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– Naturalmente que estaba preocupado. Es médico. Se preocupa por todos sus pacientes.

Tía Delia dejó su taza de té en el plato con un decidido tintineo.

– Mi querida niña, llevas toda la cena evitando con gran destreza hablar del doctor Oliver, y ya es hora de que dejes de hacerlo. -Tenía los ojos colmados de preocupación-. Querida, si de verdad crees que sus desvelos son simplemente los de un médico por su paciente, sin duda necesitas algún reconstituyente más fuerte. No me cabe duda de que te das cuenta de que siente una fuerte atracción por ti. Y hasta un ciego podría ver que tú sientes lo mismo por él.

Victoria se estremeció ante su más que evidente transparencia.

– Dado lo apuesto que es, estoy segura de que muchas mujeres le encontrarían atractivo.

– Sí. Pero eres tú la única que me preocupa. -Tía Delia se levantó del sillón y se acomodó en el borde de la cama de Victoria-. Te veo preocupada. ¿Por qué no me cuentas lo que te tiene así?

Victoria se agarró del edredón. La necesidad de compartir con alguien la plétora de sentimientos encontrados entre los que se debatía la abrumaba. Pero no podía confiar a su tía la sensual naturaleza de esos sentimientos, de su encuentro con Nathan. No podía compartir los escandalosos deseos, la torridez, las necesidades que él inspiraba en ella. Su pobre tía se desmayaría ante semejante escándalo. Peor aún, una admisión de esa naturaleza sin duda significaría que su tía no le permitiría disfrutar de un solo instante más a solas con Nathan. Mientras que su voz interior le decía que eso era lo más conveniente, su corazón se mostraba en desacuerdo. Además, ¿cómo podía esperar compartir algo que ni siquiera ella comprendía?

Forzó pues una sonrisa y dijo:

– Agradezco tu ofrecimiento, tía Delia, pero estoy bien.

– Entiendo. Crees que desfalleceré del susto, aunque te aseguro que estás muy equivocada. -Puso una mano cómplice sobre la de Victoria-. Entiendo completamente, querida. Siempre te ha gustado planearlo todo. Pero si hasta cuando eras niña planeabas tus fiestas, y de jovencita hacías lo mismo con tu ropa hasta el último detalle. Planeabas los diez próximos libros que pensabas leer. Durante la temporada, has planeado con absoluta precisión a qué fiestas deseabas asistir y qué caballero preferías para cada baile. Has planeado exactamente el tipo de hombre con el que deberías casarte y sabes exactamente la clase de anillo de boda que quieres… planes que tienes intención de poner en marcha en cuanto llegues a Londres. Viniste a Cornwall con un plan definido en mente: soportar durante el menor tiempo posible esta visita en la que tu padre tanto había insistido, para luego regresar a Londres y decidir qué marido tomar. Y ahora estás completamente perdida porque el devastador atractivo del doctor Oliver y las inesperadas emociones que inspira en ti han desbaratado del todo tus detallados planes.

La descripción que había hecho su tía de la situación era tan certera que Victoria tan solo pudo clavar en ella la mirada.

– ¿Cómo sabías todo eso?

– Por dos motivos. En primer lugar, porque mi intuición es (y lo digo con la mayor de las modestias) formidable. Y, en segundo lugar, porque tú y yo somos muy parecidas, y porque así es precisamente como yo reaccionaría en tu situación. Creo que estás empezando a entender que el problema de hacer planes es que carecen de espontaneidad.

– No me gusta la espontaneidad.

– Al contrario. Creo que, muy a tu pesar, estás descubriendo que te encanta. Simplemente crees que no te gusta porque hasta ahora la desconocías. Es casi como decir que no te gusta la tarta de arándanos cuando jamás la has probado. -Su mirada estudió la de Victoria durante varios segundos-. Ni Branripple ni Dravensby te afectan de este modo.

No tenía sentido negarlo. En realidad, era un alivio poder reconocerlo.

– No. Y no entiendo por qué. Los dos son apuestos. Y sin duda son mucho más adecuados para mí que el doctor Oliver.

Las cejas de tía Delia se arquearon bruscamente.

