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Callie lo miró a los ojos y negó con la cabeza.

– No creo.

A Grant le hubiera gustado que contestara con más seguridad pero, por lo menos, no lo estaba insultando ni tirándole cosas a la cabeza.

– ¿Por qué dudas?

Callie cerró los ojos, tomó aire y volvió a abrirlos.

– No lo sé. Por todo. Quiero decir, todo esto empezó siendo un matrimonio de conveniencia que se sellaría con una boda pequeña e íntima, ¿recuerdas? Ahora, me encuentro con una boda gigantesca a la que están invitados millones de personas a las que no conozco. No sé qué ha sucedido. Se me ha ido de las manos.

– No pasa nada -la tranquilizó Grant-. La fiesta de la boda no significa nada. Lo que realmente es importante para nosotros es que vamos a unir nuestra vida porque los dos queremos tener un hijo. Todo lo demás no importa -le explicó-. Si quieres, cancelamos la boda de mañana y volvemos a nuestro plan original.

– No podemos hacer eso.

– ¿Cómo que no?

Callie se mordió el labio inferior.

– Todo el mundo está como loco con la boda.

– Muy bien, pues que se lo pasen bien sin nosotros. Nosotros no tenemos por qué ir -sonrió Grant.

Callie sonrió también al imaginarse que muchos de los invitados ni siquiera se darían cuenta, en mitad de la fiesta, de que faltaban los novios.

– ¿De verdad podríamos hacerlo?

– Claro. Por mí, no hay problema.

Callie se rió.

¿Por qué era Grant tan amable y comprensivo?

«Obviamente, porque no quiere perder la oportunidad de tener un hijo».

Por supuesto, eso era cierto. Aun así, a Callie le agradaba que no se hubiera presentado en su casa dando gritos y con un gran enfado.

– No es solamente la boda, ¿verdad? -le preguntó Grant.

Callie dejó de sonreír.

– No, no es sólo la boda. Es toda esta situación, que se me hace rara. No sé si estamos haciendo lo correcto.

Grant asintió.

– ¿Es por tu primer marido? ¿Te sientes como si lo estuvieras traicionando de alguna manera? -le preguntó Grant, porque eso era exactamente lo que le ocurría a él.

– ¿Cómo? -se sorprendió Callie-. ¿Traicionar a Ralph? Claro que no. No es eso.

Grant se alegró de que no fuera eso. Aun así, a lo mejor había emociones que Callie no era capaz de detectar.

– ¿Por qué no me hablas de él?

– ¿De Ralph? ¿Ahora? -se extrañó Callie.

– Sí. Ahora es un buen momento. ¿Por qué te casaste con él?

Callie se miró las manos, que tenía cruzadas en el regazo, tomó aire, lo retuvo unos instantes, lo dejó salir, miró a Grant y sonrió.

– Está bien -accedió-. Ya te dije que pasé varios años de mi adolescencia en una casa de acogida. De esa casa te tenías que ir cuando cumplías los dieciocho años. Quisieras o no, te tenías que ir.

Grant asintió.

– Tina es un año más pequeña que yo, así que ella se quedó. Tenía que hacerme un hueco en el mundo. Nos daban clases y consejos y todo eso, pero lo cierto era que estaba sola. En cualquier caso, era muy jovencita y creía que me iba a comer el mundo -sonrió Callie al recordar-. Yo creía que iba a tener un trabajo fabuloso, que iba a poder pagar un alquiler, ir la universidad y echarme novio. Todo iba a salir bien. Cuando la realidad me abofeteó en la cara al ver que no podía tener un trabajo decente que me permitiera alquilar una casa y tener dinero para comer, me sentí muy perdida y lo pasé muy mal.

Era cierto que aquélla había sido una época de su vida realmente dura, pero, por otra parte, la había convertido en la persona que era hoy en día, así que tenía que agradecerle algo.

– Entonces, un día, vi un anuncio en el periódico. Una mujer mayor necesitaba una señorita de compañía. No pagaban mucho, pero te daban habitación y comida. Pensé que, así, podría empezar a estudiar -continuó Callie-. Resultó que Marge Stevens era… es… una mujer maravillosa. Fue como una segunda madre para mí. Sin ella, no sé qué habría hecho. Ralph era su hijo. Tenía treinta y tantos años en aquel momento. Era mucho mayor que yo, pero era amable y guapo. Viajaba mucho, pero se pasaba por casa una vez al mes a visitar a su madre, que lo adoraba. Por lo visto, él me adoraba a mí. Me ayudaba mucho y me enseñó un montón. Una cosa nos llevó a la otra y acabé casándome con él.

