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– No. -La palabra surgió abruptamente, y Nathan se mesó los cabellos-. No -repitió, esta vez empleando un tono más suave-, aunque lo que realmente importa es que no debo hablar de esto con nadie, de modo que ahora debes prometerme que tampoco tú lo harás.

– ¿Y si lord Sutton o lord Alwyck me lo preguntan específicamente?

– Hum. Sí, eso podría representar un problema. Será mejor que evites su compañía en lo posible. Una lástima, sobretodo teniendo en cuenta que ambos parecen encantados contigo.

Victoria no supo decir si Nathan hablaba en broma o en serio.

– ¿Evitar la compañía de dos hombres apuestos y buenos partidos, sobre todo cuando ambos, como bien dices, parecen encantados conmigo? Debo confesar que la idea no me entusiasma lo más mínimo. Y, aunque me entusiasmara, dado que soy una invitada en casa de tu familia y que lord Alwyck es a todas luces un visitante frecuente, no veo cómo podría evitar los completamente.

– Pues si te preguntan, cambia de tema -dijo Nathan con tono irascible-. Finge tener jaqueca. O un vahído. Llévate la mano a la frente y pide con voz débil que te traigan tus sales.

Qué hombre tan insufrible. Oh, a pesar de ser indudablemente atractivo y muy versado en el arte del beso, resultaba del todo insufrible. Antes de que Victoria pudiera informarle de que no era mujer con tendencia a sufrir jaquecas ni vahídos, oyeron voces que llegaban desde el pasillo.

– Cuento con tu palabra de que no mencionarás nada de esto, Victoria. -La voz de Nathan era una orden grave y profunda.

– Muy bien. Da mis labios por sellados.

La mirada de él descendió entonces hasta la boca de Victoria.

– Eso sería un desperdicio imperdonable -murmuró con voz tan queda que Victoria ni siquiera estuvo segura de haberle oído pronunciar esas palabras. Antes de poder decidirse, Nathan recogió los papeles y los retiró del escritorio. Segundos después una sonriente tía Delia apareció a toda vela por la entrada de la biblioteca, seguida por el padre de Nathan.

– No puedo creer que el duque dijera tan escandalosa…

Las animadas palabras de tía Delia quedaron bruscamente interrumpidas cuando la señora vio a Nathan y a Victoria.

– Aquí estabais -dijo, dirigiéndose directamente hacia el escritorio-. Traigo espléndidas noticias.

Eso explicaría la pátina rosácea que teñía sus mejillas, el brillo de sus ojos y su amplia sonrisa. No había nada que hiciera tanto las delicias de la señora como revelar buenas noticias.

– Mientras lord Rutledge y yo regresábamos de nuestro pequeño paseo por el jardín, nos hemos encontrado con lord Alwyck, que volvía a su finca -dijo tía Delia-. Nos ha invitado a todos a cenar esta noche a Alwyck Hall. ¿No es maravilloso? Tienes que ponerte tu vestido aguamarina, Victoria. Debes hacer lo posible por estar espléndida, y ese color te sienta exquisitamente. -Se volvió a mirar a Nathan-. Debería ver lo bien que le sienta el color aguamarina, doctor Oliver. Es un espectáculo digno de contemplarse.

El calor encendió las mejillas de Victoria. Dios del cielo, ¿qué diantre estaba diciendo tía Delia?

– Contaré las horas -dijo Nathan solemnemente-, aunque estoy seguro de que a lady Victoria todos los colores le sientan bien. Como a usted, lady Delia.

Un sonido que solo pudo ser descrito como una risilla infantil provino de tía Delia y Victoria miró a su tía, perpleja.

– Oh, gracias, doctor Oliver.

El padre de Nathan se aclaró la garganta.

– Hablando de ropa… -Arqueó una ceja desaprobatoria al ver la ausencia de chaqueta y de pañuelo en el atuendo Nathan.

Nathan retiró su silla y se levantó.

– Si me disculpan, tengo cierta correspondencia que…

– Y también un pañuelo -entonó su padre.

– … que atender. Les veré esta noche. -Tras ejecutar una leve reverencia, se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta con los papeles vitela doblados en una mano.

«¿Esta noche?» Victoria le vio marcharse con la carta y el mapa y se preguntó qué planearía hacer Nathan exactamente hasta entonces.

