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Un escalofrió recorrió a Victoria ante esa confesión.

– No tiene sentido negar que padezco de esa misma «cosa» que tú.

Cualquier fantasía de que su concesión complacería a Nathan se desvaneció al ver la expresión turbada que asomó a los ojos de él.

– En ese caso, mucho es lo que tienes que tener en cuenta. Y lo mejor será que regresemos a casa ahora mismo.

La soltó y se retiró unos pasos para terminar de vestirse. Sobresaltada, Victoria se dio cuenta de que se había hecho muy tarde al ver las sombras del inminente crepúsculo convertidas en un manto gris cada vez más oscuro bajo el denso follaje de los árboles. Se alisó las arrugas del vestido y reparó lo mejor que pudo el desastre que las manos de Nathan habían causado a sus cabellos. Cuando ambos terminaron, él le tendió el brazo con una cortés floritura, indicando así que debía precederle por el estrecho sendero que llevaba de regreso al camino principal. Sin embargo, cuando ella pasó por delante de él, él alargó el brazo y le tomó la mano, llevándosela a los labios. Aunque el ligero beso que depositó sobre el dorso de los dedos de Victoria podría haber sido calificado de decente, nada había de decente en el travieso destello que asomó a sus ojos.

– Para que sepas, Victoria -dijo al tiempo que su cálido aliento le acariciaba la piel-, independientemente de qué otras decisiones puedan tomarse, que tengo intención de vengarme por la dulce tortura que he soportado esta tarde en tus manos. Y que lo haré cuando menos te lo esperes.

Ufff. Santo Dios, tenía que llevar consigo un cubo de agua para apagar las llamas que ese hombre prendía en ella. Nathan echó a andar por el estrecho sendero, esperando claramente que ella le siguiera, tarea en absoluto fácil cuando acababa de reducir su mente y sus rodillas a gelatina con semejante declaración. Sin embargo, la creciente oscuridad la arrancó de su estupor y salió corriendo tras él. El sendero viró y, en cuanto torció la curva, vio a Nathan esperándola en el camino. La mirada de Victoria se concentró en su rostro y echó a andar hacia él. Bah. Obviamente, él creía que podía ir por ahí soltando afirmaciones provocativas como esa y alejarse tranquilamente. Bien, ya le enseñaría ella…

– ¡Victoria!

Victoria oyó el grito de aviso de Nathan en el preciso instante en que un brazo musculoso la agarraba por detrás, inmovilizándola contra un duro torso. Vio el destello plateado de un cuchillo justo cuando sintió que le pegaban la hoja al cuello.

Capítulo 15

La mujer moderna actual en su búsqueda de la satisfacción y de la aventura íntima puede verse en una situación considerada peligrosa. En ese caso, debe mantener la calma y seguir centrada en su objetivo: lograr salir de dicha situación. Si fallan todos los intentos diplomáticos, una patada en el lugar oportuno suele obtener los resultados esperados.

Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima.

Charles Brightmore.

– Un sonido, un solo movimiento -gruñó el hombre junto al oído de Victoria- y habrá sellado su propio destino.

Aterrada, Victoria pegó los labios y cejó en su forcejeo mientras buscaba a Nathan con la mirada.

Nathan echó a andar hacia delante pero se detuvo en seco cuando el hombre apretó aún más la hoja del cuchillo contra el cuello de Victoria. Sus ojos se posaron en los de ella y le lanzó una mirada con la que le indicaba claramente que debía escuchar al loco que blandía el cuchillo.

– Un paso más y la degüello -amenazó el hombre en un tono que consiguió deslizar un latigazo de miedo por la espalda de Victoria.

– Suéltela -dijo Nathan con una voz glacial y acerada que Victoria jamás había oído de sus labios.

– Será un placer complacerle, en cuanto consiga lo que quiero.

– Le daré lo que desee. En cuanto la suelte.

– Me temo que no funcionan así las cosas, puesto que soy yo quien sostiene el cuchillo contra su cuello. Por cierto, hablando de cuchillos, quiero que coja el que lleva en la bota, despacio y con cuidado, y lo eche a los arbustos. Si hace algún movimiento rápido, doctor, la dama sufrirá por ello.

– Sabe quién soy -afirmó Nathan con voz letal.

– Quién es y quién era. -Tiró de Victoria, pegándola aún más a él-. Haga lo que le digo.

Apenas capaz de respirar con la hoja del cuchillo tan pegada al cuello, Victoria observó cómo Nathan, sin apartar ni un segundo la mirada del rostro del hombre, sacaba lenta mente un cuchillo de su bota y lo lanzaba sobre los arbustos.

– Ahora, suéltela.

– En cuanto me entregue la carta.

– ¿Qué carta?

Con un simple giro de su muñeca, el hombre rozó la hoja del cuchillo la piel situada bajo el mentón de Victoria, quien no pudo contener un jadeo. Una cálida humedad descendió por su cuello y se le nubló la vista en cuanto fue conciente de que se trataba de su propia sangre.

– Su estúpida pregunta ha dejado una cicatriz en la dama. Si hace otra, le costará una oreja. Si afirma no tener lo que busco, perderá la vida. ¿Entendido?

Una breve pausa.

– Sí -dijo Nathan.

– Quiero la carta que estaba en la bolsa de la dama. Ahora. Démela, despacio y con cuidado, y me marcharé.

Santo Dios. Iba a morir. Nathan no llevaba la carta encima. Victoria sabía que él intentaría salvarla, pero ¿qué podía hacer sin un arma y sin la carta? Su vida estaba a punto determinar. Allí. En ese preciso instante. En manos de ese hombre horrible. Quien probablemente también mataría a Nathan. En cuanto fue consciente de ello, un terror espantoso le oscureció la visión.

– ¿Cómo sé que la soltará cuando le dé lo que quiere?

– Supongo que tendrá que confiar en mi palabra. -la malvada risotada que Victoria oyó junto a su oreja le puso la piel de gallina-. No se preocupe, doctor. Mi palabra vale tanto como la suya. Honor entre ladrones, ya me entiende.

Victoria tomó la que sin duda sería su última bocanada de aire mientras veía que Nathan volvía a agacharse lentamente, esta vez para sacarse de la bota un pedazo de papel vitela doblado. La recorrió una sacudida de pura conmoción. La carta. La llevaba encima. Se sintió inundada por un halo de esperanza, que no tardó en apartar a un lado el terror que momentáneamente la había paralizado.

Sin embargo, Victoria estaba segura de que Nathan no pensaba darle la carta, el mapa, a ese rufián. En cualquier momento utilizaría alguna de sus ingeniosas tácticas de espía para desarmar y capturar al ladrón. No obstante, le vio incorporarse y tender el brazo con la nota entre el pulgar y el índice.

– Tíremela -gruñó el rufián-. Quiero verla caer justo a mis pies, de lo contrario, la dama pagará por ello.

La nota voló por los aires. Con el mentón apuntando al cielo, Victoria no pudo ver dónde aterrizó la carta, aunque dado que su cuello seguía intacto, dio por hecho que la puntería de Nathan había sido la esperada.

– Ahora túmbese en el suelo, boca abajo -le ordenó el hombre a Nathan.

Muy bien. En cualquier momento Nathan emplearía cualquiera de sus tretas de espía para salvarles y desarmar al hombre. Victoria mantuvo la mirada fija en su rostro, esperando alguna suerte de señal, alguna indicación de lo que Nathan quería que hiciera, pero los ojos de él en ningún momento se apartaron del hombre que la sujetaba. Victoria siguió observándole con todos los sentidos alerta. Nathan se tumbó sobre el sendero de barro como se le había ordenado.