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Callie sentía las manos de Grant, grandes y sensibles y, allá por donde pasaban, dejaban una estela de fuego que estaba comenzando a quemarla en lugares íntimos.

Grant deslizó las manos por sus brazos y, en un abrir y cerrar de ojos, el vestido de Callie cayó al suelo.

Por primera vez en su vida, le iban a hacer el amor e iba a hacer el amor a otra persona.

Aquello era maravilloso.

Un día para recordar siempre.

No tenía ni idea de si se iba a arrepentir cuando hubiera pasado, pero tenía que hacerlo. Su cuerpo estaba preparado, se estaba derritiendo y flotando al mismo tiempo. No se sentía normal en absoluto y le encantaba.

Cuando besó a Grant en el cuello, pensó que no le costaría nada hacerse adicta a aquella sensación. Y, de repente, sintió una urgencia dentro de sí, una necesidad tan intensa que la hizo gritar.

– Espera, Callie -murmuró Grant con voz grave-. No te preocupes, cada cosa a su tiempo.

A continuación, Ja tomó en brazos y la llevó a la cama y Callie se dio cuenta de que estaba invadida por la pasión y de que era un estado que no quería abandonar jamás.

Un rato después, estaban los dos tumbados, uno al lado del otro, ambos intentando recuperar la respiración.

Callie había descubierto un nuevo mundo lleno de sensaciones, pero también había un nuevo mundo de cercanía y de afecto.

Ahora sabía lo que era hacer el amor con un hombre. ¿También sabía lo que era el amor? Unos momentos antes, habría contestado que sí a aquella pregunta sin dudar. Ahora, desde la distancia, su frialdad, ya no estaba tan segura.

– Me siento… de maravilla -contestó acariciándole el pecho a Grant.

– Me alegro -contestó él mirándola con cariño.

Sin embargo, de repente su mirada se distanció y se volvió más fría.

– Espero que haya servido de algo -comentó-. Tendremos que seguir intentándolo hasta que…

Callie cerró los ojos, triste, y retiró la mano. Ella pensando en el amor y él siempre tan calculador. Por unos instantes, Callie entendió aquello que decían muchas personas de que del amor al odio había un paso.

«Por favor, Grant, no estropees este momento».

Grant se inclinó sobre ella y comenzó a besarla alrededor del ombligo. Para su sorpresa, Callie se encontró deseándolo de nuevo como si no acabara de haberle satisfecho unos momentos antes.

«Así que así van a ser las cosas entre nosotros», pensó Callie.

Parecía que su relación iba a alternar alegría y pena. Bueno, si aquello era lo que el destino le había deparado, lo aceptaba. Admitía que, más o menos, le gustaba.

Para cuando terminó su luna de miel, habían pasado dos días gloriosos. Callie no había sido jamás tan feliz. Después de aquellas horas con Grant, era toda una experta en hacer el amor. Aquello la hacía reír, pero era verdad.

La primera noche habían hecho el amor tres veces y, desde entonces, había perdido la cuenta. Y en cada ocasión había tenido la sensación de aprender un poco más sobre el hombre con el que se había casado.

Durante el corto periodo de tiempo que pasaron juntos en la isla, se desarrolló entre ellos una cercanía que la asombró. Grant se había mostrado amable y afectuoso y Callie tenía la sensación de que podía contarle o pedirle cualquier cosa.

Bueno, casi cualquier cosa porque no se atrevía a hablarle ni de su primera mujer ni de su hija.

Estaban recogiendo las cosas para irse y Callie ya echaba de menos aquel lugar.

– ¿Te lo has pasado bien? -le preguntó Grant con una gran sonrisa.

– Oh, esto ha sido un paraíso -contestó Callie.

– Es un lugar precioso, ¿verdad? Bueno, lo tenemos todo, ¿no?

– Creo que sí.

– Tenemos doce minutos hasta que llegue el coche para llevarnos al aeropuerto -comentó Grant consultando el reloj-. Doce minutos.

Callie sonrió con un brillo especial en los ojos.

– ¿Doce minutos, dices?

Grant sonrió y enarcó una ceja.

