– Entiendo.
Claro, era el jefe. Sin embargo, Callie no estaba acostumbrada a obtener ningún trato de favor.
– Empezaría usted como secretaria de personal -le indicó Grant-. La idea es que, en breve, se convierta en una experta en Derecho Mercantil. Aquí tiene las condiciones salariales -añadió escribiendo una cifra en un papel y pasándoselo.
Callie lo miró y se le pusieron los ojos como platos.
– Le he subido el sueldo -comentó Grant.
Callie lo miró a los ojos. Sí, se lo había subido. Mucho. ¿Qué querría aquel hombre en realidad?
– Esto es mucho más de lo que yo esperaba -contestó sinceramente-. ¿Qué espera de mí a cambio?
Grant la miró con un brillo diferente en los ojos y Callie se dio cuenta de que no era irritación sino humor.
– Tan joven y tan desconfiada -comentó-. Lo que espero es que haga usted un buen trabajo para esta empresa.
Callie frunció el ceño. Normalmente, se le daba bien calar a la gente, pero por alguna extraña razón no podía ver los motivos ulteriores de aquel hombre.
– No lo entiendo -confesó-. Este sueldo es demasiado para un trabajo que, en realidad, es de ayudante.
Grant se encogió de hombros.
– Entonces, rechace la oferta.
– No, claro que no voy a rechazarla -contestó Callie apartándose el pelo de la cara-. Necesito el dinero desesperadamente. Sin embargo, quiero que me quede muy claro qué es lo que se espera de mí a cambio de tanto dinero.
– Lo único que espero de usted es trabajo de calidad, y no me importa pagarlo.
A pesar de que Grant parecía hablar con sinceridad, Callie no podía dejar de tener la sensación de que le ocultaba algo. Aquel comentario de que no le importaba pagar a cambio de calidad parecía tener un doble significado que no llegaba a comprender por completo.
– No se arrepentirá -le dijo.
Grant asintió y se quedó mirando el horizonte.
– ¿Empiezo mañana? -le preguntó Callie.
– ¿Mañana?
¿Qué le ocurría a aquel hombre? La estaba mirando fijamente, como si la estuviera traspasando.
– Hola -le dijo Callie moviendo una mano ante sus ojos.
– Ah, sí -se apresuró a contestar Grant dándose cuenta de que se había ido de la conversación-. Mañana es perfecto.
A continuación, se pasó los dedos por el pelo y se quedó mirándola. En realidad, no se había alejado de aquella estancia ni un minuto sino, más bien, todo lo contrario. Lo que había estado pensando era en cómo demonios iba a sacar el tema del bebé.
¿Por qué no se atrevía a planteárselo con franqueza? Debía hacerlo. Necesitaba hacerlo. Sin embargo, no sabía cómo.
Aquello no era propio de él. Grant jamás se quedaba sin ideas, jamás huía de los temas difíciles. Siempre iba a por lo que quería con confianza en sí mismo, una confianza que algunos incluso llamaban arrogancia.
Jamás se le hubiera pasado por la cabeza que iba a tener problemas poniendo en palabras lo que quería y, sin embargo, allí estaba, devanándose los sesos sin llegar a ninguna solución.
¿Qué podía decir? ¿Cómo debía abordar el tema? ¿Con humor? ¿Con seriedad? ¿Como quien no quería la cosa?
«Sí, señorita Stevens, sólo una cosa más. Si accediera usted a tener un hijo conmigo, se le pagaría un gran extra en Navidad».
Sí, genial.
«Señorita Stevens, leyendo su curriculum me he dado cuenta también de que sería usted la mujer perfecta con la que tener un hijo. ¿Qué le parece?».
Grant hizo una mueca de disgusto. Sabía perfectamente lo que le parecería a Callie y no quería oírlo.
«Señorita Stevens, estoy seguro de que sabrá que la familia Carver es una familia muy pudiente en el estado de Texas. La tragedia pesa sobre nosotros porque yo soy el último Carver y no tengo descendencia. Necesito tener un hijo que se quede con el apellido y con la fortuna. Ha sido usted elegida para semejante honor… Si quiere, podrá contribuir a la causa de la historia de este estado…».
