Chris dio la noticia a su mujer aquella noche, durante la cena. Sue se quedó sin habla. Un problema con el que Chris no se había encontrado en el pasado.
Una vez que el señor Tremaine conoció a la señora Haskins, fue solo cuestión de rellenar innumerables impresos antes de que Britannia Finance les concediera un préstamo de cinco mil libras. Un mes después, los señores Haskins dejaron las tres habitaciones de Jubilee Road para mudarse a un local de pescado frito con patatas fritas en Beach Street.
Nudo
Chris y Sue dedicaron su primer domingo a borrar el apellido PARSONS de la fachada de la tienda, y a pintar encima: HASKINS: nueva dirección. Sue empezó a enseñar a Chris la preparación de los ingredientes esenciales de la mezcla para rebozar. Si fuera tan sencillo, le recordó, no habría cola delante de una tienda, mientras su rival, unos pocos metros más allá, no tenía ni un cliente. Pasaron algunas semanas antes de que Chris pudiera garantizar que sus patatas fritas siempre estaban crujientes pero no duras o, peor aún, aceitosas. Mientras él envolvía el pescado y entregaba los sobrecitos con la sal y el vinagre, Sue, sentada delante de la caja registradora, cobraba. Por la noche Sue siempre ponía los libros de contabilidad al día, pero no subía a reunirse con Chris en su pequeño piso independiente hasta que la tienda quedaba inmaculada y podía verse la cara en la superficie del mostrador.
Siempre era la última en terminar, pero Chris era el primero que se levantaba por las mañanas. Estaba en pie a las cuatro de la madrugada, se ponía un viejo chándal y se dirigía hacia los muelles con Cabo. Volvía un par de horas más tarde, tras haber seleccionado las mejores piezas de bacalao, merluza, raya y platija momentos después de que los barcos pesqueros hubieran atracado con su captura matutina.
Aunque Cleethorpes contaba con varios locales de pescado frito con patatas fritas, pronto empezaron a formarse colas delante de Haskins, a veces incluso antes de que Sue hubiera dado la vuelta al letrero de «cerrado» para dejar entrar al primer cliente de la mañana. La cola nunca menguaba entre las once de la mañana y las tres de la tarde, ni desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la noche, cuando por fin daban de nuevo la vuelta al letrero, pero no antes de servir al último cliente.
Al final de su primer año los Haskins habían obtenido unos beneficios superiores a novecientas libras. A medida que las colas se alargaban, disminuía la deuda con Britannia Finance, de tal manera que pudieron devolver el total del préstamo, con los debidos intereses, ocho meses antes de que finalizara el plazo de cinco años.
Durante la siguiente década, la reputación de los Haskins creció tanto en tierra como en mar, con el resultado de que Chris fue invitado a ingresar en el Rotary Club de Cleethorpes y Sue se convirtió en vicepresidenta de la Unión de Madres.
Con ocasión de su vigésimo aniversario de boda Sue y Chris volvieron a Portugal para disfrutar de una segunda luna de miel. Se alojaron en un hotel de cuatro estrellas durante quince días, y esta vez no regresaron a casa antes de lo previsto. Los señores Haskins volvieron a Albufeira cada verano durante los siguientes diez años. Gentes de costumbres.
Tracey salió del instituto de Cleethorpes para matricularse en la Universidad de Bristol, donde estudió dirección de empresas. La única tristeza en la vida de los Haskins fue la muerte de Cabo. Pero ya tenía catorce años.
Chris estaba tomando una copa con algunos compañeros del Rotary, cuando Dave Quenton, el director de la oficina postal más prestigiosa de la ciudad, le dijo que iba a trasladarse al Distrito de los Lagos y que pensaba vender su negocio.
Esta vez, Chris sí habló de su última propuesta a su esposa. Sue se quedó sorprendida de nuevo y, cuando se recuperó, necesitó formular varias preguntas antes de acceder a visitar por segunda vez Britannia Finance.
– ¿Cuánto tienen depositado en el Midland Bank? -inquirió el señor Tremaine, recién ascendido a director de créditos.
