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– ¿Cómo?

– Me ha dicho que estará aquí en unos minutos.

– Un momento -insistió Grant muy serio-. No me entero de nada. ¿A quién han despedido hoy, a usted o a mí?

La sonrisa de superioridad estaba funcionando, así que Callie decidió mantenerla.

– Quiero que alguien se ocupe de usted. Ahora estamos en paz y me voy.

– No tan rápido. La llave, por favor -dijo Grant extendiendo la mano.

– ¿Qué llave? -contestó Callie con inocencia.

– La que, obviamente, tiene. De no ser así, no habría podido entrar.

«Ah, esa llave», pensó Callie.

Se trataba de una llave que le habían dado unos meses atrás porque había tenido que abrir ella la oficina durante un proyecto y se la había encontrado en su mesa cuando había recogido sus cosas aquella tarde.

Callie se metió la mano en el bolsillo y se la entregó.

– Un momento. Tenemos que hablar -dijo Grant.

– Escríbame una carta -contestó Callie yendo hacia la puerta.

Grant se puso en pie y la siguió.

– Se lo digo en serio. Hay algo de lo que quiero que hablemos. Tengo una idea para que vuelva a trabajar en ACW. ¿Le gustaría recuperar su puesto de trabajo?

Callie lo miró satisfecha. Aquello era casi como una disculpa, ¿no? Sí, evidentemente, estaba admitiendo que no tendrían que haberla despedido.

– ¿Podría hacer que recuperara mi trabajo? -le preguntó mirándolo a los ojos.

– Por supuesto -contestó Grant-. De haberlo sabido antes, no habría permitido que mi tío la echara. Llevo toda la semana fuera de la empresa, como ya sabe, y me he enterado cuando he vuelto esta tarde de que habían despedido a todo el departamento de investigación.

Callie dudó.

– ¿Qué le hace pensar que iba a querer volver a una empresa que me ha tratado tan mal?

– Por favor, no me venga con monsergas. ¿No me acaba de decir hace un rato que necesitaba este trabajo desesperadamente?

Callie abrió la boca para hablar, pero decidió no hacerlo, así que se limitó a sacudir la cabeza. En ese momento, se dio cuenta de que se dejaba la orquídea y avanzó hacia la mesa de Grant.

Se negaba a dejarla atrás después de todos los problemas que habían surgido para recuperarla.

– Así que, en realidad, no me estaba presionando para recuperar su trabajo, ¿verdad? -recapacitó Grant-. Lo que estaba intentando era darme pena.

Callie lo miró, pero no contestó. ¿Qué podía decir? Al fin y al cabo, tenía razón en parte. Por alguna razón, Grant parecía furioso.

– Entre usted y yo, señorita Stevens, nunca me da pena nadie -le dijo agarrándola de la muñeca y mirándola a los ojos con frialdad.

Callie sintió que la sangre se le helaba en las venas. Iba a tirar del brazo con fuerza para zafarse de sus garras, pero no tuvo que hacerlo porque Grant la soltó de repente.

– La quiero ver aquí mañana a primera hora -gruñó consultando su agenda-. Un momento. Tengo dos reuniones importantes por la mañana. Mejor, después de comer. ¿Qué le parece a las dos aquí?

Callie se encogió de hombros con superioridad.

– Me lo pensaré -contestó.

– Seguro que sí -contestó Grant con sarcasmo-. Por si acaso se le ocurre no venir, me quedo con esto -añadió apoderándose la orquídea.

– ¡No puede hacer eso! -gritó Callie yendo hacia él-. ¡Esa planta es de mi propiedad! -protestó.

– Le recuerdo que está usted aquí porque ha entrado en mi propiedad -contestó Grant-. Estamos iguales de nuevo.

Callie sintió ganas de gritar, así que apretó los dientes.

– Devuélvame mi planta.

– Me la quedo para asegurarme de que vendrá usted mañana.

– Eso es… eso es chantaje.

Grant se quedó pensativo.

– Más bien, soborno -apuntó.

– Lo que sea, pero es ilegal.

Grant sonrió.

– Pues denúncieme.

