Callie se miró las manos, en la que tenía los restos de la maceta. Grant la miró y chasqueó con la lengua. Por lo visto, aquella mujer se tomaba muy en serio lo que le estaba diciendo. Aquello le recordó por qué siempre le había caído bien.
Callie Stevens nunca había intentado ligar con él.
Grant ya estaba harto de que las mujeres intentaran siempre ligar con él. A veces, respondían ante él como flores abiertas bajo el sol. Había habido un tiempo en el que aquella reacción lo había llenado de júbilo, pero aquello había quedado atrás hacía mucho. Ahora, le molestaba terriblemente.
Por supuesto, sentía cierta atracción física por Callie Stevens porque aquella mujer de pelo rubio y ojos enormes y oscuros era una belleza ante la que era imposible no quedar prendado.
Aun así, Grant tenía la suficiente experiencia como para saber que la belleza de una mujer no significaba nada para él, la belleza no era importante, no conseguía llegarle al corazón.
La vida era mucho más fácil así.
– Las orquídeas son plantas -estaba diciendo Callie mirándolo con el ceño fruncido, señal inequívoca de que se había dado cuenta de que le había tomado el pelo.
Por lo visto, quería desafiarlo de todas maneras.
– En eso, estamos acuerdo. ¿Y?
Callie lo miró triunfante.
– Si son plantas, no tienen voluntad propia. Por lo tanto, no le podemos echar la culpa a ella de lo que ha sucedido. Ella no quería salir volando por los aires.
– Admito que tiene cierta razón -contestó Grant siguiéndole la corriente.
Callie dudó un segundo. Si Grant estaba admitiendo que tenía razón, definitivamente había llegado el momento de hacer la gran salida.
– Por supuesto que tengo razón, toda la razón -insistió-. Ahora, si me perdona, me tengo que ir… -declaró girándose para hacerlo.
Pero Grant la agarró de la muñeca. Callie lo miró, deseando poder leer sus intenciones en aquellos ojos azules claros como el cielo.
– Un momento, todavía no hemos terminado -dijo Grant.
Por primera vez, Callie se encontró incómoda de verdad. Estaba a solas en un edificio a oscuras con un hombre al que no conocía realmente de nada.
Había pertenecido al grupo de siete personas del equipo de investigación que supervisaba Grant Carver, pero, aparte del suyo, supervisaba otros cuatro grupos.
Había trabajado de cerca con él en un par de proyectos, pero siempre había habido entre ellos una reserva natural y no había sido solamente por su parte.
Unos meses atrás había tenido un encuentro muy raro con él en el que Grant le había hecho una propuesta tan increíble que, a veces, Callie se preguntaba si no lo habría soñado todo.
En aquella ocasión, se había dicho que no debía tenérselo en cuenta, pero el episodio había hecho que Callie se hiciera ciertas preguntas.
Sabía que a Grant le habían pasado ciertas cosas. Si no lo hubiera sabido por los rumores que corrían por la empresa, lo habría visto en las profundidades de sus ojos.
Grant no era un hombre extrovertido al que le gustara hablar de sí mismo. De hecho, se estaba mostrando más natural aquella noche que en el año largo que había trabajado para él.
Por alguna razón, Callie deslizó la mirada hasta su cuello, allí donde la camisa dibujaba un triángulo. No veía nada del otro mundo ya que apenas había luz, pero, de alguna manera, el hecho de que la llevara abierta y sin corbata, dejando expuesto un trozo de su piel, le parecía íntimo y excitante.
Al instante, Callie percibió que se le había acelerado el pulso.
No debía permitir que Grant se diera cuenta.
– He venido a buscar mi orquídea y ya la tengo, así que me voy -anunció.
– Seguro que había otra manera más fácil de recuperarla -comentó Grant.
– Seguro, pero por lo visto yo no hago las cosas de manera fácil.
Grant asintió.
– Por lo que he visto, hace las cosas muy bien. Si mal no recuerdo, el año pasado trabajó en el proyecto del rancho Ames, ¿no es así?
