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Media docena de mentiras asomaron a sus labios, pero de pronto se vio embargado por una repentina y abrumadora fatiga. Dios, estaba cansado de mentir. ¿Y por qué iba a mentir? El servicio que había prestado a la Corona había concluido. Ya no tenía por qué seguir fiel a su juramento de silencio. Qué fácil y liberador sería simplemente decir la verdad.

Sin dejar de observarla con suma cautela, dijo entonces:

– Sé que la carta estaba allí porque iba dirigida a mí.

– ¿Y por qué una carta dirigida a usted iba a estar escondida en mi bolsa de viaje?

– Porque, como viajaba usted a Cornwall, era la vía más rápida para hacérmela llegar.

– Si eso es cierto, ¿por qué estaba oculta? ¿Por qué no simplemente se me dio la nota con instrucciones para que se la entregara a mi llegada?

– Porque contiene información altamente secreta que solo debe ser leída por mí.

– ¿Altamente secreta? Por sus palabras, cualquiera diría que se trata de una aventura de espías.

Al ver que Nathan no hacía nada por negar o confirmar su afirmación, Victoria entrecerró los ojos y escudriñó al médico.

– ¿Insinúa que es usted una especie de… espía?

– No insinúo nada. Lo afirmo.

Ella parpadeó.

– Que es un espía.

– Que era un espía -la corrigió Nathan, manteniéndose fiel a su nueva política de honradez-. Dejé el servicio en activo hace tres años, aunque me han reincorporado a él temporalmente.

Victoria le miró fijamente durante diez largos segundos. Luego arrugó los labios.

– Debe de estar de broma -dijo, intentando sin éxito disfrazar su risa.

– Le aseguro que no -fue la envarada respuesta de Nathan.

Victoria se rió sin ambages.

– No esperará que me crea un cuento como ese.

– De hecho, no imagino por qué no iba a creerme.

– En primer lugar, porque está claro que es usted duro de oído. ¿Dónde se ha visto un espía con problemas de audición?

– Mis oídos están en perfecto estado.

Victoria dejó escapar un sonido claramente burlón.

– He entrado en la habitación y me he acercado a usted, y ni aun entonces se ha dado cuenta de mi presencia hasta que he hablado.

Maldición. Por culpa de la condenada Guía y de las imágenes eróticas que esta le había inspirado.

– Estaba… ejem… distraído. -Y antes de que ella procediera a enumerar más razones, dijo-: Hace tres años me vi implicado en una misión que fracasó y que provocó mi dimisión. La nota contiene información que podría proporcionarme la posibilidad de invertir el fracaso de la misión. -Y de recuperar lo que perdí, pensó.

Sin duda todavía divertida, Victoria asintió alentadoramente e hizo girar su mano.

– Continúe, se lo ruego. Esto es más entretenido que cualquiera de esas tórridas novelas que una jovencita como yo pueda leer.

A Nathan le llevó apenas un segundo preguntarse si hasta la fecha había conocido a alguna mujer más exasperante y supo sin ninguna duda que no. Con los ojos entrecerrados, depositó la bolsa de viaje de Victoria en el suelo y dio un paso hacia ella, deleitándose perversamente en la repentina chispa de incertidumbre que vio brillar en sus ojos.

– ¿Quiere entonces el relato tórrido? -preguntó, empleando un tono de voz sedoso-. Estaré encantado de contárselo. Desde una perspectiva tanto militar como contrabandística, esta propiedad está situada en un enclave muy privilegiado. Durante la guerra, fui reclutado por la Corona para llevar a cabo varias misiones, que incluían espiar a los franceses y recuperar objetos que salían de contrabando de Inglaterra. Hace tres años se me asignó la misión de recuperar una valija llena de joyas, pero la misión no… salió como estaba planeado y las joyas se perdieron. Dejé el servicio a la Corona poco después. Recientemente ha salido a la luz nueva información referente al posible paradero de las joyas. Dado que yo era quien estaba más familiarizado con el caso, se me ha pedido que regrese a Cornwall para ayudar a recuperarlas. La nueva información en relación a las joyas está en la nota que usted ha encontrado… una nota que, como a buen seguro entenderá, me pertenece. -Se cruzó de brazos, gratificado al ver que Victoria había dejado de parecer divertida. Sin embargo, tampoco parecía del todo convencida-. Y puesto que creo haber satisfecho su curiosidad, le estaría sumamente agradecido si ahora me devolviera la nota.

