No podía ser sincera con él, pero tampoco podía echarse atrás.
– No te preocupes -le dijo-. Me voy a casar contigo mañana. Lo que me pasa es que tengo unos cuantos bloqueos emocionales, pero todo va a salir bien. Allí estaré.
Grant asintió.
– Vete a dormir. Vendré a buscarte mañana temprano e iremos juntos al rancho.
– Muy bien.
A continuación, Grant la miró lánguidamente y se puso en pie.
– Buenas noches -se despidió.
– Buenas noches -contestó Callie con una extraña sensación de abandono.
Grant fue hacia la puerta y, una vez allí, se giró hacia ella. La encontró de pie. Llevaba el pelo recogido, pero varios mechones le caían alrededor del óvalo de la cara y la hacían parecer un ángel.
Grant sintió que el corazón le daba un vuelco.
Sin pensarlo dos veces, volvió a su lado, la abrazó y la besó, dejándola sin respiración. No debería haberlo hecho, pero ya no había marcha atrás.
Grant la estaba besando como un hombre sediento en mitad del desierto. Callie respondió sin dudarlo, con tanto afecto que Grant se estremeció.
Grant la apretó contra su cuerpo y pensó que Callie se debía de estar dando cuenta de cuánto la deseaba. Necesitaba que lo supiera. Quería que supiera que él no iba a dudar al día siguiente por la noche, en su noche de bodas. Se moría por tomar aquel cuerpo como había tomado su boca.
Al fin y al cabo, ¿no era eso por lo que se casaban?
Grant dio un paso atrás, le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos con afecto.
– Gracias, Callie -murmuró-. Haces que mis sueños se cumplan.
A continuación, se giró y se perdió en la noche.
Capítulo 7
EL RANCHO estaba completamente decorado para una boda. Su boda.
Callie estaba anonadada.
– No me lo puedo creer. ¡Mira cómo está todo!
Había cestas llenas de flores por todas partes. Alguien había colocado flores blancas a ambos lados del camino que conducía hasta la casa. Había rosas por todas partes, en floreros, en cuencos y en macetas.
Una vez dentro, Callie comprobó que la decoración era todavía más bonita.
– ¡Rosa, qué bonito está todo! -exclamó Callie al ver al ama de llaves.
– Por supuesto, estamos de boda -contestó Rosa encogiéndose de hombros.
En aquel momento, apareció Gena.
– Ven, corre, vamos a mi habitación, que te quiero enseñar una cosa -le dijo su futura cuñada.
Callie la siguió escaleras arriba, cargando con la maleta en la que llevaba el traje de chaqueta blanco y los accesorios que tenía para vestirse para la ceremonia. Sin embargo, en cuanto hubo puesto un pie en la habitación de Gena, supo que no lo iba necesitar.
Allí, ante sus ojos, había un precioso vestido de novia, el vestido de novia más bonito que Callie había visto jamás.
– ¡Es precioso! -exclamó sinceramente-. ¿De dónde ha salido? -añadió acercándose, pero sin atreverse a tocarlo.
Gena sonrió.
– Es mío.
Callie se giró hacia ella.
– ¿Estás casada?
– No, al final las cosas no salieron como yo había planeado -contestó Gena entristeciéndose por unos segundos-. Creo que te va a quedar un poco grande, pero va a venir una modista a darte un par de puntadas, así que póntelo y vamos a ver qué podemos hacer.
Durante una hora, Callie se dedicó a ponerse y a quitarse el vestido mientras la modista se lo arreglaba. Lo cierto era que estaba muy aliviada. Al final, iba a poder llevar un vestido de novia de verdad. Las cosas estaban empezando a salir bien y se sentía muy dichosa.
Se sentía tan cómoda que se atrevió a pedirle algo muy personal a Gena.
– Háblame de la mujer de Grant -le dijo mientras su futura cuñada le hacía tirabuzones y le colocaba perlas por todo el pelo.
– Querrás decir su primera mujer -la corrigió Gena con una sonrisa-. Jan era como un colibrí, pequeña, bonita e inquieta. No paraba, siempre tenía algo que decir o que hacer. Se conocieron en la universidad y se casaron en cuanto mi hermano terminó la carrera.
