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– ¿Y las reuniones que tenía?

– No hay problema, llego de sobra. Solo he parado en su casa un momento.

En aquel momento, llegó Tina con el cale y los bollos y los dejó sobre la mesa. Grant y Callie se sentaron en el sofá, mirándose de reojo con cautela como si fueran dos gallos de pelea esperando a que el otro diera el primer paso para atacar.

Tina los observó y sonrió. A continuación, se agachó, tomó a su hija en brazos y se giró para despedirse.

– Nos vamos al parque -anunció.

– ¡No, no os vayáis! -exclamó Callie.

– No tardaremos en volver -insistió su amiga.

Callie apenas se fijó en que Tina le guiñaba el ojo porque estaba demasiado ocupada observando la reacción de Grant ante Molly. Era obvio que tener al bebé tan cerca lo perturbaba. Tina no parecía darse cuenta y Molly, menos. De hecho, la niña lo miraba intensamente.

– Papá -dijo echándole los bracitos.

– No, mi vida, éste no es tu papá -le explicó Tina entre risas mientras se iban hacia la puerta.

Grant alargó el brazo, tomó un bollo y lo mordió.

– Así que vive con Tina -comentó.

– Sí, y con Molly, nuestro angelito -contestó Callie.

Grant hizo una mueca y evitó su mirada. A primera vista, el bebé le había recordado a Lisa y pensar en su hija lo llenaba de desazón. No quería que Callie le hablara de la niña, no quería oír nada que le recordara a su hija.

– ¿A qué se dedica Tina?

– ¿Por qué lo quiere saber? -le preguntó Callie.

– Porque me interesa su vida. En realidad, me interesan las vidas de las dos.

– ¿Por qué? -le preguntó Callie anonadada.

Grant se encogió de brazos, exasperado.

– ¿No fue usted la que me dijo anoche que usted y sus compañeros eran seres humanos y no peones en un tablero de ajedrez? Estoy intentando aprender a ser un jefe mejor. Estoy intentando sentir empatía.

Dicho aquello, Grant tuvo la sensación de que Callie le iba a soltar una carcajada en la cara.

– Ya -se limitó a contestar con escepticismo-. Muy bien, señor Empatía. Para que lo sepa, Tina es una persona maravillosa y es mi mejor amiga. Ha tenido mala suerte en la vida y ha sufrido mucho. Actualmente, acaba de terminar el tratamiento del cáncer que tiene y está intentando criar a su hija ella sola.

– Dios mío, ¿cómo se le ocurre a una mujer en su estado tener un hijo?

Callie lo miró con los ojos muy abiertos.

– A veces, hay cosas que escapan a nuestro control.

– Nada debe escapar a nuestro control.

– Madre mía -se lamentó Callie poniéndose en pie con la taza de café en la mano-. Se equivoca por completo. Yo, por ejemplo, llevo años subida en una montaña rusa de la que todavía no he conseguido bajar porque no encuentro los frenos.

– A lo mejor la puedo ayudar -apuntó Grant.

Callie se quedó mirándolo y Grant bajó la mirada. Callie estaba intentando mantener una máscara de tranquilidad, pero Grant se estaba empezando a dar cuenta de que estaba nerviosa.

Callie se dirigió a la cocina a servirse otro café y Grant la siguió.

– ¿Quiere más café? -le preguntó Callie sorprendida.

– No, gracias. Me tengo que ir.

Callie lo miró y se dio cuenta de que los ojos de Grant se deslizaban hacia su boca. Por supuesto, su dueño se apresuró a desviar la mirada.

– La espero a las dos -se despidió Grant poniéndose el sombrero.

– ¿Para qué?

– Para comentarle unas cuantas cosas. Ya le dije anoche que quería ver la manera de devolverle su trabajo en ACW.

Callie frunció el ceño. Era obvio que tenía sus sospechas.

– ¿Qué más le da que mi trabajo lo haga yo o cualquier otra persona?

Grant se paró en seco y se quedó mirándola.

– Callie, ¿por qué no confía en mí?

– Confío en usted.

– No, de eso nada. Recela de todo lo que digo y de todo lo que hago.

– Eso no es verdad al cien por cien.