– De hecho, lo único que ha conseguido es espolear mi curiosidad, doctor Oliver.

– Una lástima, puesto que esa es toda la explicación que estoy dispuesto a darle. -Tendió la mano-. Mi carta, se lo ruego, lady Victoria.

En vez de acceder a su ruego, Victoria empezó a pasearse delante de él. Nathan casi pudo oír los engranajes girando en su cabeza mientras consideraba todo lo que él le había dicho. Con un suspiro de resignación, bajó la mano y la observó. La luz del fuego la envolvía en un suave y dorado resplandor, reflejándose en su reluciente cabello. El vestido, una seda en tono bronce bruñido que realzaba sus ojos azules al tiempo que favorecía su tez de piel clara, se arremolinaba alrededor de sus tobillos al girar.

La mirada de Nathan se posó en la delicada curva del esbelto cuello de la joven, que había quedado tentadoramente al descubierto por el recogido griego que peinaba sus cabellos. Se sorprendió fascinado por el punto donde el cuello se encontraba con la suave pendiente de su hombro… por esa delicada hondonada situada en la unión de la base del cuello y la clavícula. Los dedos y los labios del médico fueron presas de un repentino deseo de tocarla allí. De saborearla allí. De experimentar la sedosa suavidad de ese punto vulnerable. De aspirar la esquiva fragancia a rosas que, como bien sabía, ella llevaría prendida a su piel.

Victoria se volvió de nuevo y frunció los labios, atrayendo la atención de Nathan a su rosada carnosidad. A pesar de los tres años transcurridos, Nathan recordaba todos y cada uno de los detalles exactos de esos labios. Su suave textura. La lujuriosa carnosidad. El delicioso sabor. Su sensual modo de deslizarse contra su boca y su lengua. Había besado a un buen número de mujeres antes de vivir ese instante robado con lady Victoria, pero aquellos breves minutos con ella en la galería sin duda habían borrado de su memoria todos los encuentros anteriores.

También había besado a un buen número de mujeres después de aquel instante robado con lady Victoria. Para su profunda confusión y fastidio, había descubierto que, por muy agradables que otros labios pudieran parecerle y por grato que fuera su sabor, ninguno le había provocado las mismas sensaciones que los de ella. En ninguno había encontrado ese sabor. Cierto era que la necesidad de probarse que se equivocaba al respecto se había convertido en una especie de búsqueda… hasta que había empezado a sentirse como el príncipe del cuento de la Cenicienta, aunque con la diferencia de que, en vez de intentar descubrir el pie que encajaba en el zapato de cristal, él intentaba encontrar un par de labios que se adecuaran a los suyos como lo habían conseguido los de ella. El príncipe había salido airoso de su búsqueda. Desgraciadamente, él todavía no había sido tan afortunado.

«Quizá porque has estado buscando en los lugares equivocados», susurró su voz interior. «Besando a las mujeres equivocadas. Quizá deberías limitar tu búsqueda a esta habitación…»

Nathan mandó al demonio a su voz interior y se clavó con firmeza los dedos a los costados para evitar tender las manos y agarrar a lady Victoria en el momento en que ella volvía a pasearse por delante de él para luego estrecharla entre sus brazos y besarla. Probarse de ese modo que, efectivamente, le había dado demasiada importancia a un beso insignificante. No podía haber sido tan maravilloso. Sí, sin duda había dado al episodio unas proporciones inmerecidas. Y solo había un modo de comprobarlo.