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Ahora que había terminado su período de luto, nada ni nadie se interpondría en su camino para conseguir lo que quería.

Veintinueve de enero. Kingston. Nueva York

– Perdona que te interrumpa. Piper, pero hay un hombre que pregunta por ti.

Jan, la anterior distribuidora de la zona noreste de Diseños Duchess, era ahora la asistente personal de Piper en la compañía que había montado junto con Don Jardine. Finalmente había decidido llamarla Cyber Network Concepts.

Piper seguía haciendo bocetos en su mesa de dibujo.

– Oficialmente no estoy hasta mañana.

Se había mudado al edificio de oficinas en el que, en una de las alas, Don todavía mantenía su imprenta. Él le había dado el despacho contiguo al suyo y ambos se conectaban a través de una puerta. Hasta ahora todo marchaba perfectamente.

– Se lo he dicho pero, de todas formas, insiste en verte.

– ¿Cómo se llama?

– Me dijo que prefería sorprenderte.

– Eso es sólo una táctica agresiva de vendedor. Probablemente sea el director regional de máquinas Mid Valley. Ha estado dándonos la lata para que compremos sus productos durante meses. Deshazte de él, Jan.

– Me advirtió que no se marcharía hasta que hubiera hablado contigo y me temo que lo dice en serio.

– Todos hablan en serio, pero si realmente está tan ansioso, que hable con Don.

– No quiere hablar con él.

– Entonces está haciéndonos perder el tiempo. Si fuera un cliente, te habría dicho su nombre. Puesto que hemos pagado todas las facturas, no puede ser un acreedor. Dile que acabamos de regresar de Sydney y que tenemos un montón de trabajo por hacer. Mañana es martes. Lo veré entonces.

En los últimos seis meses Don y ella habían conseguido lucrativas cuentas de publicidad con empresas americanas con negocios en Australia y Sudamérica. Ahora Piper tenía más trabajo del que podía manejar.

– Me temo que no aceptará un no por respuesta.

El matiz de su voz hizo que Piper girara la cabeza. Haber contratado a Jan como gerente y encargada de ventas del negocio de calendarios en Estados Unidos había sido una jugada maestra. Dado que Jan tenía gran intuición para los negocios, Piper estaba sombrada al descubrir que su recién comprometida asistente pudiera dejarse intimidar por alguien.

– ¿Cómo es que te da miedo decirle que no?

– Tiene cierto aura. Ya sabes, una determinada presencia. Quizá sea porque es extranjero.

A Piper se le erizó el vello del cuello.

– ¿Cómo que extranjero?

– Si te refieres a su inglés, lo habla perfectamente, aunque con un ligero acento. Creo que puede ser de algún país mediterráneo o algún otro sitio cercano.

– ¿Así que es moreno?

– Sí, pero alto y bien… bueno, ya sabes, con un cuerpo que todas nosotras desearíamos. Ya sabes a lo que me refiero. Para ser sincera, es el hombre más atractivo que jamás he visto en toda mi vida. Por favor, no le digas a Jim lo que acabo de decir.

El carboncillo se resbaló de entre los dedos de Piper. Había tres hombres que encajaban en aquella descripción y los tres pertenecían a la misma familia.

– ¿Y el acento de ese hombre te parecía francés?

– No sabría decirte.

– ¿Tiene los ojos de un color negro encendido?

– No, los suyos son de un marrón penetrante.

¡Socorro!

Piper intentó tragar saliva. Era imposible.

– ¿Lleva una banda en el brazo?

– No. Lleva un fabuloso traje sastre de color gris. Puede que te suene raro pero tiene un porte, diríamos, real.

Piper se levantó de su mesa en estado de shock.

– Acabas de conocer al futuro duque de Pastrana de la casa de Parma-Borbón. Nic es primo de los maridos de Greer y Olivia.

Con razón Jan actuaba como si hubiera sido una experiencia única en su vida. En absoluto estado de pánico, Piper continuó.

