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Y las personas sentadas cerca de ella afirmaban no haberla visto antes.

A Sandy le gustaba tomarse una cerveza cuando hacía calor. Una del millón, billón, trillón de cosas que a Roy Grace le encantaban de ella eran sus apetitos en la vida. La comida, el vino, la cerveza. Y el sexo. Al contrario de muchas otras mujeres con las que había salido antes que ella. Sandy era distinta: le gustaba todo. Él siempre lo había atribuido al hecho de que no fuera cien por cien británica. Su abuela, un gran personaje, a quien había visto muchas veces antes de que muriera -y por quien sentía gran simpatía-, era alemana. Una refugiada judía que había emigrado en 1938. El hogar de su familia estaba en un pequeño pueblo en el campo, cerca de Munich.

Dios santo. El pensamiento le asaltó ahora por primera vez.

¿Sandy podría haber regresado a sus raíces?

Había hablado a menudo sobre ir allí de visita. Incluso había intentado convencer a su abuela para que fuera con ella y le enseñara dónde habían vivido, pero los recuerdos eran demasiado dolorosos para la anciana. Un día, le había prometido Grace a Sandy, irían juntos.

Un crujido seco, seguido por un chasquido, lo devolvió al momento presente.

Los pechos de Katie Bishop aparecían al revés. Debajo de tiras de piel, ahora quedaban expuestos las costillas, los músculos y los órganos de su abdomen. El corazón, los pulmones, los ríñones y el hígado brillaban. Como el corazón ya no latía, sólo se deslizó un hilito de sangre perezoso en la mesa metálica cóncava sobre la que descansaba el cuerpo.

Nadiuska, sujetando lo que parecían unas tijeras de podar, comenzó a cortar las costillas de la mujer muerta. Cada chasquido espeluznante de los huesos al romperse sumía a Grace, y a todos los demás presentes en la sala, en una especie de silencio extraño de concentración. No importaba a cuántas autopsias hubiera asistido uno, nada te preparaba para aquel sonido, esa realidad espantosa. Aquella persona había sido un ser humano que había vivido, que había amado, y ahora veía cómo había quedado reducida a la categoría de un pedazo de carne colgado en una carnicería.

Y por primera vez en su carrera, fue demasiado para él. Con toda la confusión que sentía acerca de Sandy dando vueltas en su mente, retrocedió, alejándose tanto como pudo de la mesa sin salir de la sala.

Intentó centrar sus pensamientos. La mujer había sido asesinada por alguien, casi con total seguridad. Merecía más que un poli distraído, obsesionado con la posibilidad de que alguien hubiera visto a su mujer desaparecida años atrás. De momento, tenía que intentar borrar de su cabeza la llamada de Dick Pope y concentrarse en su trabajo.

Pensó en el marido de la fallecida, Brian; en la manera como se había comportado en la sala de interrogatorio de testigos. Algo le daba mala espina. Y entonces se percató de que, por culpa del cansancio y la confusión, había olvidado por completo hacer algo. Algo que había aprendido hacía poco y que le diría, de modo concluyente, si Brian Bishop les había contado la verdad.

Capítulo 22

Sophie se bajó del tren en la estación de Brighton y recorrió el andén. Tras utilizar su abono de temporada en el punto de control, pisó el suelo pulido del vestíbulo. Debajo del inmenso techo de cristal, una paloma solitaria volaba a gran altura. Un anuncio por megafonía resonó en todo el edificio, una voz masculina cansada que enumeraba los destinos y los lugares donde iba a parar algún tren.

Sudaba profusamente por el calor pegajoso y porque no corría nada de aire, y estaba muerta de sed. Se detuvo en el quiosco de prensa a comprar una lata de Coca-Cola, que abrió bruscamente y que apuró en dos tragos. Se moría, literalmente, por ver a Brian.

Entonces, delante de sus narices, vio las letras negras garabateadas en el tablón blanco del Argus: MUJER MUERTA EN CASA DE MILLONARIO.

