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– Y cuando volvió a Hollesley Bay, ¿intentó ponerse en contacto con Karen?

– No; no solicitó ninguna visita. De hecho, nunca más volvió a pronunciar su nombre.

– ¿Cuál era su juego? -pregunté, adoptando la jerga carcelaria.

– Solo tenía una cosa en la cabeza, Jeff: quería que le trasladaran al bloque de los rehabilitados, al otro lado de la cárcel.

– Me he perdido -admití.

– Todo formaba parte de su plan maestro, ¿vale? Cuando llegas por primera vez a Hollesley Bay, que, no lo olvides, es un trullo abierto, te asignan una habitación en uno de los dos bloques principales.

– Ah, ¿sí?

– Sí, el bloque norte y el bloque sur. Pero si te rehabilitan (otros tres meses de comportarte como un santo), te trasladan al bloque de rehabilitación, lo cual te concede todavía más privilegios.

– ¿Por ejemplo?

– Puedes recibir la visita de un colega cada sábado. A Pete no le interesaba. Puedes ir a casa un domingo al mes. Tampoco le interesa. Puedes solicitar un trabajo fuera de la cárcel durante la semana. Sigue sin interesarle, pese a que así se sacaría unas libras más antes de que le soltaran.

– Entonces, ¿para qué molestarse en conseguir tantos privilegios, si no pensaba aprovecharlos? -pregunté.

– Formaba parte del plan maestro de Pete, ¿vale? Tu problema, Jeff, es que no piensas como un delincuente.

– ¿Por qué tenía Pete tanto interés en que le trasladaran al bloque de rehabilitación?

– Una buena pregunta por fin, Jeff, pero creo que te hace falta un poco de información. Pete ya había averiguado que en el bloque de rehabilitación había cinco guardias durante el día, pero solo dos por la noche, porque cuando un preso alcanza la condición de rehabilitado se puede confiar en él, dejando aparte la escasez de personal. Y no olvides que en una cárcel abierta no hay celdas, barrotes, llaves ni muros, de modo que cualquiera puede huir.

– ¿Y por qué no lo hacen?

– Porque a la mayoría de los presos que han conseguido ir a parar a una prisión abierta no les interesa escapar.

– ¿Por qué?

– Es lógico. Están llegando al final de su condena y, si les pillan, y nueve de cada diez caen, les envían directamente a una institución cerrada con unos cuantos meses de propina. Así que no vale la pena. Recuerdo a un tipo llamado Dale. Menudo capullo. Solo le quedaban tres semanas de condena y…

– Pete… -dije de nuevo.

– Eres un impaciente, Jeff, como si tuvieras que ir a algún sitio. ¿Por dónde iba?

– En el bloque de rehabilitación solo hay dos oficiales de servicio por la noche -dije después de consultar mis notas.

– Ah, sí. De todos modos, hasta en el bloque de rehabilitación has de presentarte en dirección a las siete de la mañana y a las nueve de la noche. Como ya te he dicho, Pete tenía un trabajo en los almacenes de la cárcel, donde se encargaba de entregar la ropa a los nuevos reclusos y la ropa lavada a los demás una vez a la semana, de modo que los guardias siempre sabían dónde estaba, lo cual también formaba parte del plan de Pete. Pero, si no se hubiera presentado en dirección a las siete de la mañana, y después a las nueve de la noche, le habrían sancionado, con lo cual le habrían enviado de nuevo al bloque norte, tras quitarle todos los privilegios. De modo que Pete siempre estaba presente cuando pasaban lista, su celda siempre estaba limpia como una patena y siempre apagaba la luz mucho antes de las once.

– ¿Formaba parte del plan maestro de Pete?

– Lo pillas rápido -dijo Mick-. Pero Pete se topó con un obstáculo. ¿Se dice así, Jeff? -Asentí con la cabeza, pues no deseaba interrumpirle-. Por la noche un guardia hacía la ronda del bloque a la una, y después volvía a las cuatro de la mañana, para comprobar que todos los reclusos estaban acostados y dormidos. Lo único que ha de hacer el guardia es apartar la cortina de la puerta, mirar a través del cristal y apuntar la linterna a la cama para comprobar que el preso está roncando. ¿Te he contado lo del preso que pillaron en su habitación con una…?

