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Hacía una semana que se había casado, pero todavía no tenía esposa.

A Tina le habían dado el alta en el hospital, pero no estaba bien, así que Callie se había quedado en su casa cuidándola y Grant llevaba la mayor parte de la semana solo.

Así que allí estaba, sentado en su casa, a oscuras, con una copa de bourbon con agua en la mano, pensando en todo lo que había sucedido.

Se había casado con Callie, pero realmente todavía no eran marido y mujer porque todavía no había podido hacerla suya, algo que lo estaba volviendo loco.

La veía todos los días porque se pasaba por el hospital o por casa de Tina para echar una mano. Había contratado a varias enfermeras y a una niñera profesional para ayudar en el momento en el que Tina había salido del hospital.

A pesar de todo, Callie había decidido quedarse con Tina y con la niña y a Grant le había parecido bien porque, aunque Molly contaba con una niñera para ella sola, entendía que Callie se sintiera obligada a estar cerca de la pequeña para que no sufriera.

Por supuesto, Grant quería que Callie volviera a casa con él, pero no había dicho nada. No le había resultado fácil, pero había preferido morderse la lengua.

Lo que le estaba sucediendo a Tina era trágico. El cáncer con el que llevaba luchando más de un año se le había reproducido. Los médicos estaban considerando la posibilidad de someterla a quimioterapia y radiación.

Eran momentos difíciles y Callie quería ayudar a su amiga. Grant lo entendía perfectamente. De hecho, aquel rasgo de su personalidad, considerado y compasivo, era uno de los que más le gustaban de ella.

Lo cierto era que, cuanto más la conocía, más le parecía que la madre de sus futuros hijos era una mujer maravillosa.

De alguna manera, sin embargo, era todo lo contrario a su primera mujer. Jan había sido una mujer puro fuego y pasión, llena de vida y de risa y de cambios de humor repentinos. Grant la quería apasionadamente y la echaba muchísimo de menos, así que prefería no pensar en ella.

Precisamente por eso, había elegido a una mujer completamente diferente.

Callie.

Mientras que Jan se dejaba llevar por los impulsos, Callie era más fría, aplicaba la lógica y mantenía las distancias hasta que estaba segura de lo que estaba haciendo. Grant apreciaba cada día más aquella habilidad.

Según le había dicho, se iba a ir a vivir con él al día siguiente y, aunque lo deseaba fervientemente, Grant estaba preocupado ya que, al haber estado separados una semana entera, se había creado entre ellos un patrón equivocado.

Debían romperlo. No estaba seguro de cómo hacerlo y no quería parecer un hombre de las cavernas, pero estaba convencido de que tenía que hacer algo.

Tenía una sensación extraña en la boca del estómago cada vez que pensaba en que, aunque viviera con él, si Callie seguía preocupada por su amiga, lo más seguro era que no le apeteciera ponerse a fabricar bebés.

Grant le había prometido no presionarla hasta que estuviera preparada y las circunstancias se habían vuelto en su contra. Tenía que encontrar la manera de devolverle a Callie la alegría. Tenía que pensar en algo nuevo.

Grant se quedó pensativo durante un rato y, de pronto, se le ocurrió una idea.

Tras pensar un poco más, decidió que era fantástica, así que descolgó el teléfono y marcó el número del aeropuerto.

Se iban a ir de luna de miel.

Capítulo 8

CALLIE no había hecho más que poner un pie en casa de Grant, cuando su marido se la había vuelto a llevar; la había metido en el coche y se la había llevado al aeropuerto.

– ¿Adonde vamos? -le había preguntado.

Grant estaba satisfecho porque la había sorprendido. Se la veía feliz. Había demasiada tristeza en su vida en aquellos momentos y Grant quería darle un respiro.

– Es una sorpresa.

– Pero ¿nos vamos a quedar a dormir fuera o algo? Te lo digo porque no llevo pijama ni nada.

Grant sonrió misteriosamente y no contestó.