Debajo del titular, con las mismas palabras, había una fotografía en color de una imponente mansión de estilo Tudor, la entrada y la calle de delante estaban acordonadas con cinta policial y atestadas de vehículos, incluidos coches patrulla, varias furgonetas y el enorme tráiler laboratorio que pertenecía al centro de investigaciones científicas. Había una fotografía mucho más pequeña en blanco y negro de Brian Bishop con pajarita, junto a una mujer atractiva con un elegante peinado.

El artículo debajo decía:

A primera hora de esta mañana se ha hallado, en Dyke Road Avenue, el cuerpo de una mujer en la mansión del adinerado empresarlo Brian Bishop, de cuarenta y un años de edad, y su mujer Katie, de treinta y cinco. Un patólogo del Ministerio del Interior acudió a la casa y, posteriormente, se procedió al levantamiento del cadáver.

La Policía de Sussex ha abierto una investigación, dirigida por el comisario Roy Grace del Departamento de Investigación Criminal de Sussex.

Bishop, natural de Brighton y director ejecutivo de International Rostering Solutions PLC, una de las cien empresas de mayor crecimiento en el Reino Unido este año según el Sunday Times, declino hacer comentarios. Su mujer es miembro del comité de la organización benéfica infantil Rocking Horse Appeal, con sede en Brighton, y ha contribuido a recaudar dinero para muchas causas locales.

Esta tarde se realizará la autopsia al cadáver.

Con el estomago revuelto, Sophie se quedo mirando la pagina. Nunca había visto ninguna fotografía de Katie Bishop, no tenia ni idea de como era físicamente. Dios mío, era guapa. Mucho mas atractiva que ella, mucho mas de lo que llegaría a serlo jamas. Parecía tener tanto estilo, ser tan feliz, tan…

Dejo el periódico en la pila, aun mas desconcertada ahora. Siempre le había resultado difícil conseguir que Brian hablara de su esposa. Y, al mismo tiempo, aunque una parte de ella sentía una curiosidad ardiente de saberlo todo sobre la mujer, otra parte había intentado negar su existencia. Nunca había tenido una aventura con un hombre casado, nunca había querido tenerla, había intentado vivir siempre según un código moral sencillo. «No hagas nada que no querrías que nadie te hiciera a ti.»

Todo aquello cayó en saco roto cuando conoció a Brian. Se había quedado prendada de él, simplemente. Hipnotizada. Aunque todo había comenzado como una amistad inocente. Y ahora, por primera vez, estaba mirando a su rival. Y Katie no era la mujer que ella esperaba. En realidad, no sabia que esperar porque Brian nunca hablaba demasiado de su esposa. En su mente, se había imaginado a una viejecita de rostro avinagrado y con el pelo recogido en un moño. Una carcamal espantosa que había atraído a Brian a un matrimonio sin amor. No esta belleza impresionante, segura de sí misma y de aspecto alegre.

De repente se sintió totalmente perdida. Se preguntó qué diablos se creía que estaba haciendo allí. Sin ganas, sacó el móvil del bolso, el de lona barata color limón que compró a principios de verano porque se había puesto de moda, pero que ahora estaba tan sucio que daba vergüenza. Igual que ella, tal como comprobó al verse y observar la ropa cutre en el espejo de un fotomatón.

Tendría que ir a casa a cambiarse y asearse. A Brian le gustaba que tuviera buen aspecto. Recordó la mirada de desaprobación que pareció lanzarle una vez que tuvo que quedarse trabajando hasta tarde en el despacho y se reunió con él en un pequeño restaurante sin haberse cambiado de ropa.

Tras un momento de vacilación, marcó su número y se llevó el teléfono al oído, concentrándose con fiereza y sin percatarse todavía del hombre de la capucha que se encontraba tan sólo a unos metros de ella y que, al parecer, echaba un vistazo a una serie de libros de bolsillo en un expositor giratorio del quiosco.

Mientras otro anuncio rugía por la megafonía y resonaba a su alrededor, Sophie alzó la vista hacia el enorme reloj de cuatro caras con sus números romanos.

Las 16.51.

– Hola -dijo Brian. Su voz la sobresaltó, ya que contestó antes de que oyera sonar el telefono.