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– Rompe Botas. Considérese avisada, aunque debo decir que es su única mala costumbre.

– En… encantada -murmuró Victoria, retrocediendo despacio unos cuantos pasos, alarmada al ver que R.B. avanzaba a su vez con ella. De pronto, se golpeó contra algo sólido y se detuvo. Unas manos grandes la tomaron por los brazos desde atrás y Victoria fue entonces consciente de que ese algo sólido contra lo que se había golpeado era el mismísimo doctor Oliver.

– Creía que había dicho que le gustaban los perros -oyó decir a la voz ligeramente divertida del doctor directamente junto a su oreja.

El calor que desprendían las manos de Nathan se extendió por sus brazos en un pasmoso contraste con la hormigueante sensación invocada por la voz profunda e intensa al acariciarle el oído.

– Me gustan los perros -dijo Victoria sin apartar en ningún momento los ojos de la enorme bestia que tenía delante-. Pero esto no es un perro. Es casi un… oso.

Nathan se rió entre dientes y su cálido aliento acarició el cuello de Victoria, despertando las sensibles terminaciones nerviosas en su piel desnuda. Luego la soltó y se movió hasta quedar de pie a su lado. A pesar de que había dejado de tocarla, el calor de sus manos seguía impreso sobre su piel y Victoria dio gracias a que todavía tenía a Botas en brazos, de lo contrario habría recorrido con los dedos el cálido punto del que él la había agarrado. R.B. se acercó trotando de inmediato a su dueño, meneando el rabo.

Tras acariciar la enorme cabeza del perro, el doctor Oliver dijo:

– Hagámoslo como corresponde, ¿te parece, muchacho? Siéntate. -El perro levantó una pata delantera del tamaño de un plato-. Desea serle presentado formalmente.

Victoria miró al perro, recelosa.

– ¿Es manso?

– Como un cordero.

– Desgraciadamente, no tengo la suficiente experiencia con los corderos para saber si son mansos. Oh, lo parecen, pero quién me dice a mí que no son unas bestias gruñonas e irritables…

– R.B. es extremadamente manso.

– Por su aspecto, diría que podría comerse mi pecho como entrante. Dígame, ¿todos sus animales son tan grandes? ¿No tiene nada más pequeño?

Nathan chasqueó la lengua.

– Me temo que no en forma de perro.

Decidida a borrar la mueca divertida de esa boca sonriente, Victoria contuvo su nerviosismo y tendió la mano para estrechar la enorme pata que el animal le ofrecía. En cuanto la soltó, R.B. volvió a apoyarla en el suelo, dejándole la mano totalmente intacta. Lo cierto es que era un hermoso animal y que parecía realmente amistoso… quizá un poco demasiado, a juzgar por el golpe en el trasero que le había propinado… aunque debido a su exagerado tamaño resultaba intimidatorio.

Un nuevo olorcillo a animal de granja la sacó de su inmovilidad. Después de decidir que había acumulado suficiente información en lo que iba de mañana, se dirigió lentamente hacia las cuadras con la mirada fija en el rebaño del doctor Oliver.

– Si me disculpa, voy a dar mi paseo matinal.

– ¿No olvida usted algo, lady Victoria?

Dios del cielo, la cabra volvía a mirarla. Aceleró el paso.

– Ejem… no lo creo. -Para su consternación, el doctor Oliver se acercó a ella con una maliciosa sonrisa arrugando su hermoso rostro. Y como si eso no resultara en sí bastante alarmante, su apestoso rebaño no tardó en seguirle.

– Botas -dijo él.

La mirada de Victoria descendió hasta el despellejado calzado de Nathan.

– Son… preciosas. Necesitan un poco de lustre, pero…

– Me refiero a mi gata, lady Victoria. -Siguió acercándose a ella, con sus animales tras él… con excepción de la vaca, que se había detenido a comer un poco de hierba.

– Ah, Botas -dijo ella, deteniéndose a regañadientes y sintiéndose como una idiota. Bajó los ojos hacia la pequeña durmiente, que seguía dulcemente acurrucada en el hueco de su brazo, y fue presa de un arrebato de irrazonable y ridícula posesión.

