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– Mientras tú duermes voy a hacer un poco de turismo.

– La cuidad es preciosa. Puedes divertirte, pero sabes que no estarás sola.

Nic se giró hacia el otro lado, indicando que la conversación había llegado a su fin.

Piper agarró el bolso y salió del camarote, preguntándose cómo podía seguir en pie teniendo en consideración todo el daño que estaba sufriendo. En una escala del uno al diez, diez siendo lo peor, su sufrimiento se elevaba a cientos.

Nic había dejado el barco lo suficientemente cerca de la playa para sólo tener que remangarse un poco los pantalones y andar hacia la playa sin mojarse la ropa.

Piper llevaba sus zapatillas de deporte. Una vez que sus pies y piernas estuvieron totalmente secos, se sacudió la arena, se calzó y anduvo hacia el centro de la cuidad.

Era un sentimiento extraño saber que la estaban siguiendo, que alguien los estaba vigilando a ella y a Nic desde que habían llegado a Niza. Sin duda, todo aquello requería al menos una docena de hombres alternándose en turnos.

Ella ni siquiera quería pensar en lo que aquello costaría, pero tenía que admitir que, a pesar del daño que Nic le acababa de hacer, estaba contenta de saber que alguien velaba su sueño mientras él dormía plácidamente en el barco y ella se encontraba en la ciudad.

Después de caminar por las preciosas calles de San Tropez, Piper estuvo varias horas en el museo Annonciade admirando las pinturas de Bonnard, Signac, Dufy, Utrillo y su preferido, Matisse.

Cuando llegó la hora de marcharse su deseo por empezar a pintar la impulsó a comprar un cuaderno de dibujo. Volvió a visitar unos cuantos lugares para plasmarlos en el papel y después se dirigió a capturar las escenas de la plaza de las Hierbas, llena de flores y vendedores de frutas.

Cuando Nic apareció de repente en su campo de visión vestido con una fantástica camisa de sport de color marrón y unos pantalones blancos de estilo cargo, Piper dejó escapar un pequeño gemido y miró a su reloj. No podía creer que fuera más tarde de las cinco.

El pulso se le aceleró y ella dio un brinco en el banco.

– Lo siento. Olvidé la hora.

Nic agarró el cuaderno y ojeó los bocetos.

– No hay nada que perdonar. Estos bocetos son magníficos -su mirada deambulaba por sus facciones-. Tengo hambre, ¿y tú?

Piper apenas podía respirar.

– Sí.

– Hay un pequeño restaurante en el paseo marítimo que te encantará. ¿Vamos?

Con el bolso sujeto bajo un brazo y el cuaderno de dibujo bajo el otro, Piper caminó junto a él a través de las pintorescas callejuelas hasta llegar a su destino.

Mientras disfrutaban de una mariscada, Piper notaba las miradas de envidia que las mujeres le dirigían después de observar a Nic. Él era totalmente ajeno a ese hecho y mantenía con ella una conversación sin el menor entusiasmo.

Cuando regresaron al Olivier ya se había hecho de noche y la temperatura había bajado. Ya era demasiado tarde para que Piper se diera un baño, pero no lo era para Nic, que bajó a ponerse el traje de baño.

Mientras que ella podía oír como él nadaba fuera, Piper se preparó para irse a la cama y se metió en la litera de abajo. Estaba más cansada de lo que creía, así que se quedó dormida antes de que él regresara.

Al despertarse a la mañana siguiente Piper sintió el suave mecer de las olas. Estaban navegando de nuevo.

Se levantó para ducharse y ponerse unos vaqueros limpios y una camiseta. Para su sorpresa no tuvo que ponerse una chaqueta para salir a cubierta. Hacía un tiempo estupendo y podía disfrutar del sol y de la brisa.

Nic llevaba unos pantalones cortos y una camiseta de cuello redondo. Además, se había puesto unas gafas de sol que impedían adivinar de qué humor se encontraba.

– ¿Alguna noticia de signore Barnizzi?

– No.

– Bueno, eso lo dice todo. ¿Hacia dónde nos dirigimos hoy?

