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Eso se podía hacer con un hijo adoptivo, por supuesto, pero no si uno quería que su descendencia llevara sus genes.

Y eso era exactamente lo que Grant deseaba en lo más profundo de su corazón… aunque lo cierto era que no tenía ni idea de cómo lo iba a conseguir.

– ¿Tiene familia? -le preguntó a Callie con curiosidad.

Sabía que era viuda, pero no tenía más detalles.

– ¿Familia? -repitió Callie mirando hacia la puerta-. Eh… no, la verdad es que no. Estoy, más bien, sola.

Grant se apoyó en la mesa y se tocó el labio.

– Todo el mundo necesita tener familia -recapacitó-. Acabo de pasar unos días en una reunión familiar de un amigo en San Tina y ver a toda esa gente reunida y pasándoselo fenomenal… en fin, esa gente se quiere y se preocupan los unos por los otros… eso me ha hecho darme cuenta de que yo quiero formar una familia. Todos necesitamos a los demás.

«Y yo necesito un hijo», añadió Grant para sí mismo.

Por supuesto, no lo dijo en voz alta, pero, de alguna manera, le pareció que Callie le leía el pensamiento. Al ver cómo lo miraba, se dio cuenta de que ambos estaban pensando en lo mismo, en aquella tarde lluviosa de hacía seis meses en la que se había pasado por la consulta médica de su primo y se había encontrado con Callie Stevens.

Su primo era médico y estaba especializado en técnicas de fertilidad, concretamente en fertilización in vitro.

Aquel día, Grant, desesperado y torturado por su ansia de tener un hijo al que amar, había decidido pasarse por la consulta de su primo a hablar con él para ver si sabía indicarle la manera de encontrar a una madre de alquiler.

Y, al entrar, se había encontrado con Callie, que leía nerviosa una revista. Al saludarla, Callie se había puesto como la grana y había fingido que las recetas de tofu la fascinaban.

Grant se había ido sin hablar con su primo y sin obtener la información que buscaba, pero con la curiosidad de saber qué hacía una mujer como Callie en la sala de espera de la consulta de su primo.

¿Sería que, al igual que él, al ser viuda, quería tener hijos pero sin las complicaciones de otra relación? Había muchas posibilidades y, cuanto más lo había pensado, más se había convencido Grant de que así tenía que ser, así que había terminado entusiasmándose.

Antes de acercarse a la consulta de su primo, había estado en otras dos clínicas e incluso había llegado a entrevistar a un par de madres de alquiler. Ninguna de las dos lo había impresionado, pero si Callie Stevens estuviera dispuesta a…

En cuanto la idea se le había ocurrido, Grant se había dado cuenta de que Callie jamás tendría un hijo por dinero, lo que lo había llevado a plantearse qué podía ofrecerle para incentivarla.

Había pensado en ello durante días y, al final, se le había ocurrido algo que le había parecido beneficioso para ambos.

Era obvio que Callie quería tener un hijo y él podría mantenerla si ella estaba dispuesta a tenerlo con él y a quedarse a su lado cuidándolo en calidad de niñera.

De aquella manera, ambos obtendrían lo que buscaba.

A él le había parecido bien.

Al día siguiente, la había llamado a su despacho y se lo había contado. Callie se había comportado como si Grant formara parte de una red de contrabando de niños y le había faltado tiempo para salir corriendo de su despacho.

Su reacción había sido tan trágica que Grant había temido que dejara el trabajo o que lo denunciara. Por suerte, Callie no había hecho ninguna de las dos cosas pero, a partir de entonces, se había comportado con mucha prudencia ante él.

Por supuesto, Grant jamás había vuelto a decirle nada de aquello, pero ahora…

Capítulo 2

ESTÁ SANGRANDO otra vez -dijo Callie devolviendo a Grant al presente-. Vamos a tener que ir al médico.

– No, no me apetece, ya me curo yo.

– No -lo contradijo Callie exasperada-. Ya sé que le gusta tenerlo todo, absolutamente todo, bajo control, pero hay cosas en la vida que uno no puede controlar y hay que saber admitir que se necesita ayuda.