– ¿Así sin más?

Callie asintió.

«Sí, así sin más, exactamente igual que voy a hacer contigo», pensó Callie.

– Tanto Ralph como su madre se habían portado de maravilla conmigo y a los dos les hacía mucha ilusión que nos casáramos, así que yo me sentía un poco obligada a hacerlo. Si no hubiera sido por Marge, no habría podido ir a la universidad. Me ayudó mucho. Además, Ralph parecía muy ardiente y yo creí que a lo mejor era amor lo que sentía por mí.

– Ingenua -murmuró Grant.

– Intenta comprender. Ralph era el primer hombre que se había portado bien conmigo. Apenas tenía experiencia con los hombres y la que había tenido no había sido positiva en absoluto. Los novios de mi madre, que iban y venían, me trataban muy mal o intentaban llevarme a la cama -recordó con un nudo en la garganta.

Aquello sólo se lo había contado a Tina.

– Después de aquello, tuve que aguantar a uno de los administradores de la casa de acogida. Se trataba de un hombre realmente asqueroso que no paraba de recordarnos lo mucho que le debíamos y lo poco que valíamos y, para rematar todo eso, los pocos chicos con los que salí en la universidad resultaron ser todos unos imbéciles. Por eso, cuando Ralph me trató como a una igual, como a alguien con quien merecía la pena hablar, me puse tan feliz que no dudé en casarme con él.

– ¿Te arrepentiste de haberlo hecho?

– Sí, me arrepentí mucho -contestó Callie-. No porque Ralph me hiciera nada terrible. No físicamente. Sin embargo, una vez casados, aquel hombre dulce y considerado se convirtió en un monstruo que sospechaba de todo lo que yo hacía y de todas las personas con las que hablaba. No quería que fuera a hacer la compra sola, estaba convencido de que me veía con otro hombre a escondidas. Fue una locura.

– ¿En qué trabajaba?

– Era una especie de fotógrafo autónomo. De vez en cuando, vendía unas fotografías pero, lo cierto era que vivía del dinero de su madre.

– Un tipo genial.

Callie se encogió de hombros.

– Bebía mucho y un día, estando borracho, se cayó en la calle y se dio con la cabeza en el bordillo. Murió en tres días -concluyó Callie recogiéndose el pelo en una coleta de caballo-. No fueron momentos fáciles, sobre todo para su madre. Para mí… bueno, nuestro matrimonio nunca había sido de verdad.

Grant asintió, encantado de que hubieran hablado de Ralph. Ahora sabía que Callie no tenía ninguna atadura emocional hacia su primer marido y podían cerrar aquel capítulo de su vida.

Sin embargo, por su parte, él sí se seguía sintiendo unido emocionalmente a Jan, lo que lo llevaba a preguntarse si iba a ser capaz de darle a Callie lo que ella necesitaba y se merecía.

Y en cuanto a Callie, ¿sería capaz de renunciar a encontrar el amor de verdad? ¿Le merecía la pena todo aquello? Por lo visto, había decidido que sí porque había decidido casarse con él. ¿De verdad se estaba arrepintiendo? Grant no creía que fuera así.

Evidentemente, estaba preocupada, pero no se arrepentía de su decisión.

– Quiero que nos hagamos una promesa aquí y ahora -propuso Grant-. Quiero que siempre seamos sinceros el uno con el otro. No podremos hacer frente a un problema juntos si no sabemos de qué se trata.

Callie asintió. Estaba de acuerdo. Por supuesto, la sinceridad le parecía muy importante y ella estaba dispuesta a ser sincera con Grant.

En otro momento.

Era obvio que Grant quería arreglar las cosas, que quería que todo fuera bien, pero, si Callie empezaba a ser sincera con él en aquellos momentos, no tendría más remedio que decirle: «Grant, me da miedo casarme contigo porque temo que me voy a enamorar de ti y sé que tu corazón nunca será mío».