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– Esto.

Nic sujetaba entre sus dedos el anillo de compromiso que Piper había dejado en el plato de cerámica encima del aparador. Se lo había quitado para lavarse el pelo y había olvidado volver a ponérselo.

– Mi mujer no estaría completa sin él.

Con cada uno de los pasos que él daba hacia ella, el corazón de Piper latía tan fuerte que podía oír su ruido sordo retumbar en sus oídos. Estiró la mano con la palma hacia arriba para que él pudiera dejar caer el anillo sin tener que tocarla.

Piper dejó escapar un pequeño gemido cuando Nic agarró sus manos con las suyas y deslizó el anillo en su dedo, tal y como había hecho la tarde anterior dentro de la limusina.

Él le lanzó una mirada perspicaz.

– Estás temblando.

Ella retiró la mano, que estaba ardiendo por el con tacto.

– No eres la única persona que me ha prevenido contra la inestable disposición de Camilla. Mis hermanas temen que pueda causarme algún daño físico cuando me vea luciendo el anillo que solía adornar el dedo de su hermana.

– Te equivocas respecto al anillo. Nina llevaba un diamante que mi padre eligió para ella de entre la colección de joyas de la familia Pastrana. Yo te he regalado la perla de la duquesa de Parma.

– ¿María-Luisa? -casi no podía pronunciar las palabras.

– ¿Quien si no? Este anillo formaba parte de la colección de joyas que fue robada. La pieza apareció en una casa de subastas de Londres el pasado mes de junio. Por eso fui allí después de la boda de Max y Greer. Acabé pagando una pequeña fortuna para poder recuperarlo.

Piper agitó la cabeza.

– Habría preferido no saberlo. Ahora más que nunca temo que algo pueda sucederle. ¡Soy la última persona que debería llevarlo! -gritó.

Los ojos de Nic brillaban de manera salvaje. Sólo brillaban así cuando estaba furioso.

– ¿Quien mejor que la mujer que vino por primera vez a Europa luciendo el colgante de la duquesa? En mi opinión, nadie tiene mayor derecho a llevarlo que un descendiente directo.

– Dijiste que nuestro apellido provenía del francés, así que no podemos ser descendientes de la línea italiana.

Nic apretó los labios.

– Eso fue antes de que signore Rossi descubriera que existían dos colgantes auténticos. Napoleón Bonaparte fue emperador de Francia. Se hizo con la perla en su lucha en Egipto. María-Luisa fue su segunda esposa. Es totalmente posible que la historia de que alguna de sus descendientes tuviera una relación con un monje, sea cierta.

»Sospecho que fue un monje francés ligado a la corte parisina quien desapareció misteriosamente hacia América con el bebé y el colgante. Uno de estos años la verdad saldrá a la luz.

– No me importa cuál sea la verdad. Este anillo debería regresar al palacio ducal de Colorno.

– ¿Para que otro ladrón no dude en cometer otro asesinato para robarlo de nuevo? -preguntó suavemente a pesar de que a Piper le pareciera escuchar un leve tono de amenaza-. Creo que está mucho más a salvo en tus manos. ¿Vamos hacia el otro lado de la casa? Nuestros invitados no tardarán en llegar.

Piper se movió deprisa para mantener la distancia entre ellos. Para su sorpresa, cuando entró en el salón por delante de Nic, pudo ver que sus padres ya se encontraban allí disfrutando de una bebida.

Como Nic le había advertido que quizá sus padres no aparecieran, Piper estaba doblemente aliviada al ver que el señor de Pastrana había acudido para apoyar a su hijo. Ciertamente, aquella tarde iba a ser bastante difícil para Nic.

Aunque nunca hubiera estado enamorado de Nina, aquello no echaba por tierra el hecho de que durante toda su vida, Nic hubiera estado muy unido a la familia Robles y no le hiciera ninguna gracia tener que herirlos.

Después de mirar a los ojos a su padre durante un buen rato, Piper vio como Nic abrazaba a su madre. Ambos se susurraron unas palabras antes de que ella se apartara del calor del fuego para saludar a Piper. Mientras se abrazaban, ella escuchó voces en el vestíbulo. Pronto vio a Nic entrar junto a la familia Robles. Allí estaban los tres, elegantemente vestidos. Eran la personificación de la sofisticación de la aristocracia española.

