Выбрать главу

El silencio se alargó entre ambos hasta que su padre dijo:

– La quieres.

– Hemos construido una buena amistad.

– Tus sentimientos son más profundos que los que puede dar cabida una simple amistad, Nathan.

– ¿Qué te hace decir eso?

– Ya no soy exactamente un niño. Y me doy cuenta de cómo la miras.

Nathan se obligó a responder con un despreocupado encogimiento de hombros.

– Si mis sentimientos son más profundos, no veo que eso sea cosa tuya. Soy más que capaz de seguir mi propio consejo.

– Y eso es precisamente lo que me preocupa.

– ¿Por qué? ¿Acaso temes que me comporte como un idiota? -preguntó, incapaz de disimular el deje de amargura que contenían sus palabras.

– No. Lo que temo es que te rompan el corazón. Es un dolor como ningún otro y un destino que no le deseo a ningún hombre, y menos que a nadie a mi hijo.

Un pesado silencio los engulló durante varios segundos mientras Nathan luchaba por ocultar su sorpresa ante las palabras de su padre. Al parecer, no tuvo el éxito que esperaba pues su padre añadió con delicadeza:

– Ya veo que crees que no sé de lo que hablo, pero te aseguro que hablo por experiencia propia. -Se volvió a mirar brevemente a los jardines y enseguida miró a Nathan de nuevo-. Si crees que la muerte de tu madre no me rompió el corazón, estás muy equivocado. La amaba con toda mi alma. Me cautivó desde el primer instante en que la vi.

Un sentimiento que, gracias a Victoria, Nathan podía comprender a la perfección.

– Mucho me temo que cuando mamá murió yo estaba tan inmerso en mi propio dolor que apenas reparé en tu pérdida. Lo siento.

Su padre asintió.

– Lo que quiero decirte es que un corazón roto es un dolor que no puede compararse a ningún otro. Por eso te animo a que hagas lo que creas necesario para que eso no te ocurra.

La confusión asaltó a Nathan. Jamás había tenido una conversación remotamente semejante a esa con su padre, y lo cierto es que estaba del todo confundido. Por fin dijo, con sumo cuidado:

– ¿Estás sugiriendo que si existiera una mujer a la que yo amara, debería considerar la posibilidad de hacerla partícipe de mis sentimientos?

– Demonios, Nathan, como des más vueltas al asunto terminarás haciendo piruetas en el césped. Tengo una edad en la que ya no estoy para perder el tiempo. No te sugiero nada sobre ninguna hipotética mujer. Te digo, claramente, que si amas a lady Victoria, se lo digas.

Las cejas de Nathan se arquearon bruscamente.

– ¿No eres el mismo hombre que hace una semana afirmaba que mi hermano, Gordon o esos dos dandis de Londres… o, demonios, cualquiera que tenga un título y una propiedad… eran mejores partidos para ella?

– De hecho, no. No soy el mismo hombre que hace una semana.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Eso quiere decir que durante la semana pasada he llegado a importantes y, si he de serte franco, inesperadas conclusiones sobre mí. Sobre mi vida. Y sobre lo que quiero. Por primera vez en mucho tiempo me siento… estimulado. Rejuvenecido.

Y, de pronto, Nathan se dio cuenta de que había visto ciertas pruebas de lo que su padre acababa de decirle durante la última semana. Su padre le había parecido más relajado. Reía, sonreía y contaba historias divertidas, y Nathan había disfrutado viendo remitir el malestar que existía entre ambos. Aunque había sido consciente de los cambios, con la atención centrada como la tenía en Victoria, no se había detenido a pensar en ellos.

– ¿A qué atribuyes este rejuvenecimiento?

