Pero antes de que Nathan pudiera moverse, lady Victoria se detuvo y se volvió a mirarle.
– Si la historia que me ha contado es cierta -anunció, mirándole con esa clase de sospecha alerta con la que un ratón observaría a un gato hambriento-, mi padre debe de estar implicado de algún modo.
Maldición. Nathan estaba seguro de que Victoria sumaría dos más dos y daría con el resultado correcto. Había esperado que no fuera así, confiando en que, como muchas mujeres de su posición, tendría la cabeza llena únicamente de chismes y de modas. Estaba claro que lady Victoria no era ninguna estúpida. A pesar de que una negación asomó a sus labios, no fue capaz de darle voz. En vez en eso, se sorprendió esperando fascinado qué diría ella a continuación.
Victoria no le defraudó y prosiguió irrefrenablemente.
– Incluso aunque papá no fuera la persona que ocultó la nota en mi bolsa, debe de haber estado al corriente de su existencia. De ahí que insistiera tanto en que viajara a Cornwall. Demasiada insistencia la suya, ahora que lo pienso. -Negó lentamente con la cabeza al tiempo que en su frente se dibujaba un ceño cada vez más pronunciado y su mirada se posaba en las llamas que danzaban en la chimenea-. Eso explicaría muchas cosas… -murmuró.
Nathan mantuvo sus rasgos totalmente impasibles -un talento heredado de sus días como espía- y se limitó a observarla. Tras casi un minuto de silencio, la mirada de Victoria giró hasta clavarse en él.
– Mi padre trabaja para la Corona.
Más que una pregunta, sus palabras fueron una afirmación, y Victoria las pronunció en un tono totalmente inexpresivo.
Nathan descartó de inmediato cualquier intento de andarse por las ramas.
– Sí.
De labios de ella escapó un sonido desprovisto del menor asomo de humor.
– Ahora lo veo todo muy claro… las reuniones clandestinas en su estudio a última hora de la noche, sus frecuentes ausencias, la expresión preocupada en sus ojos cuando se creía ajeno a cualquier mirada… -Dejó escapar un largo suspiro y negó con la cabeza-. En el fondo yo sabía que no era sincero, que había algo más tras el juego y la frivolidad masculina que empleaba como excusas, pero nunca quise presionarle. -La expresión de su rostro cambió hasta adoptar un aire de profundo dolor y esa expresión desolada estremeció el corazón de Nathan-. Creí que tenía una amante y que simplemente se mostraba evasivo y discreto para no herir mi sensibilidad.
– Me temo que el secreto es inherente a la labor de cualquier espía.
– ¿El secreto? Querrá decir usted la mentira.
A Nathan no le costó ver que Victoria se debatía en un mar de emociones, intentando asimilar sus sentimientos, y ver ese debate le afectó de un modo al que no supo poner nombre. Se acercó a ella y la tomó con suavidad de los brazos.
– Me refiero a decir y a hacer lo que sea necesario para mantener oculta nuestro vínculo con la Corona y así poder llevar a cabo nuestro cometido y proteger los intereses del país. Mantenernos a salvo a nosotros, a nuestros amigos y a nuestra familia.
La mirada de Victoria buscó la de él.
– La noche que vino usted a casa a ver a mi padre… ¿su visita estaba relacionada con la misión referente a las joyas? -preguntó.
Un músculo se contrajo en la mandíbula de Nathan.
– Sí.
– ¿Mi padre estaba involucrado?
Hasta su condenado cuello, pensó Nathan.
– Así es. -La soltó y entonces, tras librar un breve debate consigo mismo, decidió que no tenía sentido no hablar claro-. Su padre coordinaba la misión. Él fue el encargado de reclutarnos.
Victoria asimiló sus palabras y dijo:
– Entonces, papá es más que un simple espía. ¿Es un… jefe de otros espías?
– En efecto.
– ¿Y quién, además de usted, está incluido en ese «nosotros» que mi padre reclutó?
– Mi hermano y lord Alwyck.
Victoria asintió despacio sin apartar en ningún momento los ojos de los de Nathan.
– Entonces, esta noche, durante la cena, he estado sentada entre dos espías y delante de un tercero.