– A lo mejor lo hago -contestó Callie sin convicción-. Quiero que sepa una cosa. Si hubiera estado en mi mano, yo sí lo habría despedido a usted -se despidió furibunda.

Y, dicho aquello, bajó a toda velocidad por las escaleras porque necesitaba dejar salir de alguna manera la rabia que llevaba dentro.

Eran más de las doce de la noche y Grant seguía sentado en su despacho, admirando la oscuridad de la noche desde la ventana.

Su hermana había estado allí y ya se había ido, lo había curado y le había dejado la mitad de la cara anestesiada, pero no era eso lo que lo tenía pensativo.

Su encuentro con Callie no se le iba de la cabeza. Le había estado dando muchas vueltas y había tomado una decisión.

Callie Stevens era la mujer perfecta con la que tener un hijo.

Grant recordó la ocasión en la que le había mencionado el tema. Desde su punto de vista, la reacción de Callie había sido excesiva, sobre todo teniendo en cuenta que era una mujer muy calmada y lógica.

¿Por qué no había aplicado más calma y lógica a aquel asunto? Tal y como se lo había planteado Grant, toda la situación sería beneficiosa para ella. Sin embargo, sabía que, si le planteaba la idea de igual manera, lo que obtendría sería la misma reacción irracional por su parte.

Así que sólo podía hacerlo de una manera: tenía que dilucidar cómo llegarle al corazón y hacer que viera las cosas como las veía él.

¿Y qué había sido eso de obligarla a que se presentara al día siguiente a la cita de las dos? ¿Y si Callie había decidido que no le interesaba volver a trabajar para él y que su orquídea no valía la pena volver a verlo?

Grant no estaba dispuesto a esperar. Tenía intención de salir a su encuentro antes de que a Callie le diera tiempo de desarrollar un programa de oposición. No tenía ni idea de dónde vivía, pero seguro que su dirección estaría en algún registro de la oficina.

Sí, eso era lo que iba a hacer.

Grant miró el sofá e hizo una mueca de disgusto, pero sabía que no le quedaba más remedio que dormir allí unas cuantas horas, ducharse en el vestuario y llevarle la orquídea a casa.

Sería una buena excusa. En cualquier caso, no tendría que habérsela quedado. Había sido una tontería por su parte y se arrepentía de ello.

Sí, además de llevarle la orquídea, pararía en algún sitio a comprar unos bollos para el desayuno. Iba a ser una visita a pacífica y amistosa.

Así, vería dónde vivía Callie y se haría una idea de su situación. Incluso, a lo mejor, podría hacerse su amigo.

Grant se encogió de hombros.

Merecía la pena intentarlo.

– ¿Y es tan sexy como dicen?

Tina Ramos había puesto cara de póquer, pero el brillo travieso de sus ojos la delató. Estaba sentada en el desgastado sofá, con las piernas cruzadas y una taza de café humeante en las manos.

Callie se quedó mirando a su amiga, con la que compartía piso. Estaban sentadas en el salón, observando cómo la hija de trece meses de Tina jugaba frente a ellas y Callie le acababa de contar a su amiga lo que había ocurrido la noche anterior cuando había ido a buscar su planta abandonada.

– ¿Sexy? ¿Cómo? ¿Quién? -contestó Callie.

A pesar de sus palabras, era consciente de que no iba a conseguir engañar a su amiga.

– ¿Quién va a ser? Grant Carver, por supuesto -insistió su amiga-. Ya sabemos que es increíblemente guapo.

Callie la miró atónita.

– ¿De verdad? ¿Y cómo lo sabemos? No recuerdo haber comentado nunca nada sobre si es guapo o no.

– Supongo que eso será porque no te habrás percatado.

– Bueno…

– Venga, Callie -se rió Tina-. Deberías ver la cara que se te pone cuando hablas de él.

– ¡Qué tontería! -exclamó Callie ruborizándose de pies a cabeza-. Nunca me ha parecido nada del otro mundo.

– ¿Ah, no? Bueno, debe de ser que me he equivocado yo.

– Será eso…

– Ya… ¿Vas a ir a la reunión?

– Por supuesto que no.