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– Que la carta y que el mapa que obran en su poder le enviarán a lo que el Manual Oficial del Espía llama afectuosamente «La caza de la oca salvaje». -Le subió las faldas para lavarle las rodillas.

– Pero… ¿cómo?

– Escribí una carta falsa con información equivocada. Dibujé un mapa también falso en el que retraté las islas de Scilly, situadas a cuarenta y cinco kilómetros de la costa de Lands End. -Nathan se encogió de hombros-. Eso debería mantenerle lo bastante alejado de aquí hasta que concluyamos nuestra investigación con la nota y el mapa auténticos, que, por cierto, están a buen recaudo.

Victoria clavó en él la mirada, claramente perpleja, y su expresión cambió entonces, tiñéndose de una mezcla de admiración y humillación.

– Oh -dijo con un hilo de voz-. Al parecer, te debo una disculpa.

– Bueno, si de verdad lo crees necesario…

– Oh, sí. -Levantando los ojos hacia él, dijo con voz suave-: Lo siento, Nathan. Debería haber sabido que eres de una brillantez…«insobrepasable».

– Hum. Sí, deberías haberlo sabido. -Sonrió y dio un ligero masaje al ungüento que acababa de aplicarle sobre la palma de la mano.

– Me siento como una auténtica estúpida. Si tropecé fue porque intenté arrebatarle la nota de una patada. Creí que eso te daría la oportunidad de recuperar tu cuchillo o de reducirle de algún modo. No sabía que lo tenías todo bajo control.

Nathan apenas pudo contener la carcajada amarga que sintió ascender por su garganta. ¿Bajo control? No se había sentido tan impotente en toda su vida.

– Claro que podrías haberme contado lo de la nota en la estratagema de la bota -dijo Victoria-. Aun así, me salvaste la vida. -Se llevó la mano de Nathan a los labios y le besó los nudillos-. Mi héroe. Gracias.

Él le acarició suavemente la barbilla con las yemas de los dedos.

– De nada. Me alegra saber que no estás desilusionada al ver que he vencido al enemigo con el cerebro en vez de hacerlo con la fuerza física. Pero, acuérdate de lo que te digo: Cuando vuelva a ver a ese bastardo, pagará muy caro haberte tocado. Haberte hecho daño.

Victoria sintió que la recorría un escalofrío.

– Espero no volver a verle. Jamás había pasado tanto miedo.

«¿Así que nunca habías pasado tanto miedo? Pues ya somos dos.» Nathan volvió a bajarle las faldas para cubrirle las rodillas.

– He terminado con las curas. ¿Cómo te encuentras?

– ¿Has terminado? ¿Ya? -Victoria flexionó las manos, dobló las rodillas y meneó el mentón-. Me siento mucho mejor.

– Excelente.

Aunque Victoria entrecerró los ojos, un destello divertido asomó a su mirada.

– Me has engañado.

Nathan adoptó una inocente expresión escandalizada.

– ¿Yo?

– Me has distraído de tus curas haciéndome hablar.

– ¿Eso he hecho? Debo confiarte que no pareces necesitar que te apremien demasiado para animarte a hablar.

– Hum. Muy listo. Y efectivo. Mi tía me había dicho que le parecía que tienes buena mano con los enfermos. No debería haber puesto en duda su opinión, pues siempre ha resultado de lo más acertada en sus afirmaciones.

– En ese caso, os doy las gracias a ambas por el cumplido -dijo despreocupadamente-. En cuanto al resto de tu tratamiento, dejaremos que el bálsamo que te he aplicado vaya penetrando en la piel las próximas dos horas, durante las cuales te quedarás acostada y cenarás. Luego podrás disfrutar del baño caliente que te he prometido, tras el cual volveré a aplicarte el bálsamo. Acto seguido te irás a dormir. ¿De acuerdo?

– Sí, doctor.

– Excelente. Una paciente dócil.

– Nada de eso. Simplemente finjo serlo para corresponder a tu amabilidad.

– Entiendo. -Nathan retiró sus útiles y cerró con firmeza el maletín. Hecho eso, tendió la mano hacia la licorera con el brandy.