Después de cenar, Nathan se instaló en el salón de Gordon e intentó concentrarse en el tablero de ajedrez con incrustaciones que estaba colocado entre su padre y él, aunque su atención no lograba apartarse de aquello que lo había atraído durante toda la interminable velada.

Victoria.

La tortura había dado comienzo hacía tres horas y diecisiete minutos… en cuanto la había visto bajar la escalera hacia el vestíbulo donde él estaba, solo, esperando a que el resto del grupo se reuniera allí para trasladarse a la finca de Gordon. Con un vestido de muselina de color aguamarina claro de mangas cortas y ablusadas y un escote bajo y cuadrado, sus brillantes rizos recogidos con una cinta y dispuestos en un favorecedor moño griego, Victoria descendía despacio y elegantemente la escalera como deslizándose sobre el aire, como una arrebatadora ninfa marina de un cuadro de Boticelli. Era precisamente lo que su tía había anunciado. Un espectáculo digno de contemplarse.

Las miradas de ambos se encontraron, y Victoria vaciló en la escalera con una mano enguantada agarrada con elegancia de la barandilla de roble mientras se llevaba la otra mano al estomago, como en un intento por calmar un repentino estremecimiento. ¿Era esa sensación similar a la desconcertante emoción que el estómago de Nathan había sufrido al verla?

A pesar de que él jamás se había considerado un hombre extravagante, habría jurado que en ese instante algo pasó entre los dos. Algo cálido e íntimo, y desde luego por su parte rebosante de un deseo que no era capaz de explicar ni de negar.

La vio inspirar despacio y hondo al tiempo que fijaba la mirada en el delicado hueco perfilado en la base del cuello de Victoria, que pareció pronunciarse cuando ella inspiró… ese pequeño fragmento de piel vulnerable que, como bien sabía, era al tacto como una muestra de terciopelo y estaba impregnado con el leve aroma de las rosas. Victoria parpadeó varias veces, rompiendo el hechizo que parecía haberles embrujado.

Reemprendió entonces el descenso, pero cuando todavía no había dado dos pasos, Colin habló suavemente a la espalda de Nathan.

– Exquisita, ¿verdad?

Nathan se obligó a mantener una postura despreocupada, pero no se molestó en volver la cabeza. No tenía el menor deseo de ver la cruda admiración que, como sabía, debía de ser más que evidente en la mirada de Colin. Y se negó a dar a su hermano la oportunidad de ver el anhelo que, según sospechaba, todavía asomaba a sus ojos.

– Exquisita -murmuró, manifestando así su acuerdo, pues era inútil negar una obviedad semejante.

– Lástima que tenga esos pretendientes en Londres -susurró Colin-. Naturalmente, yo no permitiría que eso supusiera ningún obstáculo.

Nathan se volvió al oír aquello. Colin tenía la mirada fija en lo alto de la escalera y en su rostro había una expresión de absorta fascinación.

– ¿Un obstáculo para qué? -preguntó Nathan con los dientes apretados.

– Para ir tras lo que deseo. -Apartó los ojos de Victoria y clavó la mirada en Nathan-. Y asegurarme de que lo consigo. -Dicho eso, rodeó a Nathan y se dirigió al pie de la escalera. Y tendiéndole la mano a Victoria, que a punto estaba ya de llegar al último escalón, le dijo-: Lady Victoria, esta usted preciosa.

La noche no había tenido un comienzo prometedor.

La tortura había continuado luego durante el trayecto tu carruaje hacia la finca de Gordon. Victoria iba sentada entre su tía y Colin, mientras que Nathan y su padre habían ocupado los asientos situados delante del trío. Colin se pasó el viaje entreteniendo al grupo con una historia a la que Nathan no había prestado la menor atención, con excepción de que al parecer era bastante graciosa, a juzgar por las risas que provocaba. No, estaba demasiado ocupado intentando, sin éxito, evitar reparar en las sonrisas que Victoria dispensaba a Colin. Su risa melódica provocada por algún comentario de su hermano. La forma en que la pierna de Colin se pegaba contra la de ella en los íntimos confines del carruaje. El modo en que el hombro de su hermano rozaba el de Victoria con cada bache del camino.