– A una gran dosis de introspección, que es el resultado de la amistad que he entablado con lady Delia. Tener de nuevo a gente en casa me ha llevado a darme cuenta de lo… solo que he estado, y he disfrutado enormemente teniendo a alguien de mi edad con quien hablar. Lady Delia conoce a todo el mundo, y resulta que tenemos en común un buen número de amistades. Tú sabes que no estoy al corriente de lo que acontece en la ciudad, y lady Delia me ha puesto al día de las vidas de las personas que no he visto y de las que no sé nada desde hace años. Me he quedado perplejo al saber cuántos de mis pares que conozco, de mi edad o más jóvenes, no gozan de buena salud. O han muerto.

El padre de Nathan meneó la cabeza.

– Tengo que reconocer que eso me ha dado una escalofriante conciencia de mi propia mortalidad y me ha llevado a apreciar lo que tengo, incluida mi salud. La vida es demasiado preciosa y demasiado corta para desperdiciar las oportunidades que nos ofrece. O para permitir que los errores queden sin corregir.

Inspiró hondo y prosiguió:

– Quiero terminar de una vez con las diferencias que nos separan, Nathan. Me doy cuenta ahora de que nunca te permití que me dieras una explicación por tus actos la noche en que dispararon a Colin y Gordon. En vez de eso, no hice más que lanzarte preguntas y acusaciones. En mi defensa tan solo puedo decir que estaba conmocionado, y no solo por los disparos sino al descubrir que mis hijos eran espías de la Corona. No mostré ninguna fe en ti y, aunque no siempre hemos estado de acuerdo, sabiendo la clase de hombre que eras, jamás tendría que haber pensado que actuarías de forma deshonrosa.

Esas palabras pronunciadas con voz calma impactaron a Nathan con fuerza, y, por vez primera en tres años, el dolor y la sensación de traición que le habían constreñido el corazón parecieron relajarse. Miró a su padre, quien le observó con ojos graves y prosiguió:

– Intenté disculparme por carta, pero reconozco que fue un esfuerzo poco entusiasta. Así que ahora, aun a pesar de que hayan pasado tres años de lo ocurrido, quiero manifestarte mi más sincera disculpa y pedir tu perdón. -Le tendió la mano.

Un nudo se alojó en la garganta de Nathan, y tragó saliva para deshacerlo. También él alargó el brazo y estrechó con firmeza la mano de su padre.

– Yo también te debo una disculpa, padre, por haber permitido que la brecha que se abrió entre nosotros se haya ensanchado como lo ha hecho. No negaré que fue un golpe tremendo darme cuenta de que mi padre, mi hermano y mi mejor amigo dudaban de mí. En ese momento, estaba atado de pies y manos por un juramento de silencio y no podía dar ninguna explicación.

– No debería haber necesitado ninguna.

La admisión templó cualquier resto de frialdad que Nathan pudiera haber albergado.

– Me temo que el orgullo me ha impedido ofrecerte alguna explicación tras mi regreso… un error de juicio que me gustaría corregir si deseas escucharme.

– Me encantaría.

Tras tomar una tonificante bocanada de aire, Nathan repitió la misma historia que le había contado a Victoria.

– La ironía de todo ello -concluyó- es que pretendía que las joyas fueran mi última misión… la que me ofrecería seguridad económica. En vez de eso, me arrebató todo lo que me era más querido… mi reputación, mi familia, mi casa.

– No tenías ninguna necesidad de salir a buscar por ahí la seguridad económica, Nathan. Te habría dado todo el dinero que me hubieras pedido.

– Sí, lo sé. Y, aunque aprecio tu generosidad, no me gusta que me regalen nada. Prefiero ganarme las cosas.

– Un aspecto de tu carácter que jamás comprendí -dijo su padre, meneando la cabeza-. Si alguna vez necesitas cualquier cosa…

– Te lo diré. Créeme, no tengo el menor deseo de vivir en la pobreza, y aunque sé que crees que vivo en esas condiciones, te aseguro que no es así. Quizá mi casa no sea un magnífico palacio, pero vivo muy cómodamente. Y, a pesar de la ocasional compensación no monetaria que acepto por mis servicios, estoy bien pagado.