– Has llegado pronto, ¿eh? -dijo Callie al entrar en casa-. Creía que tenías doble jornada -añadió besando a la pequeña y mirando a su madre.
Tina estaba sonriente, pero parecía muy cansada.
– Estaba tan cansada que no he podido ir al trabajo de por la tarde. Lo siento mucho, Callie. Sé que te lo había prometido.
– ¡Tina, por favor, no digas tonterías! ¡Si te cansas, debes volver a casa inmediatamente! No queremos que te pongas enferma. Tu hija te necesita, ¿verdad, cielito? -dijo Callie tomando a Molly en brazos.
– Sí, pero también necesitamos el dinero -contestó su amiga.
– Por eso, no hay problema -le aseguró Callie dejando a la niña junto a su madre-. Me he comprado todos los periódicos del día, voy a escanear los anuncios de trabajo y a actualizar mi curriculum. Mañana mismo me pongo a buscar trabajo. Ya verás cómo conseguiré algo -sonrió-. No te preocupes.
– ¿Cómo no me voy a preocupar, Callie? No tienes trabajo y las cosas van de mal en peor.
Molly estaba empezando a molestar, así que su madre le dio una piruleta para entretenerla.
– ¿No es malo que le des tantos caramelos? Se le van a estropear los dientes.
– ¿Qué dientes? -bromeó Tina-. No te preocupes, solamente le dejo comer una piruleta al día y le lavo los dientes en cuanto se la termina. Le encantan las piruletas de fresa y a mí me encanta verla feliz… -añadió con voz trémula.
Callie se arrepintió de haber criticado a su amiga, que ya tenía bastante con la enfermedad como para que viniera ella diciéndole cómo tenía que criar a su hija.
– ¿Qué tal la reunión? -le preguntó Tina cambiando de tema.
Callie dudó. No sabía qué contarle.
– Me ha ofrecido trabajo como secretaria en el departamento jurídico.
– ¡Eso es genial!
Callie sacudió la cabeza. Su vida se había acelerado y no sabía cómo pararla.
– No puedo aceptarlo. Ese hombre está loco -contestó.
A continuación, levantó la mano para indicarle a su amiga que, por favor, no le hiciera preguntas. Necesitaba tiempo para pensar sobre lo que había sucedido antes de compartirlo con ella.
– Lo siento mucho, Tina, pero ahora mismo no puedo hablar de ello. Luego.
– Muy bien -contestó Tina sorprendida-. Por cierto, han llamado de la residencia de tu suegra. Dicen que no te pueden reservar su habitación durante más tiempo. Si no les pagas el viernes, la van a cambiar al ala pública.
Callie sintió como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. Sin embargo, tomó aire e intentó sonreír.
– Callie, si no hubiera sido por ti, no habría podido estar en una residencia privada durante más de un año. Te has portado muy bien con ella. Lo cierto es que no sé por qué te has cargado con esa responsabilidad a las espaldas.
– Porque es la madre de mi marido y siempre se portó bien conmigo -contestó Callie.
– Pero tu marido, no.
– No, pero eso no fue culpa suya. Yo soy el único pariente que tiene y ella es la única familia que yo tengo.
Tina suspiró y miró a su hija, que estaba jugando en el suelo.
– Te diré que no creo que haya muchas hijas en el mundo que sean tan generosas como tú con sus madres, así que ni hablar de las nueras con las suegras. Callie, deberías pensar en ti más a menudo.
– Te aseguro que ya lo hago. No te preocupes por mí. Estoy bien.
A continuación, Callie se trasladó a la cocina y comenzó a limpiar las encimeras. Sobre todo, porque necesitaba hacer algo, no porque realmente estuvieran sucias.
No podía dejar de pensar en la propuesta que le había hecho Grant Carver. Lo que le había sugerido era una locura.
Imposible.
Indignante.
¡Le había pedido que se casara con él!
Callie había estado a punto de caerse a la fuente.
Al principio, había pensado que estaba de broma, pero, al ver que no sonreía, se había dado cuenta de que lo decía en serio. Se quería casar con ella. Había algo más. Quería tener un hijo con ella.
