Выбрать главу

– Con leche y sin azúcar, por favor.

Ella le acercó el cuenco. Estaba lleno de galletas digestivas, Penguins y nubes. Grace cogió un Penguin y lo desenvolvió.

Joan Tripwell sirvió el té y le pasó la taza, luego señaló la fotografía del marco de plata.

– No nos gustaba el nombre de Frederick, ¿verdad, Derek?

Una pequeña negación en forma de gemido salió de la boca del hombre.

– Así que se lo cambiamos por Richard -dijo.

– Richard -repitió el anciano, con un gruñido.

– Por Richard Chamberlain, el actor. Dr. Kildare. ¿Ha visto la serie Dr. Kildare?

– No es de su época, maldita sea -farfulló su marido.

– La recuerdo vagamente -confesó Grace-. A mi madre le encantaba. -Removió el té, impaciente por ir al grano.

– Adoptamos a dos niños -dijo Joan-. Luego llegó uno nuestro. Geoffrey. Le va bien, es investigador en una empresa farmacéutica, Pfizer. Desarrolla medicamentos contra el cáncer.

Grace sonrió.

– Qué bien.

– Laura es la problemática. Creía que venía usted por ella. Siempre anda metida en líos. Drogas. Es un poco irónico, ¿verdad? Nuestro Geoffrey trabaja en una empresa que fabrica medicamentos, y Laura entra y sale de centros, siempre metiéndose en líos con la policía.

– Y Richard… ¿Cómo le va a él? -preguntó Grace.

La boca pequeña de Joan Tripwell se cerró, de repente sus ojos no sabían dónde mirar. Grace se dio cuenta de que había tocado un punto sensible. La mujer se sirvió un té y añadió dos terrones de azúcar, utilizando unas tenacillas de plata.

– ¿Cuál es exactamente su interés por Richard? -preguntó, su voz recelosa de repente.

– Esperaba que pudiera decirme dónde encontrarlo. Necesito hablar con él.

– ¿Hablar con él? -La mujer parecía estupefacta.

– Parcela 437, fila 12 -dijo de repente el hombre.

– ¡Derek! -lo reprendió su esposa.

– Bueno, es donde está, maldita sea. ¿Qué te pasa, mujer?

– Disculpe a mi marido -dijo, y cogió su taza con finura por el asa-. Nunca ha llegado a superarlo. Supongo que ninguno de los dos lo ha hecho.

– ¿Superado el qué? -tanteó Grace, tan delicadamente como pudo.

– Fue un bebé prematuro, como su hermano, el pobrecillo. Nació con una debilidad congénita. Una malformación en los pulmones. Nunca llegaron a desarrollarse bien. Tenía problemas respiratorios, ¿sabe? De niño siempre cogía infecciones. Y tenía un asma muy aguda.

– ¿Qué sabe de su hermano? -preguntó Grace, demasiado interesado ahora en dar un mordisco al Penguin.

– Que falleció en la incubadora, el pobre chiquitín. Es lo que nos dijeron.

– ¿Y la madre?

La mujer negó con la cabeza.

– Los Servicios Sociales fueron muy poco amables a la hora de darnos información.

– Dígamelo a mí -dijo Grace con amargura.

– Nos costó mucho tiempo averiguar que era madre soltera; estaba muy mal visto en esa época, claro. Murió en un accidente de coche, pero en realidad nunca supimos los detalles.

– ¿Está segura de que el hermano de Frederick murió? Lo siento, de Richard -se corrigió.

– Nunca puedes estar segura de nada de lo que digan los servicios sociales. Pero eso fue lo que nos dijeron entonces.

Grace asintió con comprensión. Hubo otro rugido en la televisión. Grace miró y vio la imagen repetida de un fildeador que atrapaba la pelota.

– ¿Puede decirme dónde puedo encontrar a su hijo Richard?

– Ya se lo he dicho, maldita sea -refunfuñó el anciano-. Parcela 437, fila 12. Ella va todos los años.

– Lo siento -dijo Grace-. No entiendo.

– Lo que mi marido intenta decirle es que llega veinte años tarde -dijo la mujer.

– ¿Tarde? -Grace estaba recibiendo todo tipo de señales negativas, confusas.