El doctor Oliver se detuvo directamente delante de ella y le lanzó una mirada de total comprensión.

– Le roban a uno el corazón, ¿verdad?

– Eso me temo.

Nathan tendió el brazo y con sumo cuidado acomodó a la pequeña en sus manos. Los dedos de Victoria rozaron los suyos, acelerándole el pulso de un modo absolutamente ridículo. En cuanto se aseguró de que Botas había sido transferida sana y salva, Victoria apartó las manos bruscamente. Nathan acurrucó al diminuto animal contra su pecho y señaló con la cabeza a las cuadras.

– ¿Vamos?

– ¿Vamos adónde?

– A dar un paseo a caballo, naturalmente. Tengo que dar de comer a los animales, pero puedo hacerlo mientras Hopkins ensilla a nuestros caballos.

– No recuerdo haberle extendido una invitación para que me acompañe, doctor Oliver.

– Un descuido accidental, sin duda.

– A decir verdad, no. Preferiría montar sola.

– Una verdadera lástima, pues voy a acompañarla.

– Me temo que eso es del todo imposible dado que no está presente mi dama de compañía.

Nathan se limitó a desestimar las palabras de Victoria con un simple gesto de la mano.

– No tema. No compartiremos un carruaje cerrado ni nada parecido, lady Victoria. Estaremos al aire libre, cada uno a lomos de su caballo, a la vista de todos, eso si hay alguien a quien le importe… un comportamiento totalmente respetable aquí, en Cornwall. Y ahora dígame -prosiguió, empleando un tono declaradamente coloquial-, ¿ha pensado en devolverme mi nota?

– Ya le dije anoche cuáles eran las condiciones. Condiciones que no han variado. ¿Ha tomado alguna decisión respecto a mi propuesta?

– Le comuniqué mi decisión anoche, lady Victoria.

– ¿Y no piensa reconsiderarla?

Nathan negó con la cabeza y sonrió de oreja a oreja.

– Preferiría aguardar a que se desnudara.

Victoria apretó los labios y deseó con todas sus fuerzas poder disimular el sarpullido de calor que le abrasó el rostro.

– Si me disculpa… -Intentó rodear a Nathan y seguir su camino, pero él se movió a un lado para bloquearle el paso.

– No discutamos -dijo él-. Hace una mañana deliciosa para dar un paseo a caballo. Haré las veces de encantador anfitrión y le mostraré un sendero que lleva a la playa.

– ¿Encantador? -Victoria dejó escapar un bufido rebosante de descrédito-. No, gracias.

– Me temo que no tiene usted elección, lady Victoria. Su padre me ha dado instrucciones para que la proteja. Puesto que se niega a hacerme entrega de la nota y, por ello, no puedo saber con exactitud cuál es su preocupación, no me deja otra opción que la de seguirla día y noche. Desde el amanecer hasta el anochecer. Todos y cada uno de los minutos del día, desde que despierte… -Se acercó un paso más a ella y, con una sonrisa, añadió-: hasta que duerma entre sus sábanas por la noche.

Capítulo 7

La mujer moderna actual debería aplicar las sencillas reglas de la pesca a la captura de su caballero. Primero, dotar el anzuelo de un cebo tentador, como un vestido escotado. Luego, desplegar su poder de fascinación en la forma de una conversación coqueta y de miradas sugerentes. Recoger a la presa rozando «accidentalmente» su cuerpo con el de él y, acto seguido, atraerle a la orilla y dejarle sin aliento con un beso sensual, lento y profundo.

Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima

Charles Brightmore.

Nathan observó cómo el acaloramiento teñía de rubor el blanco y suave cutis de lady Victoria y tuvo que obligarse a no alargar la mano para tocar ese color hechizante. Los ojos azules de ella se cerraron, indignados, al tiempo que se encolerizaba por el inadecuado comentario del doctor. Victoria era la viva imagen de un fuego de artificio a punto de explotar.