Victoria negó con la cabeza.

– Oh, no. Otra vez no. No pienso volver a probar ese asqueroso brebaje.

– No tienes de qué preocuparte. Este vaso es para mí.

Se sirvió dos dedos y se los bebió de un solo trago. Cerró entonces los ojos, saboreó el fuego que se abrió paso hasta su estómago y permitió que sus tensos músculos se relajaran. Cuando volvió a abrir los ojos, dejó el vaso a un lado. Sujetó con suavidad a Victoria por los hombros y la miró fijamente a los ojos.

– Ahora que mis obligaciones como médico han concluido, quiero que sepas que no tienes que devolverme ninguna gentileza. El hecho de que hayas resultado herida es única y exclusivamente culpa mía.

– Nada de eso…

– Totalmente culpa mía, Victoria. Tu padre te ha enviado aquí para que te proteja. Hoy he fallado, pero te doy mi palabra de que no volveré a hacerlo.

La mirada de Victoria se dulcificó y acercó la palma de la mano a la mejilla de Nathan.

– No has fallado, Nathan.

– El hecho de que estés en la cama prueba lo contrario. Del mismo modo que este episodio prueba que hay alguien desesperado por encontrar esas joyas. Y que hará cualquier cosa por salirse con la suya. -Puso la mano sobre la de ella y volvió levemente la cabeza para besarle la palma irritada-. Prométeme que no saldrás de la cosa sola. -A pesar de que no era su intención sonar tan severo, todavía sentía acechante el temor que le había atenazado.

– Te lo prometo.

Nathan asintió y se levantó de la cama.

– Voy a contarles a tu tía y a mi padre lo ocurrido. Luego le diré a tu tía que suba a verte para que te acomode en tu habitación y te ayude a cambiarte.

Y, como no pudo evitarlo, se inclinó sobre ella y le rozó la frente con los labios. Salió entonces de la habitación. Mientras avanzaba por el pasillo, apretó los labios, perfilando con ellos una triste sonrisa. Aunque no sabía quién era el responsable de lo ocurrido, a diferencia de lo acontecido tres años atrás, esta vez no tenía intención de abandonar. Esta vez conseguiría respuestas. Y el responsable pagaría por lo que había hecho.

Capítulo 16

La mujer moderna actual debería buscar sus propias experiencias vitales en cualquier oportunidad, aunque siempre es aconsejable escuchar a las demás mujeres que, gracias a su propio arrojo, han obtenido conocimiento sobre tales cuestiones íntimas. Un tiempo dedicado a conversar con esas mujeres que están versadas sobre tales temas puede resultar reconfortante e instructivo, y ofrecerá una guía de gran utilidad. Además, siempre es más divertido poder disponer de una compañera de travesuras.

Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima.

Charles Brightmore.

Victoria dejó a un lado la bandeja de la cena y recostó la espalda contra las almohadas con un suspiro satisfecho.

– La sopa de pescado estaba deliciosa.

Sonrió a su tía, quien, tras ayudarla a acomodarse y a ponerse un camisón de algodón limpio, también había ordenado que le subieran una bandeja con la cena.

– ¿Crees que la cocinera estaría dispuesta a darnos la receta?

– Bueno, si no nos la da ella, sin duda el doctor Oliver podrá sacársela. -Observó a Victoria por encima del borde de su copa de vino-. Deja que te diga que de haber sido otro quien me hubiera dado la noticia de tu espantosa experiencia, a buen seguro me habría desmayado. Sin embargo, el doctor Oliver tiene… algo especial. Es un hombre muy seguro de sí mismo. Y tranquilizador.

– Sí, lo es. -Y muchas otras cosas, pensó. Cosas que la excitaban y la deleitaban. Aunque la confundían y la inquietaban a la vez.

– Y tan condenadamente atractivo… -prosiguió tía Delia-. Y fuerte. ¡Pero si te ha traído en brazos a la casa! -Fingió abanicarse con la servilleta-. Desde luego, es de un vigor admirable. Y se preocupa mucho por ti, Victoria.

Una oleada de calor trepó al rostro de Victoria desde el cuello de su camisón.