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A Nathan el estómago se le había encogido presa de una desagradable sensación que tan solo podía llamarse por el nombre que la definía: celos. Hacía tiempo que no experimentaba esa emoción, y no le alegró notar que en ese momento serpenteaba por él. Y lo que más le desagradó era que fuera su hermano quien le inspirara aquellos sentimientos de envidia. Aunque no podía negar que Colin y él habían competido a veces durante la infancia y la adolescencia, como acostumbraba pasar entre hermanos, raras eran las ocasiones en que lo habían hecho por algo que no fuera una carrera a caballo o una partida de backgammon, pues los interesa de ambos eran muy distintos. Jamás habían competido por ganarse el favor de una mujer, ya que los gustos de los dos diferían también enormemente en ese ámbito. Colin siempre había preferido a las mujeres aristocráticas, mientras que los gustos de Nathan se decantaban más por mujeres que no se daban aires de damas de alta sociedad. Le atraían mujeres cuyos intereses iban más allá de la moda, los chismes y el tiempo. Lo cierto es que siempre había preferido pasar la noche con una feúcha marisabidilla que perder el tiempo hablando de naderías con la mujer más hermosa del salón.

Hasta entonces, o eso parecía.

Victoria, con la destacada posición que ocupaba en la sociedad y lo que eso conllevaba, su ropa cara, su belleza y los numerosos pretendientes que sin duda comían de sus manos, era el modelo exactamente opuesto al de la clase de mujer que él prefería. Aun así, Nathan no podía apartar los ojos de ella. No lograba reprimir el recuerdo de haberla besado. De haberla tocado. No conseguía controlar la profunda oleada de deseo y de lujuria que Victoria inspiraba en él.

La tortura no había remitido ni un ápice durante la cena. De hecho, había empeorado con la adición de Gordon, que se mostraba indudablemente embobado con Victoria. Y cierto era que también ella parecía extremadamente halagada por su mirada. Mientras Victoria se regodeaba en el halo de atenciones con el que tanto Colin como Gordon la abrumaban, el padre de Nathan y lady Delia mantenían una animada discusión, dejando a Nathan un buen margen de tiempo para observar a todos los presentes y disfrutar de una comida que suponía deliciosa pero que le sabía a serrín.

Y, naturalmente, la tortura había proseguido cuando, tras la interminable cena, el grupo se había retirado al salón de juegos. A pesar de que Nathan había estado enormemente tentado de elucubrar una excusa para marcharse, después que Victoria, su tía, Colin y Gordon decidieron jugar al whist el padre de Nathan le había invitado a tomar un brandy y a jugar con él una partida de ajedrez. Dada la tensión existe entre ambos, la invitación había complacido y sorprendido Nathan, que no había dudado en aceptarla. Y, aunque no estaba de humor para jugar al ajedrez, el brandy se le había atojado extremadamente bienvenido, como también la oportunidad de limar quizá la incomodidad que existía entre su padre y él.

No obstante, en ese momento, disfrutando ya de su segundo brandy, y a pesar de que tenía la mirada fija en el tablero de ajedrez, toda su atención seguía puesta en el grupo que compartía risas en el otro extremo del salón. Nathan renunció a cualquier esperanza de poder concentrarse en el juego y movió su torre.

A juzgar por las cejas arqueadas de su padre, intuyó que acababa de cometer una torpeza, cosa que quedó harto probada segundos después, cuando su padre dijo:

– Pareces haber perdido tus dotes para este juego Nathan.

– Ejem… no, en absoluto. Estoy planeando una elaborada trampa de la que no escaparás.

La duda quedó patente en el rostro de su padre. Otro estallido de carcajadas llegó desde el extremo opuesto de la sala y la mirada de Nathan se desplazó de forma involuntaria a lo alegres jugadores de whist. En cuanto volvió a fijar los ojos en la desastrosa partida que seguía librando sobre el tablero se percató de que la atención de su padre seguía fija en la otra punta de la sala, acompañada de una expresión abiertamente especulativa.

