la maleta que iba a llevar al rancho y volvió a hacer la que ya tenía preparada para llevarse a casa de Grant después de la boda.

A continuación, rehízo las dos. Luego, se pintó las uñas de las manos y de los pies. Durante todo aquel rato, lo único en lo que podía pensar era en Grant.

¿Cómo se iba a casar con un hombre que seguía enamorado de su primera mujer?

Se iba a casar por segunda vez. ¿Acaso aquella boda también iba a ser un error? Se había casado con Ralph, su primer marido, porque su madre y él se habían portado bien con ella cuando estaba sola y desesperada y les estaba muy agradecida por ello.

¿Sería que había vuelto a caer en la misma trampa? Se iba a casar con Grant porque le había prometido ocuparse de todos sus problemas y darle una vida fácil.

¿No era acaso aquellas razones muy parecidas a las que había utilizado para casarse con Ralph, un hombre al que tampoco amaba?

¿Por qué no aprendería de sus errores? ¿Sería una de esas personas que repetían una y otra vez el mismo error hasta arruinar sus vidas?

– Esta vez, todo será diferente -se dijo a sí misma.

«Claro, seguro que ese tipo de personas también se dicen este tipo de cosas», se reprochó.

– No de verdad. Esta vez, será diferente porque esta vez entiendo lo que estoy haciendo. No espero que mi matrimonio sea perfecto.

«¿Perfecto? Pero si a lo mejor ni siquiera llega a ser normal», se dijo.

Por supuesto, repasó mentalmente todos los pasos que la habían llevado hasta allí y se recordó que aquel matrimonio era de conveniencia, que ambos estaban dispuestos a casarse para tener un hijo y que había que mantener la calma y no mezclar las emociones.

Aun así, Callie no estaba segura de que aquello fuera a salir bien porque temía que Grant le gustara ya demasiado. ¿Debería decírselo? ¿Debería esconderle un secreto así durante toda la vida?

¡Qué angustia!

¿Y no sería mejor olvidarse de todo aquello? ¿Y si lo llamaba y…?

Era tarde cuando Grant contestó el teléfono y se encontró con que era Tina.

– Me parece que te vas a tener que venir para acá inmediatamente.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Grant preocupado.

– Tenemos entre manos un caso grave de arrepentimiento. Ven para acá -contestó Tina.

Grant esperaba que algo así sucediera. De hecho, él también había estado a punto de echarse atrás.

– Si quieres casarte con esta mujer, será mejor que vengas a convencerla -insistió la amiga de Callie.

– ¿Otra vez?

– Otra vez.

Grant suspiró, pero pensó que, tal vez, convencerla a ella le serviría también a él.

– Mira, me voy a llevar a Molly a hacer la compra, así que dispones de una hora y media aproximadamente -le dijo Tina-. Aprovéchala bien.

Qué buena era aquella mujer. Grant la había conocido mejor durante la última semana y entendía perfectamente por qué Callie y ella eran tan buenas amigas. Estaba encantado de tenerla de su lado. De no haber sido así, no habría tenido nada que hacer con Callie.

Grant llegó a casa de Callie veinte minutos después. Callie le abrió la puerta con curiosidad, pero no parecía especialmente sorprendida de verlo por allí.

– Supongo que te habrá llamado Tina, ¿no?

– Sí, me ha dicho que estabas dudando y he venido para acá.

Callie lo miró, se giró y volvió al sofá del salón. Grant la siguió y se sentó en una butaca frente a ella.

– No me vas a dejar en la estacada ahora, ¿verdad? -le preguntó.