Callie asintió, contenta de poderse formar una imagen en la cabeza de la mujer con la que Grant había compartido momentos importantes de su vida.
– Así que no tuvieron a su hija hasta transcurridos varios años -comentó.
– Efectivamente -contestó Gena-. Yo no creo que mi cuñada quisiera tener hijos. Estaba demasiado ocupada con sus cosas. Sin embargo, al final, cedió y cumplió.
Gena no se dio cuenta de que Callie se había sorprendido por sus palabras porque, por lo que ya sabía, a Grant le encantaban los niños. Aquello le hizo suponer que aquel asunto habría causado problemas en la pareja.
– Tenían sus más y sus menos, pero Grant la adoraba. Cuando murió, quedó destrozado. Perder a Lisa, su querida hijita, casi lo mató. Pasaron muchos meses hasta que pudo hablar de ello. Yo creía que no se iba a volver a casar nunca -confesó Gena-. Durante mucho tiempo no pudo ver fotografías de ninguna de ellas. Al final, logré convencerlo para que pusiera una en su despacho, pero ya te habrás dado cuenta de dónde la tiene colocada, en la estantería que hay detrás de la mesa y bien alta, un lugar al que nunca mira.
– ¿Y por qué la puso?
– Como tributo. Yo lo acompañé el día en el que la colocó. Le dije que no podía fingir que no habían existido nunca porque ellas se merecían más y estuvo de acuerdo.
Callie sintió que se le saltaban las lágrimas.
– ¿Qué te parece que tu hermano y yo nos vayamos a casar, Gena?
Gena se quedó pensativa unos instantes.
– Voy a ser sincera contigo, Callie. Al principio, no me hizo ninguna gracia, pero, ahora que te conozco un poco, he cambiado de opinión.
Callie sonrió a aquella mujer que estaba a punto de convertirse en su cuñada. -Me alegro.
Definitivamente, las cosas se le habían ido de las manos y Grant no estaba contento porque a él le gustaba tenerlo todo bajo control.
– ¿Por qué me tengo que poner este traje tan ridículo? -le dijo a Will, que estaba tumbado en su cama, riéndose ante el enfado de su amigo.
– Porque le vas a dar a esa chica una boda como Dios manda.
– ¿Quién te ha dicho eso? -dijo Grant girándose hacia su amigo.
– Tu hermana -sonrió Will.
– Ah.
Su hermana, que era mayor que él, era la única persona de la que Grant aceptaba órdenes. Grant se pasó los dedos por el pelo de manera distraída. A lo mejor, al final, Callie y él tendrían que considerar la opción de irse de la fiesta sin que nadie los viera.
– Se suponía que esta boda no iba a ser así.
– Eso ya lo sabemos todos, pero no pasa nada. Déjate llevar.
– Si me dejo llevar, a lo mejor me ahogo -murmuró Grant.
– No, hombre no. No te preocupes, estaremos a tu lado para ayudarte en todo lo que necesites. Al fin y al cabo, ¿para qué están la familia y los amigos?
Will tenía razón, pero, precisamente por la familia y los amigos, porque no habían querido defraudarlos, Callie y él se encontraban en aquella situación.
– Nunca habría pensado que te iba a ver tan nervioso -comentó su amigo.
– No estoy nervioso -contestó Grant.
– ¿Cómo que no? -sonrió Will poniéndose en pie y desabrochándose la camisa-. Yo también me voy a vestir porque tengo que ir bien vestido para ser tu testigo, ¿verdad? Como si no tuviera mejores cosas que hacer esta mañana -bromeó.
– Ya supongo -murmuró Grant vistiéndose también.
– Por lo menos, nosotros no tenemos que ir a la peluquería -bromeó Will-. Claro que a ti, después de cómo te has estado tocando el pelo, a lo mejor no te vendría mal que te dieran un golpe de peine.
– Si te atreves a acercarte a mí con un peluquero, suspendo la boda -respondió Grant.
Will se encogió de hombros.