– Pete -dije sin siquiera mirar a Mick.

– Pete se quedaba despierto hasta la una, cuando el primer guardia iba a ver si estaba en su cuarto. El guardia levanta la cortina, apunta la linterna a la cama y desaparece. Entonces Pete se dormía, pero siempre ponía el despertador a las cuatro menos diez. A las cuatro aparece otro guardia para comprobar que aún sigues en la cama. Pete tardó más de un mes en averiguar que había dos guardias, el señor Chambers y el señor Davis, que no se molestaban en hacer la ronda nocturna para comprobar que todo el mundo estaba acostado. Chambers se quedaba dormido y a Davis no había quien lo apartara de la televisión. Después de eso Pete solo tuvo que esperar a que los dos estuvieran de servicio la misma noche.

Cuando solo faltaban seis semanas para que le dejaran en libertad, Pete volvió al bloque de rehabilitación después de trabajar, y se enteró de que Chambers y Davis estaban de servicio aquella noche. Cuando Pete firmó la lista a las nueve, el señor Chambers ya estaba viendo un partido de fútbol en la tele, y el señor Davis, con los pies sobre la mesa, bebía una Coca-Cola y leía las páginas deportivas del Sun. Pete subió a su cuarto, vio la tele hasta poco después de las diez y apagó la luz. Se metió en la cama y se tapó con la manta, pero no se quitó el chándal ni las zapatillas de deporte. Esperó hasta pasados unos minutos de la una, salió de puntillas al pasillo y comprobó que no había nadie. Ni rastro de Chambers o Davis. A continuación fue hasta el extremo del pasillo, abrió la puerta de la salida de incendios y desapareció por la escalera trasera. Dejó una cuña de papel en la puerta y se dispuso a recorrer los doce kilómetros que distaban de Woodbridge.

Nadie sabe cuándo regresó Pete aquella noche, pero se presentó en dirección, como de costumbre, a las siete de la mañana. El señor Chambers marcó su nombre. Cuando Pete miró la tablilla del guardia, observó que las cuatro columnas de la lista (nueve, una, cuatro, siete) estaban marcadas. Desayunó en la cantina antes de ir a trabajar a los almacenes.

– ¿Se salió con la suya?

– No del todo -contestó Mick-.Ya avanzada la mañana, montones de policías invadieron la cárcel, pero solo buscaban a un hombre. Acabaron en los almacenes, detuvieron a Pete y le llevaron a la comisaría de Woodbridge para interrogarle. Le interrogaron durante cuatro horas acerca de la muerte de Brian Powell y Karen Slater, a quienes habían hallado estrangulados en la cama. Corre el rumor de que estaban follando en aquel momento. Pete se mantuvo firme en su argumentación: «No he podido ser yo, tíos. A esa hora estaba encerrado en la cárcel. Pregunten al señor Chambers y al señor Davis, que estaban de servicio anoche». El agente al mando del caso se presentó en el bloque de rehabilitación y miró la lista de las rondas nocturnas. Brian y la fulana habían sido estrangulados entre las tres y las cinco de la madrugada, según el médico de la policía, de modo que, si Chambers había visto a Pete dormido a las cuatro, este no podía estar en Woodbridge a esa hora, ¿verdad? Lógico.

»El Ministerio del Interior ordenó una investigación independiente. Tanto Chambers como Davis confirmaron que habían pasado por la celda de cada preso a la una y a las cuatro, y en ambas ocasiones Pete estaba dormido en su cuarto. Varios presos comparecieron de muy buena gana ante el comité de investigación y declararon que les había despertado la linterna de Chambers y Davis cuando hacían la ronda, lo cual reforzó la defensa de Pete. La investigación llegó a la conclusión de que Pete debía de estar en la cama a la una y a las cuatro de aquella madrugada, de modo que no pudo de ninguna manera cometer los asesinatos.