Trabajo. Sí, si mantenían la conversación a nivel profesional, podría soportarlo. Y, si no la estuviera tocando, sería todavía más fácil. Grant la había agarrado de la muñeca y no la había soltado todavía. Callie había intentado zafarse en un par de ocasiones, pero él no se lo había permitido.
A todos los efectos, la tenía atrapada.
– Sí, así es -contestó.
– Por lo que recuerdo, fue usted la única persona del equipo que se dio cuenta de qué demonios estaba pasando allí -declaró Grant.
«¿Te diste cuenta?», se preguntó Callie. «¿Y por qué diablos no dijiste nada?».
– Estoy convencido de que usted y yo podríamos hacer grandes cosas juntos. Tengo un proyecto…
Callie lo miró con los ojos muy abiertos.
– Demasiado tarde. Su tío me ha despedido hoy. ¿No lo sabía?
Se lo había dicho buscando sorprenderlo. ¿No acababa de decirle que era una de sus mejores empleadas? A lo mejor, cuando se enterara de lo que había pasado, hacía algo por ella.
Por ejemplo, echarle una buena reprimenda a la persona que había puesto su nombre en la lista de los despedidos, sugerirle que volviera o incluso ofrecerle una buena suma de dinero para convencerla…
– Sí, claro que lo sé -contestó Grant sin embargo.
– ¿Lo sabía? -repitió Callie en tono estúpido.
Así que lo sabía.
¿Y si incluso hubiera sido él la persona que hubiera puesto su nombre en la lista? Como si lo estuviera oyendo.
«Despedid a la rubita. Me gustan las mujeres inteligentes, pero ésta es una listilla».
Callie se enfureció. La rabia que se había apoderado de ella aquella misma tarde, cuando se había enterado de que la habían puesto de patitas en la calle, volvió a hacer acto de presencia, lo que la llevó a soltarse de él con fuerza.
– Se cree que lo sabe todo, ¿eh? -le espetó-. ¿Y qué le parece que haya perdido el trabajo que me ayudaba a pagar la montaña de deudas que amenaza con comerme viva? ¿También sabía que están a punto de echarme de mi casa porque no puedo pagar el alquiler? ¿Se paran a pensar en esas cosas cuando echan a la gente a la calle o somos simples peones en un tablero de ajedrez que les importa muy poco?
– ¿Ha terminado? -le espetó Grant muy serio.
– ¡No! Hay otras personas en mi situación. En realidad, todos los del departamento de investigación. Apenas llegamos a fin de mes porque, dicho sea de paso, esta empresa no paga muy bien, ¿sabe? Y ahora estamos todos en la cuerda floja, preguntándonos de dónde vamos sacar dinero para comer…
– Muy bien, ya basta -la interrumpió Grant-. Alto ahí, Norma Rae. Por aquí, no nos gustan las revoluciones campesinas -añadió limpiándose la sangre con un pañuelo-. No me quiero ni imaginar el peligro que tendría usted con una horca en la mano… -murmuró.
Callie estaba a punto de contestarle con vehemencia cuando se dio cuenta de que la hemorragia era peor de lo que parecía. De hecho, tuvo que morderse el labio para no gritar.
Sus instintos la llevaban a dar un paso al frente para ayudarlo. Tenía que curarlo. Incluso consolarlo. Al fin y al cabo, toda aquello había sido culpa suya.
Lo más raro de todo aquello era que Grant jamás le había parecido tan atractivo como en aquellos momentos. Tenía el pelo revuelto y le caía un mechón sobre la frente y todo aquello del corte en el labio y la sangre le confería un halo de vulnerabilidad de lo más atractivo.
Él, que siempre parecía invencible…
Claro que, en cuanto centró en Callie su mirada irónica de siempre, lo estropeó todo.
– Venga aquí, pequeña asesina en potencia -dijo girándose hacia el pasillo-. Va a tener que arreglar lo que ha roto.
Callie lo siguió hasta su despacho. Se sentía culpable y, de momento, eso la estaba haciendo dócil.
Lo cierto era que no había estado muy a menudo en su despacho. Sabía que muchas empleadas buscaban cualquier excusa para pasarse por allí, pero ella no era así.