– Lo malo de las sorpresas es que las mujeres necesitamos tiempo para preparar las cosas, sobre todo lo que nos vamos a poner -bromeó Callie.

– Lo tendré en cuenta para la próxima vez -contestó Grant.

Le podría haber dicho que había hablado con la encargada de la tienda de la isla a la que se dirigían, que le había dado las tallas y los colores y que todo estaría preparado en la habitación para cuando ella llegara, pero no le dijo nada.

Cuando aterrizaron en Santa Talia, una isla poco conocida del Caribe, los recibió la brisa fresca y el aroma de las flores. Allí, al igual que en Hawai, tenían la costumbre de dar la bienvenida con collares florales.

El complejo en el que se iban a hospedar consistía en varios bungalós diseminados por las laderas de césped y en un edificio central en el que estaban la recepción, el comedor y las tiendas.

Callie se quedó maravillada al ver la preciosa habitación que tenían y no pudo evitar gritar entusiasmada al ver que el armario estaba lleno de ropa de su talla.

– Me siento como si fuera la Cenicienta -le dijo a Grant sacando la ropa del armario y dejándola sobre la cama para admirarla.

– Entonces, supongo que yo soy el Príncipe Azul -bromeó Grant-. Mejor no utilices zapatos de cristal, ¿de acuerdo?

Aquello hizo reír a Callie, pero cuando miró a Grant a los ojos se sonrojó porque sabía para qué habían ido hasta allí. Sentía que Grant estaba muy excitado y ella, también.

Sin embargo, al mismo tiempo, todo aquello le daba pánico.

Había pasado una semana terrible, llevada por la tristeza y la desesperación de ver lo que le estaba sucediendo a su amiga Tina y con una necesidad incontrolable de ayudarla.

Por eso, le había costado mucho separarse de su lado y, cuando había visto que se subían a un avión, había intentado revelarse, pero luego había pensado que Grant también tenía derecho a su compañía y no había dicho nada.

Ahora, se alegraba porque estaba convencida de que aquel viaje les iba a ir de maravilla a los dos.

– ¿Damos un paseo por la playa? -sugirió Grant.

– Muy bien -contestó Callie.

Estaba atardeciendo. No habían cenado, pero ninguno de los dos tenía hambre, así que se sentaron en la arena y dejaron que el agua les lamiera los pies.

Cuando decidieron subirse a unas rocas que había cerca y Grant la ayudó, Callie percibió lo mucho que la deseaba y sintió que el aire no le llegaba a los pulmones.

Les sirvieron una cena suntuosa en su habitación, pero Callie apenas pudo probar bocado. Les habían llevado una botella de champán y brindaron.

– Por las lunas de miel -dijo Grant elevando su copa.

– Por las lunas de miel -contestó Callie sonriendo.

Después de cenar, bajaron de nuevo a pasear por la playa. Ya había oscurecido y la luz de la luna se reflejaba sobre la superficie del agua. Al volver, a ambos les pareció que el refugio de su habitación era de lo más apetecible y Grant se aseguró de cerrar la puerta con llave.

A continuación, le tomó a Callie el rostro entre las manos y la besó con delicadeza.

– Te prometí que no haríamos nada hasta que tú quisieras. ¿Estás preparada?

Callie asintió con un nudo en la garganta. Sentía que el corazón le latía aceleradamente. Nunca había estado tan asustada y emocionada a la vez. No tenía ni idea de cómo iba a sentirse después de haber hecho aquello, pero se moría por probar.

Grant murmuró algo y le separó los labios con la lengua. Callie lo dejó entrar en su boca. Tímidamente al principio; apasionadamente, al cabo de unos segundos.

Callie le pasó los brazos por el cuello y se arqueó contra su cuerpo. Quería sentir sus pechos contra su torso fuerte y musculado.

Se oía una música lejana y aquella música, mezclada con el sonido de las olas del mar, componía una preciosa sinfonía.