Sue consultó su libro mayor.
– Treinta y siete mil cuatrocientas ocho libras -contestó.
– ¿Y en cuánto valoran la tienda de pescado frito con patatas fritas? -fue la siguiente pregunta.
– Tendremos en consideración ofertas superiores a cien mil libras -dijo Sue con firmeza.
– ¿Y en cuánto está valorada la oficina de Correos, teniendo en cuenta que se halla en un lugar privilegiado?
– El señor Quenton dice que Correos aspira a conseguir doscientas setenta mil libras, pero asegura que la dejarían por un cuarto de millón si encuentran un candidato adecuado.
– Por lo tanto, necesitarán ustedes algo más de cien mil libras -calculó el analista sin necesidad de consultar el libro mayor. Hizo una pausa-. ¿Cuál fue la facturación de la oficina de Correos el año pasado?
– Doscientas treinta mil libras -contestó Sue.
– ¿Beneficios?
Una vez más, Sue tuvo que consultar sus cifras.
– Veintiséis mil cuatrocientas, pero eso no incluye la ventaja adicional de contar con un espacio habitable amplio, con contribuciones municipales e impuestos cubiertos en la declaración de renta anual. -Hizo una pausa-. Y esta vez, seríamos propietarios del inmueble.
– Si nuestros contables confirman esas cifras -dijo el señor Tremaine- y ustedes consiguen vender la tienda de pescado frito con patatas fritas por unas cien mil libras, no cabe duda de que parece una inversión segura. Pero… -Los dos clientes en potencia le miraron con aprensión-.Y siempre hay un pero cuando se trata de prestar dinero. El préstamo estaría sujeto a que la oficina de Correos mantuviera su categoría A. La propiedad en la zona se cotiza en la actualidad a unas veinte mil libras, de manera que el valor real de la oficina postal es el de un negocio, y solo si, lo repito, conserva la categoría A.
– Ha mantenido la categoría A desde hace treinta años -observó Chris-. ¿Por qué iba a cambiar en el futuro?
– Si yo pudiera predecir el futuro, señor Haskins -contestó el analista-Jamás haría una mala inversión, pero, como no puedo, tengo que correr algún riesgo de vez en cuando. Britannia invierte en gente, y en ese sentido ustedes no tienen nada que demostrar. -Sonrió-. Como en nuestra primera inversión, el préstamo ha de reembolsarse en plazos trimestrales durante un período de cinco años, y en esta ocasión, al tratarse de una cantidad importante, cobraremos cargos en concepto de interés por la propiedad.
– ¿Qué porcentaje? -preguntó Chris.
– El ocho y medio, con penalizaciones adicionales si los aumentos no se pagan a tiempo.
– Tendremos que meditar sobre su oferta con detenimiento -dijo Sue-. Le informaremos en cuanto hayamos tomado una decisión.
El señor Tremaine reprimió una sonrisa.
– ¿Qué es eso de la categoría A? -preguntó Sue, mientras volvían a toda prisa hacia la tienda con la esperanza de abrir a tiempo para recibir a su primer cliente.
– En la categoría A residen todos los beneficios -explicó Chris-. Cuentas de ahorro, pensiones, giros postales, impuestos de circulación y hasta billetes de la lotería nacional, todo lo cual garantiza unos pingües beneficios. Sin ellos, has de conformarte con licencias de televisión, sellos, facturas de electricidad y tal vez algunos ingresos adicionales si te dejan gestionar una tienda al mismo tiempo. Si fuera eso lo que ofrece el señor Quenton, sería mejor que continuáramos con la tienda de pescado frito con patatas fritas.
– ¿Existe algún peligro de perder la categoría A? -preguntó Sue.
– En absoluto -contestó Chris-, al menos eso me ha asegurado el director de zona, que es miembro del Rotary. Me dijo que nunca se ha hablado del asunto en la oficina central, y no te quepa duda de que Britannia se asegurará de que es así mucho antes de desprenderse de cien mil libras.