Grant la miró a los ojos muy serio.

– ¿Qué le hace suponer que me conoce de algo, señorita Callie Stevens?

– No lo conozco a usted en concreto, señor Grant Carver, pero conozco a los hombres como usted -contestó Callie.

– ¿A los hombres como yo? Por favor, cuénteme cómo soy.

Callie se quedó mirándolo y tuvo la impresión de que parecía un luchador después de la lucha, vulnerable y herido.

– Adelante -insistió Grant-. Quiero saber qué opina de mí.

– Muy bien -contestó Callie levantando el mentón-. Es usted arrogante, controlador y tirano. ¿Quiere que continúe?

– No hace falta, me hago una idea. Es evidente que no le caigo muy bien, ¿eh?

Callie parpadeó y sintió que las palabras se le quedaban atravesadas en la garganta. ¿Qué tenía que ver que le cayera bien o no?

Tal y como le acababa de decir, no lo conocía de nada, así que ¿qué derecho tenía a estar diciéndole todo aquello? De repente, se arrepintió de lo que había dicho.

El pañuelo que Grant tenía en el labio estaba lleno de sangre, así que se apresuró a buscar otro por la mesa. Cuanto más se tocaba la herida, peor se la estaba poniendo.

Callie frunció el ceño.

– Debería sentarse mientras decidimos qué hacemos con su cara.

Grant la miró divertido.

– ¿Tampoco le gusta mi cara? -bromeó en tono lastimero.

Callie se mordió el labio para no sonreír.

– Siéntese.

– No necesito sentarme, lo que necesito es…

Callie lo empujó levemente, obligándolo a sentarse en el sofá de cuero que tenía detrás. Grant la dejó hacer sin resistirse, sentándose y mirándola con curiosidad, como si le interesara saber qué iba a hacer con él.

– Descuelgue el teléfono y llame al médico -le ordenó Callie.

– Hablemos en serio -contestó Grant mirándola con escepticismo.

– Yo estoy hablando muy en serio. Necesita ayuda. No pienso dejarlo aquí sangrando para que se muera de una hemorragia durante la noche. Descuelgue el teléfono.

– Al ritmo que estoy sangrando, necesitaría una semana entera para desangrarme -objetó Grant-. Mire, mi hermana es médico. Si creo que es necesario llamarla, la llamaré y ella se hará cargo de todo.

– Llámela -insistió Callie señalando el teléfono.

– Son más de las diez de la noche. No la puedo llamar.

– Llámela. Seguro que no le importa.

– ¿La conoce? -se extrañó Grant.

– No, pero sé cómo son las hermanas -sonrió Callie.

Grant se quedó mirándola.

– Está bien -accedió por fin.

A continuación, Grant agarró su teléfono móvil y marcó el número de su hermana.

– Hola, Gena -la saludó-. Soy Grant. Perdona por llamarte tan tarde. No, no me pasa nada. Sólo quería saludarte y…

Grant no vio el movimiento de Callie, que arrebató el teléfono en un abrir y cerrar de ojos. Obviamente, no se le había ocurrido que nadie se atreviera a hacer algo parecido.

Era evidente que a Callie no le había parecido que la conversación con su hermana fuera a ningún sitio, así que había decidido tomar cartas en el asunto.

– Hola, Gena, soy Callie Stevens.

– ¿Pero qué hace? -gruñó Grant.

Callie hizo un ademán con la mano en el aire para que se callara.

– No nos conocemos, pero trabajo… más bien, trabajaba para su hermano. Sólo quería decirle que ha tenido un accidente…

Grant maldijo, pero Callie lo ignoró.

– No, no le ha pasado nada grave, pero se ha herido en el labio y a mí me parece que habría que darle puntos porque no para de sangrar y… sí, perfecto… sí, estamos en su despacho. Gracias -se despidió Callie colgando el teléfono y devolviéndoselo a Grant-. Ya viene -añadió sonriendo con autosuficiencia.