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Papá y mamá eran felices. Maravilloso. Molly tenía la vaga sensación de que echaba a alguien de menos. Mamá le hablaba constantemente de Tina, su primera mamá, que se había ido al cielo porque Dios la necesitaba allí, a su lado.

Molly se estaba aburriendo. Le pareció oír maullar a la gata, así que salió de la habitación del bebé y se dirigió al recibidor.

Al cruzar frente a la habitación del abuelo, aguantó la respiración con la intención de pasar a toda velocidad, pero, entonces, vio algo que la maravilló.

Allí, en una estantería al lado del abuelo, había una caja con una piruleta roja.

Le encantaban aquellos caramelos, pero hacía mucho tiempo que no los comía porque mamá decía que no eran buenos para los dientes.

Molly se moría por tener aquel caramelo a pesar de que la empresa era delicada porque el abuelo podría despertase en cualquier momento.

Sin embargo, decidió arriesgarse y, así, en un abrir y cerrar de ojos, entró en la habitación y volvió a salir con la piruleta en la mano.

A continuación, se dirigió a la habitación de su hermano. Papá y mamá ya se habían ido. Molly le quitó el papel al caramelo, se asomó a la cuna del bebé y se lo dio.

– ¡No! -gritó alguien a sus espaldas.

Molly se giró asustada.

Era Ana, una de las empleadas de servicio.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué gritaba tanto? ¿Y por qué la estaba retirando de la cuna como si hubiera hecho algo malo?

Al instante, aparecieron papá y mamá. Papá la tomó en brazos y le explicó que el bebé era muy pequeño para comer caramelos.

De repente, Molly sintió unas tremendas ganas de llorar.

– No te preocupes, pequeña, no pasa nada -la consoló papá besándola.

– Se me ha ocurrido una idea -dijo mamá rebuscando en una bolsa-. Mira -añadió mostrándole un chupete rojo-. Es el chupete de Grant. De ahora en adelante, tú te vas a encargar de guardarlo y de ponérselo cuando yo te lo diga. ¿Qué te parece?

Molly asintió, muy orgullosa.

– La próxima semana es tu fiesta de cumpleaños y te prometo que entonces tendrás todas las piruletas de fresa que quieras -le dijo papá.

Callie volvió a asentir, le pasó los brazos por el cuello y lo abrazó. Ahora, era una niña grande. Estaba aprendiendo muchas cosas y eso estaba bien porque su hermanito iba a tener que aprender mucho de ella.

– Te queremos mucho, Molly -le dijo papá.

Molly asintió. Ya lo sabía. Ella también los quería mucho.

Incluso al bebé.

Morgan Raye

***