Выбрать главу

– Café, gracias. -En cuanto pronunció las palabras, un joven lacayo se adelantó para servirle la bebida. Después de llenarse el plato con huevos, jamón en finas lonchas y una esponjosa magdalena ante la que se le hizo la boca agua, se sentó delante de Nathan.

– ¿Has dormido bien? -preguntó él, llevándose la taza de porcelana a los labios.

– Muy bien -mintió Victoria. Había pasado una noche espantosa, preocupada, dando vueltas en la cama y preguntándose unas veces si Nathan estaría buscando las joyas sin ella y otras recordando el sabor de su beso, el contacto de su fuerte cuerpo contra ella, envolviéndola. En un momento de desesperación había echado mano de la Guía femenina que guardaba todavía en su bolsa de viaje, pero el libro había resultado demasiado explícito sexualmente para servirle de algún solaz. Lo cierto es que las sensuales palabras de la Guía no habían hecho más que espolear su ya ardiente imaginación.

– ¿Y tú? ¿Has dormido bien?

– No.

– ¿Ah, no? ¿Por qué razón? -dijo, aunque en realidad pensó: Estarías por ahí escondido en los bosques buscando las joyas, ¿no es así, Señor de los Espías?

– ¿De verdad quieres saberlo, Victoria?

Algo en esa pregunta sedosamente formulada y en la firme mirada con la que Nathan la había desarmado sacudió con la reverberación de una advertencia las terminaciones nerviosas de Victoria. Arrancó un pequeño trozo de galleta y levantó cabeza.

– Sí.

Nathan dedicó una leve inclinación al lacayo, ordenándole que los dejara a solas. Cuando la puerta se cerró tras el joven, el médico se inclinó hacia delante, apoyándose sobre los antebrazos y acunando la delicada taza de porcelana entre sus grandes manos.

– No he dormido bien esta noche porque tenía la cabeza demasiado ocupada.

– Entonces ¿estabas aquí? ¿En la casa?

– Naturalmente. Dónde si no iba a… -Se interrumpió bruscamente y recostó la espalda contra el respaldo de la silla-. Ya entiendo. Creías que había salido y andaba por ahí registrando los bosques, a la búsqueda de las joyas sin ti.

Las palabras de Nathan reflejaron con tanta exactitud los pensamientos de Victoria que un rubor culpable asomó a mi rostro.

– ¿Acaso no es ocultarse en los bosques lo que mejor hacen los espías?

– Aunque no te negaré que es algo que se me da bien, no es lo que hago mejor.

– ¿Y qué es lo que haces mejor?

Nathan bajó la mirada hasta la boca de ella y esbozó una sonrisa maliciosa.

– Ah, interesante pregunta donde las haya. ¿Estás segura de que quieres conocer la respuesta, Victoria?

Una ráfaga de calor la invadió por completo y los dedos de los pies se le encogieron en los zapatos. Que Dios la asistiera. Sí, quería conocerla. Desesperadamente. Sobre todo al ver que el brillo que asomaba a los ojos de Nathan augurándole que su respuesta la dejaría a buen seguro sin aliento. Aunque no serviría de nada hacérselo saber. Sin duda, la mejor forma de lidiar con él era seguirle el juego. Le miró directamente a los ojos y preguntó con extrema suavidad:

– ¿Te estás ofreciendo a decírmelo, Nathan?

– ¿Siempre respondes a una pregunta con otra pregunta?

– ¿Y tú?

Nathan rió.

– A veces. Normalmente cuando intento ganar tiempo. ¿Es eso lo que estás haciendo?

– Desde luego que no -respondió ella con una mueca desdeñosa.

– En cuanto a lo que hago mejor, me encantaría decírtelo. Y aún más me encantaría ofrecerte una demostración.

Cielos… Otra oleada de calor la envolvió. Victoria intento recurrir a su expresión más remilgada, aunque no supo con certeza si había salido airosa del intento pues era difícil parecer remilgada mientras un cúmulo de imágenes sexuales le bailaban en la cabeza.

– ¿Aquí? ¿En el comedor?

– No es, desde luego, el lugar más tradicional, pero si es ese tu deseo, estoy dispuesto a saltarme cualquier convencionalismo.