Aquello mismo le había propuesto seis meses atrás. Sí, Grant Carver le había propuesto que tuviera un hijo con él y que se quedara trabajando como niñera en su casa. Por supuesto, Callie se había negado. Le había parecido una propuesta fría y distante.
Sin embargo, ahora Grant había ido más lejos y le había propuesto matrimonio. ¿Y qué diferencia había? Lo que le estaba proponiendo básicamente era pagarle por tener un hijo con él.
La gente normal no hacía cosas así.
Bueno, sí lo hacía, pero…
Grant le había hablado de aquel día en el que habían coincidido en la clínica de fertilización artificial y Callie había tenido que admitir que había ido allí para informarse sobre la posibilidad de hacerse inseminar artificialmente porque estaba tan desesperada como él por tener un hijo.
También le había contado que, al igual que él, tampoco quería casarse y que, al final, no habría podido seguir adelante con el proceso.
Sin embargo, eso no significaba que quisiera casarse con Grant Carver. Por mucho que él había insistido en dejarle claro que sería más un matrimonio de conveniencia que un matrimonio por amor, a Callie le seguía pareciendo una locura.
Callie abrió la nevera y sacó una cebolla y unas cuantas zanahorias. Poniéndolas sobre una tabla de madera, comenzó a cortarlas e intentó pensar en otra cosa.
Sin embargo, su mente se había quedado sin ideas. Lo único en lo que podía pensar era en aquella loca propuesta.
¿Qué derecho tenía Grant a aparecer en su vida y a ponérsela patas arriba? Ella, que era perfectamente feliz… bueno, a lo mejor no tan perfectamente feliz, pero feliz más o menos. Bueno, un poco estresada, pero aun así…
Grant le había hecho pensar en cosas en las que ella no quería pensar. Por ejemplo, ¿qué demonios quería hacer con su vida?
Desde luego, no quería casarse. Tampoco esperaba encontrar a su príncipe azul. Habían pasado ya seis años desde que había muerto Ralph y no había conocido a ningún hombre con el que se hubiera planteado ni remotamente casarse.
Bueno, sólo uno.
Grant Carver.
Entonces, ¿por qué no quería casarse con él ahora? ¿Por qué no consideraba su propuesta?
«¡Porque no te quiere, estúpida!».
Por lo menos, había sido sincero a ese respecto. Aun así, una pequeña parte, minúscula parte del cerebro de Callie no podía parar de preguntarse qué pasaría si…
«¡No!».
Prefería pasarse el resto de la vida sola que compartirla con un hombre que no la amara. Callie se paró un momento y reflexionó. ¿De verdad estaba analizando sinceramente la situación o se estaba limitando a repetir frases hechas?
De repente, se le ocurrió que, si accedía a la propuesta de Grant, les estaría haciendo la vida más fácil a cuatro personas sin contarse a ella misma.
No, imposible. Tenía que haber otra manera.
Callie se fijó en que Tina había dejado el correo sobre la mesa de la cocina y, al ojearlo, comprobó que se trataba de facturas.
Al instante, sintió que el estómago le daba un vuelco.
También había una nota de Karen, la dueña del edificio.
Callie, lo siento, pero si el viernes no me has entregado el cheque de pago del alquiler del mes…
El vuelco en el corazón de Callie se convirtió en un agudo dolor y Callie sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. No era la primera vez que no llegaba a fin de mes, pero en esta ocasión realmente lo estaba pasando mal.
¿Qué iba a hacer? Aunque aceptara el trabajo que Grant le había ofrecido, el sueldo no le llegaría para pagar todas las deudas en las que se estaba metiendo.
– Caee.
Callie miró hacia abajo y vio que Molly le tiraba de la falda. Sonrió a la adorable niña y pensó en que Grant había perdido a una niña muy parecida. Por un instante, le pareció que comprendía lo terrible que tenía que haber sido para él.
Molly le echó los brazos y Callie se agachó para recogerla. La niña se quedó mirando fijamente las lágrimas que corrían por las mejillas de Callie, alargó el brazo y le tocó el pómulo, abriendo la boca sorprendida al comprobar que tenía la punta del dedo mojada.