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«Tendrás que empezar a cansarte pronto, Jecks. No conseguirás escapar. Nadie hace daño a mi Cleo y consigue escapar.»

Jecks siguió corriendo, pasó por delante de un garaje, cruzó otra intersección y dejó atrás otra hilera de tiendas.

Entonces, por fin, Grace oyó el gemido retumbante de una sirena detrás de él. «Ya era hora, coño», pensó. Al cabo de unos momentos, un coche patrulla se colocó a su lado, la ventanilla del copiloto bajada, y escuchó un estallido de interferencias, seguidas de la voz de un controlador procedente de la radio del vehículo.

Incapaz apenas de hablar, Grace dijo jadeando al joven agente:

– Ahí delante. Ese tipo del traje verde. ¡Detenedle como sea!

El coche salió zumbando, la luz azul girando en el techo, y se detuvo en la acera justo delante de Jecks. La puerta del copiloto se abrió antes de que frenara del todo.

Jecks dio media vuelta y corrió unos metros en dirección a Grace, luego giró a la derecha, hacia la estación de tren de Presten Park.

Grace escuchó que se acercaba otra sirena. Más refuerzos. Muy bien.

Siguió a Jecks obstinadamente por una colina empinada flanqueada de casas a ambos lados. Delante había un muro de ladrillos alto, con un túnel de acceso a los andenes y la calle al fondo. Había dos taxis aparcados.

Enfrente de la estación se abría una zona de recogida de pasajeros; había un par de taxis esperando y una calle residencial sin asfaltar a la derecha, que discurría paralela a las vías del tren durante varios cientos de metros.

Jecks entró en ella.

El primer coche patrulla pasó a toda velocidad por delante de Grace, siguiendo a Jecks. De repente, el hombre volvió sobre sus pasos, penetró en el túnel, subió los escalones que conducían al andén sur y pasó por delante de una joven con una maleta y de un hombre vestido de traje.

Grace le siguió, esquivando a más pasajeros, luego vio a Jecks corriendo por el andén. La puerta del último vagón estaba abierta y el jefe de estación hacía señales con la linterna. El tren comenzó a moverse.

Jecks saltó del andén y desapareció de la vista de Grace. ¿Había bajado a la vía?

Luego, mientras el jefe de estación pasaba a su lado, el tren acelerando, Grace vio la luz roja trasera. Vio a Jecks, agarrado a la barandilla en la parte posterior del último vagón, los pies colgando peligrosamente de un tope.

Grace gritó al jefe de estación:

– ¡Policía, pare el tren! ¡Hay un hombre colgado en la parte de atrás!

Por un momento, el tipo, un joven larguirucho con un uniforme que le sentaba muy mal, se quedó mirándolo asombrado mientras el tren seguía acelerando.

– ¡Policía! ¡Soy policía! ¡Pareeeeee! -volvió a gritar.

El jefe de estación, que ahora estaba varios metros delante de él, apenas podía oírle.

El hombre se metió en la estación y Grace oyó un timbrazo estridente. De repente, el tren comenzó a aminorar la marcha y, con un chirrido de los frenos y un silbido del sistema de presión, se detuvo a sacudidas cincuenta metros más allá del final del andén.

Grace bajó la rampa y accedió a las vías, sin pisar el carril conductor, tropezando con el balasto suelto y lleno de maleza y con las traviesas.

El jefe de estación también saltó y corrió hacia Grace, iluminándole con su linterna.

– ¿Dónde está?

Grace señaló. Jecks, mirando con miedo el carril conductor, pasó con cuidado al tope de la derecha, luego saltó, pero no lo suficiente, y rozó con el pie derecho el segundo carril de contacto. Hubo un destello azul, un chisporroteo, una ráfaga de humo y un grito. Jecks aterrizó sobre el balasto en el centro de la vía norte con un estruendo seco, luego se desplomó, se golpeó la cabeza en el raíl externo con un ruido sordo y se quedó tendido sin moverse.

A la luz de la linterna del jefe de estación, Grace vio la pierna izquierda del hombre extendida en un ángulo extraño y por un momento pensó que estaba muerto. Había un olor acre a quemado en el aire.

