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Victoria tragó saliva.

– Tu nota. Se la ha comido. Tu cabra.

– Por favor, dime que es una broma de mal gusto.

– Es de mal gusto, sí. Pero también es verdad.

Nathan bajó la mirada, clavándola en la deshilacha mancha del dobladillo de color verde oscuro que Victoria seguía agarrando aún entre sus blancos nudillos.

– Te la habías cosido al dobladillo.

– Sí.

Nathan le atravesó los ojos con la mirada, fulminándola.

– Me hiciste creer que la tenías en la casa.

– Nunca dije eso. Lo que dije es que te la devolvería en cuanto llegáramos.

– ¿Y por qué no te limitaste a devolvérmela en la playa?

Conociendo tu mano con la aguja, no creo que hubiera sido demasiado difícil descoser un par de torpes puntadas.

Victoria dejó caer su estropeado dobladillo, se plantó las manos en la cintura y entrecerró los ojos para clavar en él la mirada.

– Si ciertas personas no tuvieran necesidad de ocultarme sus secretos ni de esconder cartas en mi equipaje, y si otros no se negaran a dejar que les ayudara…

– Si te refieres a tu padre y a mí…

– Por supuesto que me refiero a mi padre y a ti. Si no fuerais tan cabezotas, no me habría visto en la necesidad de coserme la nota al dobladillo. Donde, por cierto, estaba perfectamente a salvo, hasta que tu cabra se la ha comido.

– ¿Así que es culpa mía que la nota haya desaparecido?

Victoria alzó el mentón.

– En parte sí. Aunque estoy dispuesta a asumir parte de la culpa.

– Cuan increíblemente generoso de tu parte.

Antes de que Victoria pudiera responder a su sarcástica respuesta, lord Alwyck intervino.

– ¿Puede alguien explicarme de qué estáis hablando? ¿Qué nota?

Nathan lanzó a Victoria una mirada de advertencia, pero ella la pasó por alto y volvió su atención a lord Alwyck.

– Mi padre escondió una nota para el doctor Nathan en mi equipaje. Desgraciadamente para él, la encontré antes de que él pudiera rescatarla. Más desafortunadamente aún para el, su cabra acaba de comerse la nota del dobladillo de mi falda, donde yo la había escondido.

Lord Alwyck lanzó a Nathan una mirada penetrante.

– ¿Por qué te enviaba Wexhall una nota secreta? -Al ver que la única respuesta de Nathan era una mirada fija e inescrutable, lord Alwyck dijo despacio-: Tu regreso aquí… una nota de Wexhall… esto tiene algo que ver con las joyas. -Las palabras sonaron a acusación-. ¿Por qué no me lo habías dicho?

La mirada de Nathan no vaciló ni un ápice.

– Si Wexhall hubiera querido que lo supierais, os lo habría dicho. O quizá yo mismo os lo habría dicho, dependiendo de las instrucciones que me diera en la nota. Pero ahora que esta ha desaparecido, supongo que no lo sabremos. AI menos hasta que pueda ponerme en contacto con él para contarle lo ocurrido. -Volvió la mirada hacia Victoria-. Lo cual, huelga decir, supone un retraso de lo más inconveniente.

Lord Alwyck se dirigió a lord Sutton.

– ¿Estabas tú al corriente de esto, Colin?

Lord Sutton asintió.

– Sí. Tenía pensado contártelo durante el paseo a caballo de hoy. -Se volvió hacia Nathan-. Gordon estaba en todo su derecho de saberlo.

– Nunca he dicho lo contrario. Sin embargo, habría preferido disponer de toda la información contenida en la carta de Wexhall antes de decir nada a nadie.

– Al parecer, se te sigue dando bien guardar secretos -dijo lord Alwyck a Nathan. Aunque su voz sonó calma a Victoria le resultó evidente que estaba muy enojado-. No tenías ningún derecho a mantenerme al margen.

Nathan arqueó una ceja.

– ¿Y qué más te da a ti? No fue tu reputación la que se vio perjudicada.

– Quizá porque recibí un disparo durante la fracasada última misión. ¿O acaso ya lo has olvidado?

Un silencio preñado de tensión colmó el aire. Victoria apretó los labios con firmeza para no soltar cualquier balbuceo nervioso con el que llenar el vacío. Un músculo se contrajo en la mandíbula de Nathan, y Victoria reparó en que tenía las manos apretadas.