– ¿Qué he hecho para que no confíe en mí? Tal vez, no sea yo. ¿Acaso otra persona le ha hecho daño?

Sí, Grant vio en los ojos de Callie que, efectivamente, era aquello. Por supuesto, ella no lo iba a admitir.

– No diga tonterías. Prefiero que sea mi jefe a que ejerza de terapeuta conmigo. No necesito que me haga psicoanálisis.

– Muy bien -contestó Grant yendo hacia la puerta.

Callie pasó a su lado para acompañarlo. Pasó tan cerca que a Grant le pareció que percibía el olor de su pelo. Aquella mujer era de verdad, de carne y hueso. Había levantado una barricada y se escondía detrás, pero no había nada artificial en toda ella.

A Grant le gustaba.

Le gustaba físicamente, le gustaba cómo caminaba, le gustaba cómo hablaba, cómo ladeaba la cabeza cuando lo escuchaba muy seria. También le gustaba que no se fiara de él porque eso demostraba que Callie era una mujer inteligente además de guapa.

Sí, tenía que conseguir que aquella mujer fuera la madre de su hijo. Era la mujer perfecta. La mujer elegida.

– ¿Va a venir? -le preguntó.

– Me lo pensaré -contestó Callie.

– A las dos en punto -le recordó Grant.

– Ya lo sé.

– Si no viene…

– ¿Volverá por aquí y torturará a mi orquídea?

– No -sonrió Grant-, no torturaré a su orquídea, pero volveré por aquí, sí -añadió saliendo por la puerta silbando.

Era obvio que Callie iba a ir. Aunque solamente fuera por curiosidad.

Capítulo 3

SE LE HACÍA raro andar por los mismos pasillos que el día anterior había recorrido como empleada.

Al verla, la gente se extrañaba, pero Callie sonrió y mantuvo la cabeza alta. Los demás le devolvían la sonrisa aunque lo cierto era que no tenía muchos amigos fuera de su departamento y sus amigos estaban todos despedidos.

Lynnette, la secretaria de Grant, no le sonrió. En cuanto la vio, se puso en pie y la acompañó al despacho de su jefe, pero no parecía demasiado contenta de tener que hacerlo.

«Debe de creer que voy detrás de Grant por su dinero», pensó Callie dejándose llevar por la intuición. «Vaya, así que lo protege. No está mal», añadió mentalmente.

Cuando entró en su despacho, Grant se levantó de manera cortés y le estrechó la mano, dejando muy claro que aquella reunión era de trabajo. Llevaba un bonito traje de lana y una camisa blanca inmaculada con una corbata azul cielo.

Desde luego, era la viva imagen del empresario ideal.

– Por favor, siéntese, señorita Stevens -le dijo indicándole una silla-. Me alegro tic que haya decidido venir.

– Gracias -contestó Callie.

A continuación, se sentó y se dio cuenta de que estaba nerviosa. ¿Por qué demonios habría decidido ponerse aquella falda tan corta?

– Bien, vayamos directamente al grano -anunció Grant procurando no fijarse en sus maravillosas piernas-. Al leer su curriculum, me he fijado en que asistió usted a varias clases de Derecho. ¿Tenía previsto estudiar la carrera de Derecho?

Callie dudó. Su pasado era un laberinto de vericuetos y situaciones a las que no quería volver.

– Hubo una época en mi vida en la que así lo pensé, sí -contestó.

Grant asintió de manera fría y reservada. En aquellos momentos, a Callie le costaba reconciliar aquella imagen con la del hombre con el que había tenido el encontronazo la noche anterior, el mismo hombre que la había excitado sobremanera al quitarse la camisa, el mismo hombre que se había pasado aquella misma mañana por su casa con bollos para el desayuno.

– Esta empresa tiene previsto abrir un par de filiales próximamente y he pensado que usted podría trabajar en el departamento jurídico -le propuso Grant-. Supongo que le interesará la oferta.

– No tengo estudios legales -le aclaró Callie-. ¿No necesitaría un título o algo así?

– Normalmente, sí -contestó Grant-. Sin embargo, si yo hablo con los del departamento, no creo que haya ningún problema.