– Cuando tenía veintiún años -dijo Joan Tripwell-, Richard fue a una fiesta y olvidó su inhalador Ventolin, tenía que llevarlo siempre encima. Tuvo un ataque de asma especialmente agudo. -Se le entrecortó la voz. Se sorbió la nariz y se secó los ojos-. Su corazón falló.

Grace se quedó mirándola boquiabierto.

Como si leyera incertidumbre en su rostro, Joan Tripwell dijo enfáticamente:

– Murió, el pobre. La verdad es que nunca llegó a disfrutar de la vida.

Capítulo 112

Después de conducir una hora de vuelta, Roy Grace, muy desanimado, informó de sus averiguaciones al equipo de la operación Camaleón en la MIR Uno, luego se sentó y comenzó a repasar todas las pruebas que habían recopilado contra Brian Bishop.

Pese a estar convencido de que Joan Tripwell le había contado la verdad, se habían presentado varias anomalías que no podía acabar de encajar. Era como intentar juntar las piezas de un rompecabezas que parecían acoplarse bien, pero que no tenían la forma exacta.

Le inquietaban los detalles sobre el hermano gemelo que el director del registro le había leído. Grace releyó las notas que había tomado en el ayuntamiento, luego volvió a comprobar el certificado de nacimiento de Bishop y también su certificado de adopción. Había nacido el 7 de septiembre a las 3.47, dieciocho minutos antes que su hermano, Frederick Roger Jones, a quien rebautizaron con el nombre de Richard y que murió a la edad de veintiún años.

Entonces, ¿por qué los Servicios Sociales le habían dicho a Joan Tripwell que el otro gemelo había muerto?

Llamó a la asesora en adopciones, Loretta Leberknight. Ella le respondió alegremente que en esa época era típico que los Servicios Sociales hicieran cosas así. No les gustaba separar a los gemelos, pero incluso entonces la lista de personas que esperaban adoptar era larga. Si uno estaba enfermo, y pasaba cierto tiempo en la incubadora, era posible que se tomara la decisión de dar al bebé sano en adopción y luego, si el otro sobrevivía, contar una mentira piadosa para satisfacer a otra pareja desesperada por tener un hijo.

A ella le había pasado, añadió. Ella tenía una hermana gemela y, sin embargo, nunca se lo comunicaron a sus padres adoptivos.

Por la experiencia que había tenido antes con esa bruja de los Servicios Sociales, Grace los creía perfectamente capaces de cualquier cosa.

Puso las cintas de la cámara de seguridad en el monitor de la sala y miró las imágenes, comparándolas con el registro detallado del teléfono móvil que el agente Corbin había preparado. Ese hombre que aparecía en pantalla era Brian Bishop. Estaba absolutamente seguro, salvo que tuviera un doble exacto. Pero el hecho de que el registro mostrara que había abandonado las inmediaciones del Lansdowne Place y que luego había regresado al hotel hacía que la posibilidad de un doble accidental, exactamente en el mismo lugar y a la misma hora, fuera una coincidencia demasiado grande.

En su bloc anotó la palabra «cómplice», seguida de un interrogante grande.

¿Se había tomado alguien la molestia de someterse a una operación de estética para parecerse a Brian Bishop? ¿Y, luego, de algún modo, había conseguido obtener semen reciente del hombre?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por alguien que pronunció su nombre y Grace volvió la cabeza. Vio la cara barbuda de George Erridge, de la Unidad Fotográfica. Erridge, que siempre parecía un explorador que acababa de regresar de una expedición, caminaba hacia él, emocionado, con un fajo en la mano de lo que parecía papel fotográfico.

– ¿Esas imágenes de la cámara de seguridad que me diste ayer, Roy, del Royal Sussex County Hospital? ¿El tipo con barba, gafas de sol y pelo largo que estaba ahí, montando una escena el domingo?

Grace casi lo había olvidado.

– ¿Sí?

– Bueno, ¡pues tenemos algo! He estado examinándolas con un software que han desarrollado en la Unidad de Ayuda Telefónica al Desaparecido. ¿Sabes? Para detectar cambios de identidad en la gente, qué aspecto podrían tener al cabo de cinco, diez, veinte años, ¿sabes? Con pelo, sin pelo, con barba, sin barba, todo eso. Estoy intentando convencer a Tony Case para que invirtamos en él para nuestro departamento.