– ¿Por qué no?
Callie dudó. No quería admitir en voz alta que no quería ir precisamente porque Grant Carver era un hombre realmente guapo y sexy. Aquel hombre tenía algo muy atractivo que la hacía sentirse incómoda en su presencia.
Callie se había construido una isla en la que vivía completamente al margen de los hombres, pero Grant Carver tenía pinta de ser de los que eran capaces de caminar por encima de las aguas cuando querían algo, y lo que más miedo le daba a Callie era que, tal vez, ella bajara el puente levadizo para dejarlo entrar en la fortaleza.
– Porque tengo otras cosas que hacer -se excusó-. Tengo que ir a la residencia a ver a mi suegra. Quiero que me la cuiden un mes más hasta que tenga dinero suficiente para ponerle una enfermera las veinticuatro horas del día.
– No creo que te vaya a resultar fácil ahorrar dinero ahora que has perdido los dos trabajos que tenías -apuntó su amiga.
Callie suspiró.
– Está bien, iré a verlo, pero no a las dos en punto sino cuando a mí me venga bien -cedió sabiendo que era una chiquillada hacerlo esperar.
Era cierto que necesitaba el trabajo, así que tenía que ir.
Tina dudó, pero, al final, alargó el brazo y tomó a su amiga de la mano.
– Callie, anoche hablé con la agencia de limpieza y les dije que me asignaran más casas. Si gano más…
Su amiga era profesora, pero había tenido cáncer y había dejado el estrés del trabajo para dedicarse a limpiar casas. Así, trabajaba menos horas, ganaba lo justo para vivir y podía estar más tiempo con su hija.
– No, Tina. Tú tienes que estar en casa con tu hija.
– Me la voy a llevar conmigo.
– Sabes que no puedes hacerlo, no está permitido.
Tina se encogió de hombros.
– A nadie le importa. A todo el mundo le encanta que me lleve a Molly.
Callie miró a la niña. Era comprensible que a todo el mundo le encantara tener a aquel bebé cerca. Aquel angelito de rizos de chocolate y enormes ojos llenos de curiosidad era tan puro y fresco como un copo de nieve.
Aquella criaturita había cambiado la vida de Callie. Ella y su madre se habían mudado a su casa antes de Navidad y desde entonces todo había cambiado. Desde entonces, había alegría en su vida. Alegría y un precioso bebé.
No era su bebé y sólo lo iba a tener a su lado de manera temporal, pero aquello era lo de menos. Su vida, fría y solitaria durante años, había cambiado.
Durante aquellos años, Callie había buscado una razón para seguir viviendo. Incluso se le había pasado por la mente tener un hijo porque realmente lo deseaba, pero, por mucho que lo había pensado, no encontraba la manera de hacerlo.
De momento, aunque fuera temporal, tenía una familia y era feliz.
Callie se puso en pie y fue a la cocina. En aquel momento, llamaron al timbre.
– Ya abro yo -dijo Tina dirigiéndose a la puerta.
Callie frunció el ceño, preguntándose quién sería y pasándose los dedos por el pelo. Cuando se había levantado, se había puesto una sudadera morada y unos vaqueros viejos. Creía recordar vagamente haberse cepillado el pelo, pero, al tocárselo, dudó porque se lo notó bastante revuelto.
Lo cierto era que no estaba preparada para tener compañía y, menos, si se trataba de…
Grant Carver.
– Espero no molestar -le estaba diciendo a Tina, que le había indicado que pasara.
Y allí estaba, tan guapo y sexy como Tina había dicho. Tenía el labio hinchado, lo que hizo que Callie lo mirara con una mueca de pena. Sin embargo, también era cierto que la herida lo hacía mucho más atractivo. ¿Sería que tenía una atracción natural hacia los hombres heridos?
Llevaba un sombrero Stetson e iba vestido de traje, muy elegante y muy fino, lo que hizo que Callie se sintiera como una refugiada.
¿Molestar? Sí, definitivamente, su presencia le molestaba.
– No, claro que no nos molesta -le estaba diciendo Tina al ver que Callie no contestaba-. Soy Tina, la compañera de piso de Callie. No se preocupe, llevamos ya varias horas despiertas, hablando de… -añadió mordiéndose la lengua.