– ¡Eh! -gritó el jefe de estación, aterrorizado-. ¡Viene un tren! ¡El de las 21.50!

Grace oyó que las vías silbaban como el pitido de un diapasón.

– ¡Es el rápido! ¡El tren de Victoria! ¡El expreso!

El hombre temblaba tanto que apenas podía mantener la luz sobre Jecks, que se agarraba a la vía con las manos, intentando arrastrarse hacia delante.

Grace pasó un pie por encima del carril conductor y pisó el balasto de detrás. Quería vivo a ese cabrón.

De repente, Jecks intentó levantarse, pero al instante cayó hacia delante con otro aullido de dolor, le caían gotas de sangre por la cara.

– ¡No! -le gritó el jefe de estación a Grace-. No cruce… ¡Por ahí no!

Grace oía el sonido del tren que se aproximaba. Haciendo caso omiso de los gritos del hombre, pasó la otra pierna y se detuvo en el espacio entre las dos vías, mirando a la izquierda, a las luces del expreso que rompían la oscuridad, directo hacia él, a unos segundos de distancia.

Había un hueco al otro lado, antes de la siguiente vía. Espacio suficiente, determinó, así que tomó una decisión rápida y saltó el segundo carril conductor. Cogiendo la pierna rota de Jecks, que era la parte de su cuerpo que más cerca tenía, por el zapato de suela gruesa parcialmente derretida, tiró de ella con todas sus fuerzas. Las luces enfocaron hacia abajo. Escuchó el grito de dolor de Jecks por encima del silbato del tren. Notaba la vibración del suelo, las vías emitían ahora un sonido atronador. Se levantó una ráfaga de viento. Volvió a tirar del hombre, ajeno al alarido de dolor, los gritos del jefe de estación, el rugido y el pitido del tren y retrocedió, arrastrando el peso muerto por encima de la vía exterior hacia el suelo irregular tan fuerte y deprisa como pudo.

Luego, perdió el equilibrio y cayó de lado sobre el espacio, la cara a unos centímetros de la vía. Y oyó un chillido humano terrible.

El tren estaba pasando con gran estruendo, un remolino de aire le sacudía la ropa y el pelo, el sonido metálico de las ruedas era ensordecedor.

Una última ráfaga de aire. Luego silencio.

Algo cálido y pegajoso le salpicaba la cara.

Capítulo 119

El silencio pareció durar una eternidad. Engullendo el aire, a Grace lo deslumbró momentáneamente la luz de una linterna. Más líquido caliente y pegajoso le alcanzó la cara. La luz se apartó de sus ojos y ahora pudo ver lo que parecía un trozo de manguera gris estrecha que le arrojaba pintura roja.

Entonces se dio cuenta de que no era pintura roja. Era sangre. Y no era una manguera, era el brazo derecho de Norman Jecks. La mano del hombre estaba cercenada.

Grace se puso de rodillas con dificultad. Jecks estaba tumbado, temblando, gimiendo, en estado de shock. Debía cortar la hemorragia, lo sabía, debía detenerla de inmediato o el hombre moriría desangrado en cuestión de minutos.

El jefe de estación estaba a su lado.

– Dios mío -dijo-. Dios mío. Dios mío.

Dos policías se unieron a ellos.

– ¡Llamad a una ambulancia! -dijo Grace. Vio caras presionadas contra las ventanas del tren parado-. ¡Mirad si hay un médico en el tren!

El jefe de estación miraba fijamente a Jecks, incapaz de apartar la vista.

– ¡¡¡Que alguien llame por radio a una ambulancia!!! -gritó Grace a los policías.

El hombre corrió hacia un teléfono en un poste de señales.

– Ya hemos avisado -dijo uno de los agentes-. ¿Está usted bien, señor?

Grace asintió, todavía respirando hondo, concentrado en encontrar algo con que hacer un torniquete.

– Asegúrate de que alguien ha ido a ayudar a Cleo Morey, apartamento 5, Gardener's Yard -dijo. Se llevó las manos a la chaqueta, pero entonces se percató de que estaba en el suelo en algún lugar de la casa de Cleo-. ¡Dame tu chaqueta! -gritó al jefe de estación.