– Si valoras tu trabajo, déjame ponerme tu anillo de compromiso. Sólo lo necesitaré unos cuantos minutos. Hasta que se marche, además de ser la socia de Don soy su prometida. ¿Lo has captado?

Su asistente asintió lentamente antes de quitarse su modesto anillo de diamantes. Piper se lo puso. Le que daba un poquito holgado ya que Jan era de constitución más fuerte que ella, pero no importaba. En el fondo era un anillo de compromiso y con eso serviría.

– Gracias. Por hacerme este favor tendrás una bonificación en la próxima paga. Adelante, ve y envíamelo.

El corazón de Piper bramaba bajo el jersey azul marino que se había puesto aquella mañana junto con sus pantalones vaqueros. Cuando no viajaba para visitar a clientes, invernaba en su despacho para dibujar, aparta da de la gente.

Se sentó y volvió a levantarse sin poder decidir cómo lo recibiría. Cuando lo vio en la entrada, tan alto y con aquel físico tan atractivo, pensó que sería una buena idea volver a sentarse o las piernas no la sujetarían.

– Bueno, bueno, bueno -declaró con simulado descuido y poniéndose a la defensiva-. Pero si es el capitán del Piccione.

Capítulo 2

– Buenos días, señorita Piperre.

Cuando Nic pronunciaba la «r» de aquella manera, el sonido resonaba en todas y cada una de las partículas del cuerpo de Piper. No importaba lo mucho que intentara resistirse a su potente presencia masculina, porque sería incapaz de hacerlo.

– La última vez que te vi estabas escondido entre los arbustos de tu propiedad privada, esperando para hacerme desaparecer para que Luc pudiera poner en práctica su plan con Olivia.

En aquel momento ella esperaba que Nic se hubiera olvidado de su luto y se reconciliara con ella. Después de todo, él se había quitado la banda en señal de duelo durante el corto espacio de tiempo que estuvo en el Piccione. Piper se moría de ganas por que la besara.

Sin embargo, él la había conducido hasta la capilla de la familia, donde los esperaba el sacerdote. Allí fue donde se encontró con Greer, Max y el resto de la familia Parma-Borbón, que esperaban ver la celebración de la inminente boda de la menor de las Duchess y el hijo mayor del duque de Falcón.

Nic también recordaría aquella noche. Él le dedicó lo que ella y sus hermanas llamaban su sonrisa castellana. Una deslumbrante y masculina sonrisa que era su sello de identidad.

Pero, tal y como él mismo había explicado en alguna ocasión, castellano era un calificativo inexacto, puesto que por parte de los Varano, él era italiano y por otro lado la familia Pastrana no procedía de Castilla. Las raíces reales de los Pastrana provenían de una región del sur de España llamada Andalucía.

A través de sus hermanas Piper había aprendido que la familia Robles también guardaba cierto parentesco con la casa española de Parma-Borbón, aunque nunca llegaran a adquirir la importancia de los Pastrana.

– ¿Cómo es que te dejas caer por tierras americanas? ¿Algún negocio importante te ha traído hasta este lado del Atlántico?

Él alzó su orgullosa y aristocrática cabeza y le lanzó una enigmática mirada. Ella pensó que parecía algo más delgado y demacrado pero, aun así, estaba más guapo que nunca. Piper no era una de esas mujeres que se desmayaban pero si lo fuera, se habría caído redonda en la puerta de su despacho.

– Llevo en Nueva York unos cuantos días porque otra de las piezas de la colección de joyas ha aparecido en la casa de subastas de Christie’s y ha resultado ser auténtica.

– ¿No me digas que por fin se ha descubierto el colgante de la duquesa?

– No. Se trata de un peine con incrustaciones preciosas.

Piper se había olvidado de la colección. Si ella y sus hermanas no hubieran lucido sus colgantes de la duquesa en su primer viaje, nunca habrían sabido que existía un colgante idéntico al suyo que había sido robado del museo y nunca habrían conocidos a los tres primos.