– Antiguos espías. Sí.
– ¿También lo fue su padre?
– No.
– ¿Su mayordomo? ¿El ama de llaves? ¿El lacayo?
Una de las comisuras de los labios de Nathan se curvó ligeramente hacia arriba.
– No, que yo sepa.
– No sabe cuánto me alivia saberlo. Pero no nos olvidemos de mi genial y distraído padre, al que está claro que no conozco en absoluto. -La voz de Victoria tembló al pronunciar la última palabra y bajó la cabeza para mirar al suelo.
Nathan volvió a experimentar esa sensación de vacío en el pecho. Puso un dedo bajo el mentón de la joven y con suavidad la obligó a levantar la cabeza hasta que sus miradas se encontraron de nuevo.
– El hecho de que se le considere un hombre despistado y genial jugaba en gran medida a nuestro favor. El trabajo que coordinaba salvó la vida de cientos de soldados británicos. Y, para que pudiera hacerlo, había aspectos de su vida que no podía compartir con usted, ni con nadie.
Victoria tragó saliva, contrayendo su esbelta garganta y con los ojos preñados de preguntas.
– Eso lo entiendo -dijo por fin-. Lo que no entiendo es por qué le ha enviado esta nota conmigo. ¿Por qué no enviar a alguno de sus espías? ¿O reunirse con usted en Londres?
Antes de darle una respuesta, Nathan apartó el dedo del mentón de Victoria, dejando deslizar la yema por su piel durante una mínima fracción de segundo. Tanta suavidad… Maldición, qué piel tan delicada la de Victoria. Se le contrajeron las manos ante la necesidad de volver a tocarla. Tan intenso era el deseo que tuvo que alejarse de ella para asegurarse de no ceder a la imperiosa necesidad.
Tras acercarse a la repisa de la chimenea, fijó la mirada en el fulgor de las llamas y se sumió en un breve debate interno. Luego se volvió a mirarla.
– Su padre la envió a Cornwall porque cree que usted está en peligro. Quería sacarla de Londres y quería también traer la información a Cornwall, de modo que con un solo viaje vio satisfechos ambos cometidos.
– ¿En peligro? -repitió Victoria, cuyo tono expresaba a la vez duda y sorpresa-. ¿Qué clase de peligro? ¿Y por qué iba él a pensar algo semejante?
– No ha sido tan específico al respecto, pero sin duda cree que puede sufrir usted algún daño. En cuanto al porqué, me atrevería a aventurar que o bien ha recibido alguna amenaza contra usted o contra él mismo y por ello teme que usted pueda resultar herida en la refriega. Quizá ambas cosas.
Victoria palideció.
– ¿Cree usted que mi padre corre algún peligro?
– No lo sé. -Nathan le dedicó una mirada significativa-. Estoy convencido de que la carta que me envió en su bolsa de viaje contiene la respuesta a su pregunta.
– He leído la carta. No había en ella ninguna mención a ningún peligro. Lo cierto es que solo hablaba de… -Frunció los labios. Después de una pausa, dijo-: No mencionaba ningún peligro.
– No del modo en que ni usted ni ningún otro profano podría discernirlo. Su padre me habría escrito en código.
Un largo y tenso silencio se abrió entre ambos. Por fin Victoria alzó la barbilla, mostrando unos ojos turbados.
– ¿Y si papá resulta herido… o algo peor… mientras ye estoy lejos de él?
La preocupación que reflejaban sus ojos inquietó a Nathan de un modo que no se vio capaz de explicar. Lo único que sabía es que deseaba como nada en el mundo ver desaparecer esa expresión.
– Su padre es un hombre extremadamente inteligente y dotado de incontables recursos -dijo con voz queda-. No tengo la menor duda de que será más listo que quienquiera que se atreva a desafiarle.
Un grito ahogado emergió de labios de Victoria.
– No me parece que esté hablando usted de mi padre aunque es obvio que le conoce mucho mejor que yo. -Parte de la preocupación pareció desvanecerse de su mirada! reemplazada ahora por la especulación-. Indudablemente, es usted algo más que el sencillo médico de pueblo que finge ser.