– ¿Ah, sí?

– Por supuesto. Lord Branripple y lord Dravensby no solo son candidatos socialmente superiores, sino que tengo con ellos muchas cosas en común.

– ¿En serio? ¿Y no te parecen… aburridos?

Mortalmente aburridos, como bien se daba cuenta Victoria. Sin embargo, en vez de ayudar, la conversación estaba empezando a confundirla aún más.

– No entiendo. Creía que te oiría abogar en contra de un hombre como el doctor Oliver.

– ¿Contra un hombre afectuoso y apuesto que está claramente prendado de ti y que hace brillar chispas en tus ojos?

– Un hombre que no posee ningún título. Que vive en una humilde casa de campo, que se gana modestamente la vida y que evita la alta sociedad.

– Nada de lo cual lo convierte en inadecuado, querida. Puede que no sea el heredero, pero aun así es hijo de barón.

– ¿Y qué pasa con la seguridad de mi futuro? Una boda con Branripple o con Dravensby me convertiría en condesa. Garantizaría mi posición social. Las decisiones que tome ahora afectarán al resto de mi vida.

– Muy cierto. -Tía Delia le apretó cariñosamente la mano-. Aunque debes sin duda saber que tu padre jamás te dejaría en la miseria.

– Papá espera que haga un buen matrimonio.

– Por supuesto. Pero cuando dice «buen matrimonio» se refiere a que quiere verte feliz. -Su tía respiró hondo y prosiguió-. ¿Y qué me dices de lord Sutton y de lord Alwyck? Tienes a un vizconde y a un barón al alcance de la mano y está claro, después de las dos noches que hemos pasado en su compañía, que ambos te encuentran sumamente atractiva. Me costaría Dios y ayuda tener que decidir cuál de los dos es más apuesto, pues ambos son extraordinariamente guapos.

– Sí, es cierto. -Pero ante ninguno de los dos el corazón le daba un vuelco ni se le detenía el pulso. Ninguno despertaba en ella el deseo de estar cerca de él para no perderse una sola de sus sonrisas ni una sola palabra de sus labios. Con ninguno sentía ese hormigueo en los dedos de puras ganas de tocarle. Nathan provocaba en ella todas esas cosas simplemente… siendo él mismo-. Pero tanto sus propiedades como sus vidas están aquí, en Cornwall. Y, a pesar de que esto no ha resultado ser el espantoso lugar que yo había imaginado, jamás podría vivir tan lejos de la ciudad. De la civilización. Además, apenas les conozco, mientras que hace años que disfruto de la compañía de Branripple y de Dravensby.

– Tampoco hace mucho que conoces al doctor Oliver -dijo tía Delia con voz queda-, lo cual no hace más que probar que la duración de una relación no es una medida precisa con la que mesurar nuestros sentimientos. -Desvió la mirada hacia el fuego de la chimenea y a sus ojos asomó la remembranza-. A veces, una persona que acabamos de conocer puede prender una chispa, un deseo y un anhelo que alguien al que conocemos desde hace años jamás ha prendido.

Parpadeó dos veces, pareció entonces volver en sí y se volvió a mirar a Victoria.

– Estoy convencida de que tanto Branripple como Dravensby serían unos maridos corteses y aceptables que te darían pocas preocupaciones. Pero escucha tu corazón, Victoria. La vida puede resultar recatada y aburrida o puede por el contrario ser una magnífica aventura. La vida con un hombre recatado y aburrido no será más que eso. Por otro lado, la vida con alguien que da alas a tu corazón… -Soltó un suspiró soñador como Victoria jamás había oído salir de sus labios-. Esa vida podría ser una gloriosa aventura.

– Quizá. Pero tenemos que comer mientras disfrutamos de esa magnífica aventura.

– Cierto. Aunque no es necesario disfrutar de la mejor de las cocinas a diario para satisfacer el apetito.

– No basta con sentirnos físicamente atraídas por alguien. No tengo nada en común con el doctor Oliver.

– ¿Ah, no? Su padre me ha hablado mucho de él, y, a juzgar por lo que me ha dicho, tenéis un buen número de intereses similares.