Un bufido muy poco propio de una dama escapó de entre sus labios.

– ¿Tú? ¿Dispuesto a saltarte los convencionalismos? Gracias a Dios que no suelo sufrir vahídos a menudo, de lo contrario una afirmación semejante me habría afectado sobremanera.

Nathan agitó la mano en un gesto magnánimo.

– No te preocupes si sucumbes a la emoción. Recuerda que siendo médico, podría hacer que recobrases el conocimiento de inmediato.

– ¿De inmediato? Entonces es la práctica de la medicina lo que mejor se te da.

Una sonrisa que solo podía ser descrita como picara asomó a los labios de Nathan.

– No. La práctica de la medicina es lo que hago cuando no estoy haciendo lo que mejor se me da.

«Ay, Dios.» No podía ser que se refiera a… Pero, oh, sí, a juzgar por esa sonrisa traviesa, estaba claro que así era. A pesar de los conocimientos que había adquirido leyendo la Guía, Victoria se sintió de pronto tristemente falta de preparación para continuar con la conversación. En un esfuerzo por recuperar el control, adoptó el gélido tono de voz con el que siempre conseguía poner a la gente en su sitio.

– ¡Qué encantador de tu parte! Y ahora dime, ¿cuál es el plan para hoy?

– ¿El plan?

– Para localizar las joyas.

– No tengo la menor idea.

Victoria dejó el tenedor en el plato.

– ¿Que no tienes la menor idea, dices? ¿Después de haber estado toda la noche dándole vueltas?

– ¿Qué te hace pensar que cavilar sobre la ubicación de las joyas es lo que ha llenado mis pensamientos durante la noche?

– Porque así debería haber sido. Si yo hubiera estado toda la noche despierta sin duda habría sido eso lo que habría ocupado mis pensamientos. -Su conciencia dio un respingo y soltó un chillido de indignación. ¡Mentirosa! ¡Has estado del todo despierta y tanto los mapas como las joyas han sido lo último que se te ha pasado por la cabeza!, se dijo. De pronto se quedó inmóvil. ¿Acaso era posible que Nathan hubiera sido víctima de las mismas cavilaciones sensuales que le habían robado el sueño a ella? De ser así…

Ufff… Qué calor hacía en el comedor. Casi no pudo evitar abanicarse con la servilleta de algodón.

– En ese caso, es del todo desafortunado para nuestros planes de búsqueda que hayas dormido tan bien -dijo Nathan con voz seca-. A pesar de que he estudiado al detalle el dibujo y la carta, no he podido descubrir nada más. También he dibujado el mapa cuadriculado de la propiedad. Sugiero que empecemos por el rincón situado más al noreste y que actuemos desde allí. En la carta cifrada que ayer le envié a tu padre en la que le explicaba que habías perdido la nota…

– Querrás decir que tu cabra se comió la nota.

– … le pedí que me enviara otro dibujo. Desgraciadamente, y dadas las distancias implícitas, cuando la nota llegue a Londres y recibamos una respuesta, habrán pasado por lo menos dos semanas. Esperaba poder tener solucionado este asunto para entonces.

– ¿Y así poder volver a tu casa en… cómo se llamaba? ¿Little Longstone?

– Sí. -Nathan terminó su café-. Estoy seguro de que también tú tienes ganas de que este asunto se resuelva y poder regresar a Londres. A tus fiestas, a tus compras y a tus pretendientes. De modo que puedas elegir marido y planear una extravagante boda.

– Sí, eso es exactamente lo que deseo -dijo Victoria. Un ceño se dibujó entre sus cejas al percibir la sensación de vacío que de pronto le atenazó el estómago. Alzó ligeramente el mentón-. Oyéndote, cualquiera diría que hay algo de malo en eso.

– En absoluto. Si es eso lo que quieres… -alegó, encogiéndose de hombros.

Una oleada de calor trepó por las mejillas de Victoria.

¿Cómo se las había ingeniado Nathan para hacer que se sintiera tan… hueca? ¿Tan superficial? Todas las jovencitas sonaban con fiestas elegantes, con salir de compras, con pretendientes y con su propia boda… ¿o no era así? Desde luego, era el caso de todas las muchachas de su entorno.