– No, no lo he olvidado -dijo el doctor en un tono rotundo. Se volvió a mirar a Victoria, que a su vez se quedó in móvil al ver la expresión absolutamente sombría que delataban los ojos de Nathan. Una cortina pareció entonces caer sobre su expresión, dejando una completa inexpresividad allí donde segundos antes habían morado la tristeza, las penas y el dolor.

– Leíste la nota, la examinaste, ¿no es cierto? -le preguntó él secamente.

– Sí.

– Bien. Ahora vendrás conmigo a la casa y escribirás todo lo que seas capaz de recordar mientras yo escribo una carta a tu padre. Ahora. -Sin esperar una respuesta ni molestándose en dedicar una fugaz mirada a su hermano o a lord Alwyck, Nathan dio media vuelta y se dirigió a grandes zancadas hacia la casa.

Lord Alwyck balbuceó algo que incluía las palabras «grosero» y «autocrático» y luego dijo en voz alta:

– Al parecer, necesita usted compañía hasta la casa, lady Victoria. ¿Me concede el honor?

Victoria apartó a regañadientes la vista de la espalda en retirada de Nathan y reparó en que la ira seguía reflejándose en los ojos de lord Alwyck, al tiempo que lord Sutton miraba a su hermano con expresión turbada.

– Gracias, pero no deseo retrasar su paseo. Si me disculpan… -Se alejó apresuradamente antes de que alguno de los dos caballeros pudiera detenerla.

Caminando lo más deprisa que pudo sin llegar a echar a correr, Victoria intentó calmar sus confusas emociones antes de volver a enfrentarse a Nathan. Por una parte, se sentía espantosamente culpable de que sus actos hubieran llevado a la destrucción de la nota. Por la otra, la consumía una sensación de irritación contra Nathan por el modo dictatorial en que le había proferido sus órdenes. Dios del cielo, ese hombre la estaba besando hacía nada…

Atajó de inmediato ese pensamiento. No era el momento de recordar aquel beso. Un beso paralizador, glorioso y deslumbrante…

Basta. Más tarde. Pensaría en ello más tarde. En ese instante estaba molesta con él por las órdenes que había osado proferirle como si fuera un general y ella un simple soldado de infantería. Sin embargo, templando su fastidio estaba el profundo arrebato de compasión que le había llegado a lo más profundo de su ser cuando había sido testigo directo del destello de desolación que había asomado a los ojos de Nathan. La profundidad del crudo dolor que había visto en ellos la había sacudido, abrumándola con la necesidad de estrecharle entre sus brazos y ofrecerle consuelo de aquello que había sido el motivo de esa mirada. ¿Cómo se explicaba que deseara a la vez abrazarle y pegarle? El hombre agitaba sus emociones como nadie lo había hecho hasta entonces. Y Victoria estaba plenamente convencida de que la sensación no le gustaba lo más mínimo.

Al entrar a la casa por las grandes cristaleras que daban a la terraza, un lacayo salió a su encuentro.

– El doctor Nathan le pide, por favor, que se encuentre con él en la biblioteca, mi señora. -Se aclaró la garganta-. Tenía especial interés en que hiciera hincapié en la palabra «por favor».

Victoria no pudo evitar que sus labios esbozaran una sonrisa.

– Gracias.

– Ha dicho que sin duda desearía usted cambiarse antes, y que él mandaría que le sirvieran el almuerzo en su habitación.

Victoria no logró ocultar su sorpresa ante semejante muestra de consideración. Por supuesto que estaba decidida a cambiarse de ropa antes de reunirse con él, aunque un almuerzo en privado resultaba perfectamente bienvenido.

– Por favor, dígale al doctor Oliver que me reuniré con el en cuanto haya comido y esté presentable.

– Sí, mi señora.

Victoria se dirigió apresuradamente a su habitación Cuando se miró en el espejo de cuerpo entero, se le escapó un gemido. Dios del cielo, tenía el pelo como un nido de pájaros Aunque el descuidado aspecto de su peinado no la aturdió tanto como su rostro. Un fino velo rosado le teñía las mejilla, y el puente de la nariz, consecuencia de no haberse puesto el sombrero en un día tan soleado, cosa que sin duda se traduciría en unas cuantas pecas. Sus ojos se le antojaron inmensos y… brillantes. Y los labios…