– Una mujer admirable -dijo su padre con voz queda.

Nathan se quedó inmóvil y a continuación casi no logro controlar el apremiante deseo de poner los ojos en blanco. Al parecer, Victoria había hecho una conquista más. Qué condenada maravilla.

– ¿Admirable? -repitió con fingida indiferencia-. Yo la encuentro bastante… cansina. -Una vez más, luchó contra el deseo de mirar al techo, esta vez para ver si un rayo lo partía en dos por haber soltado una mentira tan indignante.

La sorprendida mirada de su padre se posó en él durante apenas un parpadeo y volvió entonces a desplazarse hacia el otro extremo de la sala.

– No sabía que hubieras pasado tanto tiempo en su compañía como para haber podido formarte semejante opinión.

Por lo que hacía referencia a su tranquilidad mental, Nathan había pasado demasiado tiempo en compañía de Victoria, y antes de que la visita de ella a Cornwall concluyera, iba a verse obligado a pasar aún mucho más. Y, maldición, no veía el momento.

– No es necesario pasar días o semanas con una persona para formarnos una opinión sobre ella, papá. Las primeras impresiones tienden a ser bastante acertadas. -Un ceño tiró de su frente hacia abajo al tomar conciencia de que su primera impresión de Victoria había sido que le resultaba absolutamente… encantadora. Demasiado inocente para él, demasiado aristocrática, y aun así encantadora.

– Estoy totalmente de acuerdo contigo -dijo su padre, asintiendo.

Nathan se obligó a salir de su ensimismamiento.

– ¿Estás de acuerdo? ¿Con qué?

– Con lo que acabas de decir. Que no es necesario conocer mucho a alguien para saber que se trata de un ser… especial.

– ¿Yo he dicho eso? -Dios del cielo, tenía que dejar de tomar brandy. Inmediatamente.

– Quizá no hayas empleado esas palabras precisas, pero esa es la idea, sí.

– Puede que no sea necesario pasar mucho tiempo con la persona en cuestión, pero desde luego sí lo es al menos tener con ella una conversación en privado, papá.

– Una vez más, estoy de acuerdo contigo. Esta mañana hemos tenido una agradable charla en el jardín, y de nuevo hemos vuelto a tenerla durante el té. No recuerdo cuándo fue la última vez en que me sentí tan deliciosamente entretenido.

Las cejas de Nathan se arquearon aún más.

– Creía que habías pasado la mañana con lady Delia en el jardín.

– Y así es. Como te he dicho, es una mujer admirable.

Nathan parpadeó.

– ¿Lady Delia te parece una mujer admirable?

Su padre le dedicó una extraña mirada.

– Sí. ¿Qué diantre creías que estaba diciendo? ¿Acaso no solo has perdido tus facultades en el juego del ajedrez sino también el oído?

No, pero estaba claro que las facultades mentales de Nathan no estaban funcionando como deberían.

– Creía que te referías a lady Victoria -masculló.

Su padre clavó en él una dura mirada que prolongó durante varios segundos.

– Entiendo. Hay que estar ciego para no reparar en que lady Victoria es hermosa.

– Nunca he dicho que no lo fuera.

– No. Lo que has dicho es que es cansina. A mí no me lo parece. Y creo que no me equivoco al pensar que ni tú ni tu hermano ni Alwyck la encuentran desagradable. -Observo atentamente a Nathan por encima del borde de su copa di cristal-. No me parece que sea la clase de mujer que solía atraerte.

Maldición, ¿cuándo se había convertido en un libro que su padre pudiera leer tan detalladamente?

– No sabía que «cansina» fuera sinónimo de «atractiva» -dijo Nathan, conservando el mismo tono despreocupado.

– Normalmente no lo es. Sin embargo, a veces… -la voz de su padre se apagó y luego añadió-: Una mujer de su clase es un partido mucho más conveniente para Colin. O para Alwyck.