No, aquello tampoco saldría bien. ¿Por qué demonios no se le ocurría nada bueno? Probablemente, no se le ocurría nada porque no era el momento de hablar de aquel asunto. Tal vez, lo mejor sería dejar pasar algunas semanas, dejar que Callie se sintiera cómoda con él, incluso que comenzara a confiar en él y…
– ¿Algo más? -le estaba preguntando Callie, mirándolo con curiosidad.
– No, todavía no -suspiró Grant.
– ¿Cómo que todavía no?
– Quiero decir que no, que nada más. Gracias por haber venido. Hablaré con el departamento de personal para que tenga listo su contrato mañana por la mañana.
– Muy bien. Nos vemos entonces contestó Callie poniéndose en pie-. Muchas gracias por tocio, señor Carver. Le agradezco mucho lo que ha hecho por mí.
Grant se puso también en pie y le estrechó la mano.
– Nos vemos mañana -le dijo.
Callie le dirigió una última y confundida mirada y se fue. Grant era consciente de que era una tontería pero, cuando Callie salió por la puerta, se le antojó que la luz de la estancia disminuía.
– Hola, señor Carver.
Grant levantó la mirada y se encontró con Darren Evans, un brillante abogado que hacía poco que trabajaba para ellos. El joven estaba entrando en su despacho con un montón de papeles, pero no pudo evitar girar la cabeza al ver salir a Callie, que se estaba metiendo ya en el ascensor.
– Qué guapa -comentó enarcando una ceja.
– Sí -contestó Grant.
Por lo visto, Darren era un buen abogado, pero, según decían los rumores, era todavía mejor con las mujeres que con las leyes.
– Por lo visto es viuda. ¿Estoy en lo cierto?
– Sí -contestó Grant frunciendo el ceño-. ¿Por qué lo preguntas?
– Porque quería invitarla a salir -contestó el joven abogado.
– Me temo que llegas tarde -contestó Grant poniéndose a la defensiva.
– ¿Ah, sí?
– Sí, está con otra persona.
– ¿De verdad? ¿Con quién?
– No creo que sea asunto tuyo.
– Ah, bueno -suspiró Darren-. Qué pena -añadió saliendo del despacho de su jefe.
Una vez a solas, Grant se dio cuenta de que lo que le había dicho su joven empleado le tenía que servir para abrir los ojos. Debía darse cuenta de que no podía esperar mucho más tiempo para plantearle a Callie su idea. Si no obtenía un compromiso por su parte pronto, podía caer en las garras de un playboy como Darren Evans.
Tenía que encontrar la manera de sacar el tema.
Grant se puso en pie, se metió las manos en los bolsillos y comenzó pasearse por el despacho. Al acercarse a la ventana, miró hacia abajo. Y allí estaba. Callie se había parado junto a la fuente y estaba mirando el agua.
Ahora.
Tenía que ir en su busca cuanto antes.
Grant salió corriendo de su despacho, pasó apresuradamente junto a una asombrada Lynnette, pasó de largo junto al ascensor y bajó a toda velocidad por las escaleras, saltándolas de dos en dos como un esquiador sobre nieve polvo,
Tras bajar los seis pisos, llegó al vestíbulo, se paró en seco, tomó aire y miró a su alrededor. Callie seguía allí. Tenía que nacerlo.
Mientras se aproximaba a ella por detrás, se fijó en su cuerpo, en la curva de su cuello, en cómo le caía el pelo por la espalda.
Sí, quería que aquella mujer fuera la madre de su hijo.
De repente, se dio cuenta de que de nuevo se había precipitado. ¿De verdad estaba contemplando la posibilidad de pedirle a una mujer así que tuviera un hijo con él sin proponerle antes matrimonio? ¿Se había vuelto loco? Sería un gran insulto. Si quería seguir adelante, iba a tener que hacerlo con todas las consecuencias.
– Callie -le dijo.
Callie se giró hacia él, sorprendida, y se quedó mirándolo.
– Callie Stevens… -dijo Grant tomándola de la mano y mirándola a los ojos-. ¿Te quieres casar conmigo?
Tina estaba sentada en el suelo del salón con Molly.