Camilla tenía una figura bien proporcionada y era de estatura media, al igual que su madre. Se había recogido el abundante cabello negro en un moño sujeto por una peineta de nácar y llevaba puesto un deslumbrante vestido de seda de color burdeos.

La artista que había en Piper enseguida percibió que el color del vestido no era adecuado para su tono de piel. Si llevara el pelo más corto y rizado alrededor de la cara, le suavizaría las facciones. Con el maquillaje adecuado y una vestimenta más propia de su edad, estaría mucho más atractiva.

Mientras que Nic charlaba con ellos en español, Camilla no apartaba sus marrones ojos de él. Piper no la culpaba por ello. Nic era un hombre tan atractivo, que allá donde fuera las mujeres girarían la cabeza para mirarlo. Y la pobre Camilla había estado contemplando aquel fenómeno durante años.

Debía de haber sido muy doloroso para ella amarlo en la distancia, sabiendo que al mismo tiempo él guardaba luto por su hermana.

Nic tenía razón. Cuanto antes supiera que estaba fuera de su alcance, antes podría mostrarle su adoración a otro hombre.

Como si hubiera leído su mente, Nic cruzó la mirada con la de Piper. Ella lo oyó decir en inglés:

– ¿Camila? Ven al salón. Hay alguien importante a quien quiero presentarte. Tus padres ya la conocieron en la boda de mis primos.

La madre de Nic permanecía al lado de Piper. El señor de Pastrana acompañaba a su mujer. La escena le recordaba a un antiguo campo de batalla en el que ambos bandos estaban perfectamente alineados a la espera de que empezara la batalla.

La respiración de Piper se volvió irregular a medida que Nic se dirigía a su lado y le ponía un brazo en actitud posesiva alrededor de los hombros.

– Esta es Piper Duchess, mi antigua cuñada y ahora mi esposa. La señora de Pastrana.

Hubo un incómodo silencio en el que Piper habría querido taparse los oídos.

– ¿Te has casado? -susurró el señor Robles con voz agitada.

– Sí, Benito. Es una larga historia. Después de tanta desdicha tras la muerte de Nina, no sabía cómo iba a recuperar las ganas de vivir. Lloré su muerte y sufrí durante meses. Entonces, recibí una llamada de Max diciéndome que el colgante de la duquesa había aparecido alrededor de los cuellos de unas trillizas americanas. El me pidió ayuda para llevar a cabo una investigación.

»Conocerlas fue una experiencia que nunca podré olvidar. Su presencia fue como un rayo de sol tras meses de oscuridad. Fui testigo de cómo mis primos cayeron rendidos a sus pies. Poco podía hacer yo en mi período de duelo, pero también quedé fascinado por los encantos de esta trilliza en particular.

»El otro día, estando en Nueva York por asuntos de negocios, decidí pasarme a verla por su trabajo. Una cosa condujo a la otra y… -Nic titubeó.

Piper sabía lo duro que era ese momento para él, así que decidió que era preciso ayudarlo.

– Yo… yo siempre recé porque Nic viniera a verme cuando hubiera finalizado su período de duelo -confesó, mirando fijamente a tres pares de ojos marrones perplejos-. Apenas podía creerlo cuando mi asistente me dijo que Nic estaba en recepción.

Humedeciéndose los labios con nerviosismo, continuó:

– Me enamoré de él en el Piccione, pero supe por sus primos que estaba guardando luto por Nina. Supe que no tenía derecho a esperar nada de él, así que regresé a Nueva York tras la boda de Greer. Sólo vine a Europa en una ocasión, para asistir a la boda de mi hermana Olivia.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero Piper no trató de contenerlas. Mientras Nic pensara que todo aquello era una interpretación, podría seguir adelante. Si Piper no resultaba convincente ahora, la situación podría convertirse en una pesadilla.

– Tenía un novio en nueva York, Tom. Quería casarse conmigo y yo estaba a punto de decirle que sí cuan do me di cuenta de que no podía continuar con aquello -levantó la vista hacia Camilla-. Uno no puede casarse con alguien a quien no ama o con quien no te ama.