– Podemos atracar en cualquier puerto que desees, pero cuanto más hacia el este vayamos, mejor tiempo hará. La decisión depende de ti.

– Cuando mis hermanas y yo planificamos nuestro viaje, Greer incluyó a Alassio como uno de los lugares que debíamos visitar.

Nic asintió.

– Excelente elección. Tiene una playa de arena blanca y un montón de rincones pintorescos que podrás disfrutar pintando.

Contrariada, Piper se frotó las manos contra las caderas.

– ¿Te apetece ir allí?

– Naturalmente.

No había nada más que hablar.

– ¿Ya has desayunado?

– Sí. Te habría pedido que lo hicieras conmigo, pero dormías tan profundamente que pensé que sería un crimen despertarte.

Su cortesía la hacía sentirse mal.

– Entonces iré a desayunar.

Nic no respondió.

Ella se encaminó hacia abajo. Llegados a ese punto tenía poco apetito, así que tomó una ciruela. Antes de volver a subir a cubierta, le sirvió a Nic una taza de café como ofrecimiento en son de paz. Aún tenían por delante unos cuantos días. Sería una agonía tener que seguir con aquella guerra fría.

– Gracias -murmuró cuando ella le ofreció la taza que contenía el líquido humeante.

– De nada.

Claramente, Nic deseaba estar solo.

Piper se dirigió hacia la proa y se sentó allí, en uno de los bancos, para disfrutar de la magnífica vista de la costa. Con el corazón afligido, absorbió todos los detalles y las fragancias que le brindaba el lujo de estar en el mar con aquel hombre extraordinario y en el mismo barco del que Luc y Olivia habían hecho su nidito de amor.

Piper permaneció allí durante varias horas.

A mitad de la tarde se puso el bañador y se zambulló en aguas de la costa de Alassio. Nic echó el anda y se reunió con ella. Después del refrescante baño Piper se cambió para poder bajar a tierra y cenar en el restaurante de un hotel cerca de la playa. Estaba aprendiendo muy deprisa que estar en el paraíso con el hombre a quien amaba era mucho peor que estar a solas si él no la amaba.

De regreso al barco se fue derecha a la cama en compañía de un libro. La mañana siguiente fue una repetición de la mañana anterior. No había noticias de signore Barnizzi. Nic volvió a preguntarle qué lugar quería visitar.

Dado que estaban muy cerca de Cinque Terre, Piper sugirió ir a Monterosso, el lugar al que ella y sus hermanas creyeron haber podido llegar a nado en su primera noche a bordo del Piccione. Por el contrario, habían sido virtualmente secuestradas por Nic y sus primos y encerradas en la cárcel del puerto de Lerici.

Una vez que Nic hubo puesto rumbo hacia allí, ella le preguntó:

– ¿Mi teléfono móvil funciona desde aquí? Quiero llamar a las chicas.

– Sí, pero no quiero que las llames.

Piper se enfureció.

– ¿Por qué no?

– Porque podrían estar en compañía de gente que podrían preguntarse por qué te pones en contacto con ellas estando de luna de miel.

– Yo te he visto llamar por teléfono.

– Sólo a signore Barnizzi.

La situación era insostenible.

– Nic, has navegado esta agua en numerosas ocasiones a lo largo de tu vida. Esto tiene que ser tremenda mente aburrido para ti.

– En absoluto. Amo la mar. Últimamente en el banco he tenido mucho trabajo, así que antes de que regrese me gustaría disfrutar de este descanso. Siento que tú no lo estés haciendo.

– ¡Sabes que sí lo estoy haciendo! Pero si hay alguna otra cosa que te gustaría hacer…

– Ya que lo preguntas, me gustaría hacerle el amor a mi mujer. Aparte de eso, ahora mismo no tengo ninguna otra necesidad.

Dolor, dolor y más dolor.

– Aparte de estar con la mujer a quien amas. Dime la verdad -Piper se esforzó por mantener la voz firme-: ¿Es Consuelo Muñoz?

– No.