– ¿Qué me dices?

Callie se encogió de hombros.

– ¿Por qué no?

Riendo ambos, se desnudaron a toda velocidad y se volvieron a meter en la cama, donde dieron rienda suelta a la pasión.

Callie estaba maravillada ante lo poco que hacía falta para que se excitara en compañía de Grant, y no sabía si era porque lo amaba o porque amaba la forma en la que le hacía el amor.

Volver fue como salir de una maravillosa fantasía y entrar en la dura y fría realidad.

Llegaron tarde del aeropuerto y Callie se fue directamente a la cocina para comenzar a familiarizarse con aquella casa a la que había ido un par de veces antes de la boda para preparar su habitación.

Grant se preguntaba por qué necesitaba Callie un espacio para ella sola, pero no había dicho nada.

Callie preparó chocolate caliente y se sentaron los dos en la cocina a tomárselo mientras recordaban el fin de semana.

Los dos estaban cansados y Grant iba a proponer que se fueran a la cama cuando Callie sonrió, se puso en pie y se perdió por el pasillo tras darle las buenas noches.

Y Grant se quedó allí, sentado a la mesa de la cocina, con la boca abierta. Por supuesto, comprendía que Callie estuviera cansada, pero no entendía por qué no quería dormir con él cuando él se moría de ganas por dormir a su lado, abrazándola…

Hacía tanto tiempo que no dormía con nadie…

Desde Jan, por supuesto, desde Jan.

Lo primero que se le pasó por la cabeza fue acercarse a la puerta del dormitorio de Callie y preguntarle qué demonios estaba haciendo, pero consiguió controlarse porque quería permitirle que tuviera su propio espacio y que las cosas se desarrollaran de manera natural.

De momento, iba a tener que aguantarse y confiar en que Callie se diera cuenta de que el hecho de haber pasado un fin de semana juntos en el Caribe no era suficiente como para asegurar la descendencia.

Callie estaba apoyada contra la puerta de su dormitorio con los ojos cerrados, escuchando atentamente. Había avanzado en silencio por el pasillo, esperando oír su voz y perdiendo la esperanza con cada paso.

¿Por qué no la había llamado? ¿Por qué no le había dicho: «Eh, ¿adonde vas? Te quiero en mi cama inmediatamente»?

Callie supuso que era porque Grant no quería que ocupara el lugar de Jan en su cama, así que decidió no presionarlo. Era consciente de que, para Grant, Jan seguía siendo su verdadera mujer.

Ella era su socia en aquella historia de tener un hijo.

No debía presionarlo, no debía intentar que Grant le diera más de lo que habían acordado, pero se le iba a hacer muy difícil después de lo que habían compartido en Santa Talia.

Tina estaba peor.

Los médicos habían decidido que no podían operarla y las posibilidades no eran muchas. Callie volvió a cuidarla y corría a su lado en cuanto salía del trabajo porque quería ayudar a que la transición fuera lo menos traumática posible para su amiga y para su hija.

Así que los maravillosos días que había pasado en el Caribe con su marido fueron quedando atrás hasta que le parecieron un sueño.

Aquella noche, Grant no estaba de humor y ella tampoco estaba muy tranquila. Los dos sabían que se acercaba un momento de sinceridad.

Grant había estado trabajando hasta muy tarde en el despacho y Callie se había pasado por casa de Tina y había estado allí un par de horas.

Prepararon la cena entre los dos y cenaron tranquilamente, hablando sobre un proyecto de la empresa, evitando hablar de Tina.

– Trabajas demasiado -dijo Grant al verla bostezar-. Y, además, no duermes bien.

– Tienes razón, pero tengo muchas cosas que hacer.

– Podrías dejar de trabajar y así tendrías más tiempo para estar con Tina -le propuso Grant.

– Lo he pensado, pero no me parece justo para mis compañeros de trabajo.

– Callie, esta situación es especial y es sólo temporal, así que tómate todo el tiempo que necesites. Tu amiga te necesita.

Callie sonrió, agradecida por su consideración, aunque sabía que, en el fondo, lo que había movido a Grant a decirle algo así era que quería que le hiciera más caso.