– ¿Hablando de qué? -le preguntó Grant.
– De cosas -contestó Tina mirando a Callie y pidiéndole disculpas con los ojos.
Obviamente, todos sabían, incluido Grant, de qué habían estado hablando.
– He traído bollos -anunció Grant entregándole una bolsa a Tina.
– Oh, gracias -contestó la amiga de Callie-. ¿Cómo toma el café?
– Solo, gracias.
– No tardo nada.
– Tómese todo el tiempo que necesite -contestó Grant mirando a su alrededor y preguntándose qué demonios hacía allí.
Bueno, para empezar, había ido a devolverle su orquídea a Callie. Ése era el objetivo oficial. Además, quería hacerse su amigo. Sin embargo, ahora que se encontraba en su casa, se le pasó por la cabeza que, a lo mejor, se estaba metiendo en la guarida del lobo él sólito.
Miró a Callie y decidió que, efectivamente, aquello era una locura.
Sí, estaba loco.
No había podido dejar de pensar en aquella mujer.
Se había dicho que era porque representaba muchas posibilidades. Sin embargo, al mirarla ahora, supo que era mucho más.
Aquella mujer, eficiente y trabajadora, lo fascinaba y lo intrigaba. Ahora que la veía con ojos soñolientos, el pelo revuelto, sin maquillaje y descalza… y sin sujetador, tal y como demostraban los pezones marcados en la sudadera.
Al instante, Grant sintió algo que hacía mucho tiempo que no sentía.
Deseo carnal.
Por supuesto, se apresuró a desviar la mirada. Aquello no iba bien. No quería sentirse atraído sexualmente por Callie. Necesitaba mantener la distancia para mantener el control.
– Hola -la saludó-. Me ha costado mucho encontrarla.
– ¿De verdad? -contestó Callie encogiéndose de hombros-. Y yo sin enterarme de que estaba perdida.
– Para mí, lo estaba. La dirección que teníamos en la oficina era su dirección antigua.
Callie lo miró con incredulidad.
– ¿Ha ido a buscarme a Buckaroo Court?
– Sí -contestó Grant-. Desde luego, no es el sitio más bonito de Dallas.
– Desde luego que no -suspiró Callie-. Por eso, me fui en cuanto pude.
Grant asintió y Callie frunció el ceño.
– Supongo que alguien de por allí le daría esta dirección.
– Sí, todo un caballero llamado Butch -contestó Grant-. Estaba lavando la moto, pero no le ha importado hacer un descanso para hablarme de usted.
– Sí, conozco muy bien a Butch -apuntó Callie-.
Es el amo del calabozo. ¿Cuánto le ha soplado por hablar?
– Veinte dólares -contestó Grant-. No me ha parecido caro.
– Vaya, será que últimamente no cotizo muy alto -bromeó Callie.
Grant se encogió de hombros.
– Me ha hecho un descuento después de sacudirlo un poco.
Callie no sabía si le estaba hablando en serio.
– No me lo puedo creer.
– Bueno, ya basta de hablar de Butch -sonrió Grant-. Le he traído su orquídea.
– Ya lo veo -contestó Callie mirándolo con cautela-. ¿Qué quiere a cambio?
– Nada. Se la he traído porque tenía razón. No era justo que me la quedara como reclamo para hacerla volver. Tendría que haber supuesto que haría lo correcto sin necesidad de sentirse obligada.
– Gracias -contestó Callie tomando la planta contra su pecho y abrazándola-. Le agradezco mucho que confíe en mí, pero le advierto que se ha equivocado por completo. Ahora que tengo mi planta…
– Se siente tan agradecida hacia mí que va a llegar a la reunión mucho antes de las dos de la tarde y me estará esperando en la puerta -bromeó Grant.
Callie tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír.
– Sigue soñando -contestó Callie colocando la planta junto a sus dos compañeras en la ventana.
A continuación, se giró hacia Grant y se fijó en que tenía puntos en el labio. Por lo visto, había dejado que su hermana lo curara.